
Se inspiró en la leyenda de la geisha Honne-Onna, quien, tras ser vendida en un burdel del que intentó escapar, fue asesinada, resurgiendo del fondo del agua para seducir a los hombres y, “cuando los tiene ya muy apegados, se convierte en una forma del más allá y los mata como venganza”, relata Roberto, quien ha situado en un lateral del mural un poema basado en esta figura mitológica nipona junto a bocetos y fotografías del proceso de elaboración de la obra plástica.

Compañeros de clase, hasta ocho, incluido su hermano gemelo Mario Naharro, le acompañaron en la elaboración del mural en cuya composición aparecen significativos iconos de Japón como el sakura o cerezo en flor y la cúspide del monte Fuji que se alza sobre un mar de nubes tal y como se suele representar en las culturas nipona y china.

Complementos como el obi, faja en la cintura sobre el kimono, y el kyo sensu o abanico que porta la tan seductora como peligrosa geisha no faltan en la representación creada con esmalte al agua satinado entre finales de junio y principios de julio en el patio del instituto, al culminar el pasado curso.

Frescura y tradición, exotismo e incluso estética futurista se hallan en la atmósfera “muy diferente a la nuestra” de la cultura japonesa, a juicio de Roberto, quien ya está pensando junto a sus compañeros en elaborar otros murales ya sea en el propio instituto al culminar el presente curso o fuera del centro educativo.

Violeta Gratacós, Lázaro Ruiz, Juan David y Elian Castillo son otros de los alumnos que han formado parte de este equipo de trabajo artístico al que su profesor felicitó por su implicación y motivación. “Terminaron las clases del instituto, nos fuimos de vacaciones y siguieron trabajando. Algunos echaron más de cien horas de trabajo. Se lo han currado porque les sale del alma y aman el arte”, describió Moriel.
