El fallecimiento de Jean Daniel en París supone el cese definitivo de la actividad de un icono de la cultura francesa, otro símbolo más de la influencia de aquella en todas las facetas de la vida contemporánea occidental. Pero con esta muerte se pierde también una de las pocas huellas de Albert Camus que aún quedaban en el debate público, político o cultural. Mejor que no me pare a pensar si ese debate es de ideas o de posiciones; mejor que ni siquiera medite si el ruido de sables que pilota hoy todos los aspectos de la vida en común merece el calificativo de debate. El propio Daniel dejó constancia de su condición de epígono en tres sucintos libros: Ese extraño que se me parece, Los míos y Camus a contracorriente, que publicó aquí la exquisita editorial Galaxia Gutenberg.
En un momento efervescente del pasado siglo, jacobino de por sí y más aún en Francia, Jean Daniel se situó en el bando de los desolados —la mesura de referentes como De Gaulle o el propio Camus frente al febril Sartre, postrer vocero del Mayo del 68—, lo que puntúa doble si se tiene en cuenta que se adscribía a ideas progresistas. Más oscuras en su trayectoria fueron sus tesis sobre la independencia argelina o la cercanía a las élites gubernamentales, por las que sintió la misma atracción que su compatriota en el mundo de las letras Gabriel García Márquez.
A corto plazo será difícil que surja, al menos con tanta fuerza, paradigma semejante de poder e intelectualidad, exótico e izquierdista consejero áulico de los mandamases más diversos. No digo que aquí no se hayan dado personajes de este perfil, pero deslocalizados todos, aun colaboradores de algunos de los medios de comunicación más prestigiosos de España.