Un total de cuarenta y ocho obras de la amplia trayectoria creativa de López-Villaseñor integran la muestra conmemorativa con la que se rinde tributo a un artista “emblema” de Ciudad Real en el centenario de su nacimiento.
En el edificio de arquitectura civil más antiguo de la ciudad, la Casa de Hernán Pérez del Pulgar reconvertida en el único museo dedicado a un artista de Ciudad Real, se inaugurará este lunes 1 de julio la muestra comisariada por Sonia González y estructurada en tres partes.
En la primera sala, se podrá presenciar su obra a partir de 1949 en Roma, becado en la Academia de Bellas Artes de España en la capital italiana, donde entró en contacto con los artistas del Quattrocento y descubrió la pintura pompeyana y etrusca que le influyeron para sus grandes composiciones murales, entre ellas la del Palacio Provincial de Ciudad Real. Además, incluye los paisajes de pintura matérica próximos a la abstracción que, tras su vuelta de Italia, inició sustituyendo el óleo por el acrílico, mármol, resinas y cenizas.
La segunda sala es la más personal con series como ‘Éxodo’, un realismo de temática más social, además de testimonios y homenajes a autores que admiraba como Zurbarán, Juan Alcaide y Sánchez Cotán, mientras que la tercera está dedicada a los ‘Retratos de las cosas’, a objetos sencillos y cotidianos repletos de tiempo acumulado: tazones, membrillos, flores secas, jarras, sartenes, hojas de laurel o un simple vaso de cristal que convierte en obras de arte.
El cuadro ‘Las Vírgenes de Torrelodones’ de 1996, última obra que pintó antes de morir, se halla en esta tercera sala de la exposición, el cuadro ‘Escaleras mecánicas II’ recibida a préstamo por parte del Museo de Ciudad Real se puede presenciar en la segunda y en cada una de las tres estancias se han situado pinturas, bien trabajos preparatorios u obras comparativas de similar temática, recientemente llegadas desde la Fundación Gregorio Prieto de Valdepeñas donde estaban custodiadas.
Entre pinturas, grabados y dibujos son más de cuatrocientas obras las que custodia el Museo López-Villaseñor de un artista realista en su época académica y neocubista en la italiana, para después cultivar una producción que roza la abstracción con la pintura matérica y regresar a la figuración y el realismo.
Considerado uno de los grandes pintores del siglo XX, destacó por su faceta docente como catedrático durante treinta años de Pintura Mural y Procedimientos Pictóricos en la Facultad de Bellas Artes de Madrid. Dio clases al propio Antonio López e Isabel Quintanilla, creó escuela y el sello ‘villaseñoriano’ se puede apreciar en obras de relevantes autores.
Para Jesús Arévalo Lorido, profesor desde 1998 del curso de pintura que se imparte en el Museo Villaseñor, era “un maestro tremendo por su carácter, lo que comunicaba, la pasión que quería transmitir al alumnado”.
“Era una persona con temperamento que imponía porque, incluso con la edad que tenía –cuando le dio clase Villaseñor ya estaba jubilado-, era alto, tenía una mirada profunda y comunicaba seriedad, pero luego en el aula se transformaba y las clases eran magistrales”.
Ardua y exitosa empresa
Buena parte de la culpa de la existencia del Museo López-Villaseñor, como ocurrió con otros pasos hacia adelante en Ciudad Real como la llegada del Ave, es de Lorenzo Selas quien, siendo alcalde, se enteró de que el artista había tanteado la posibilidad de llevar su legado a Almagro, proyecto que no prosperó, y le propuso “hacerle un museo” en la Casa de Hernán Pérez del Pulgar, iniciativa que al artista, al principio, “le sorprendió muchísimo, no se lo esperaba”.
Tras adquirir en el 86 el Ayuntamiento a los marqueses de Huétor de Santillán por doce millones de pesetas la Casa de Hernán Pérez del Pulgar, mostró el lugar, que era “una ruina total, estaba hundida y era un montón de escombros”, a Villaseñor, a quien le pareció “extraño y difícil de resolver” el proyecto, de ahí que fuera una ardua tarea convencer tanto a él como a su entorno familiar y de amigos del éxito de la empresa.
Fue una “gestión muy personal, me gané la confianza de Manolo, en un momento determinado creyó en mí y se logró culminar el museo”, señala Selas, que recuerda cómo Villaseñor se fue animando al ver la restauración del edificio, cuya inauguración fue “un día muy emocionante” con una primera exposición de “setenta y tres de sus mejores cuadros. Cuando terminó el acto, nos fundimos en una abrazo profundo y a los dos se nos saltaron las lágrimas. Fue lo más emocionante que me podía pasar en esos momentos”, rememora el primer edil, cuyo último acto como alcalde en junio de 1993 fue precisamente la firma de la cesión de la obra de Villaseñor para su museo.
La idea fue que “fuera un museo vivo y así ha sido. Creamos un patronato, un premio de artes plásticas anual y una escuela de pintura y hoy es un centro cultural vivo gracias a la continuidad que se le ha dado en las siguientes legislaturas”, resume con satisfacción.
Maestro
Discípulo del artista ciudarrealeño se considera Víctor Chacón, autor de la tesis ‘Villaseñor. Conocimiento y presencia’, la primera en España de un pintor vivo y basada sobre todo en la experiencia de su palabra. “Estudié con él, después estuve con él como colaborador y trabajamos juntos cuatro años en la tesis”, destaca Chacón, quien impartió durante más de dos décadas el curso de verano de pintura del Museo Villaseñor.
De su maestro, destaca como principales enseñanzas “su manera de enfocar con tanta fuerza las cosas, el conocimiento de saber lo que se está haciendo, dejarnos una base muy fuerte en dibujo como elemento decisivo para todo pero especialmente para un pintor y su seriedad en la enseñanza”, a lo que suma “su entereza. Era una persona que lo que sabía lo daba, no encerrada dentro de su propia pintura, sino que tenía una gran cultura y estaba abierto a todas las tendencias modernas”.
“Nos dejó a todos los que tuvimos la suerte de estar con él un pozo de enseñanzas técnicas y a la vez de posibilidades de poder llegar a la docencia de forma muy preparada”, aprecia Chacón, profesor durante treinta años de Bellas Artes en Madrid.
“Excelente muralista y pintor al óleo, con el dibujo…, dominaba todas las técnicas” Villaseñor, quien tocó “todos los palos”: desde el retrato y el bodegón hasta los grandes temas relacionados con los estamentos institucionales y además con una gran sensibilidad hacia la materia, abarcando diversos estilos hasta llegar “a sus últimos cuadros donde se somete a una rigurosidad realista del objeto”, a un realismo íntimo.
Para Chacón, la mejor manera de celebrar el centenario de Villaseñor es “pintando y recordándole con el humor que tenía, ácido y a la vez muy fino” como hombre de cultura y de raíces manchegas. A su juicio, tuvo “la idea genial” de facilitar la creación del museo con su nombre y dejar “un legado artístico de un valor incalculable a su ciudad. Es un privilegio para Ciudad Real contar con este maravilloso museo donde tuve la suerte de exponer e impartir durante veintiún años uno de los mejores cursos de pintura de España”.