Noemí Velasco
Manzanares
Retazos de la vida pasada, de experiencias entre bambalinas, papeles de obras de Shakespeare y viajes realizados con el amor inundan las añoranzas de la decadente vejez en una obra que aborda la crudeza del fin de la gloria con un cuerpo renqueante y una mente olvidadiza cuya mayor felicidad es el recuerdo y los sueños. La compañía Escena Miriñaque repitió en la noche del viernes en el Gran Teatro con ‘Windows’, un trabajo magnífico sobre el paso del tiempo que sobrecogió al público en sus butacas, impresionado por la sensacional actuación de Esther Velategui, actriz que encarnó la sombra de lo que fue una gran estrella del teatro. ‘Windows’ fue la propuesta más contemporánea y más dramática de la cuarenta y dos edición del FITC Lazarillo de Manzanares, donde Escena Miriñaque, compañía fundada en 2004 como un proyecto global de formación, creación y exhibición de teatro de vanguardia, volvía después de haber presentado hace unos años ‘Cartas de las golondrinas’ con el respaldo del público y de la crítica.
El taconeo de unos zapatos en la oscuridad marcó el inicio de esta obra que reflexionó sobre el transcurso de la vida y sobre las horas, cuando los minutos se vuelven eternos en la dramática espera del fin del aliento. Inspirada en la experiencia personal, la obra es un homenaje de la cántabra Blanca del Barrio a su “maestro” Marcel Marceau, al que acompañó “hasta el final de su estelar camino, a su infinito y a su elocuente silencio”. ‘Windows’ incluye las ‘ventanas’ dentro de la metáfora de la vida: “windows para no olvidarnos, porque no sabemos a donde vamos pero sí de donde y de quién venimos”.
Detrás de una ventana con la ‘vista’ y la ‘mirada’ puesta en el cielo estrellado “para no olvidar”, sentada ante una mesa con un puñado de fotografías o recostada sobre su cuidadora en la cama, la genial Esther Velategui, acompañada de Eva Sanz en el escenario, presentó el amargo fin de los días, la dulzura del recuerdo, los vaivenes mentales y la contundente realidad en su máxima expresión: desnuda detrás de una cortina, encorvada, cuando hasta para lavarte necesitas la ayuda de otro.
Apoyada en su bastón, la estrella que estuvo acostumbrada “a ser mirada y admirada” afronta la soledad cuando lo único que quiere la mente es viajar al pasado, pero la muerte es tan definitiva que la hace dar un paso más. Recita versos de Lorca que completan las palabras de la cuidadora, que siente el dolor de su compañera y que intenta desprender rayos de esperanza. Palabras, “que ya no son lo que eran, que no se conocen entre sí, que se evitan, que huyen unas de las otras”, recitó Velategui.
La iluminación clavó a la perfección cada uno de los segundos en el escenario, y fuera de él, cuando la artista descubre al público y lo interpela como parte de la escena. La obra fue redonda, también por la música, incluso alegre y divertida al recordar la obra que trabó la mente de Esther, en la que tenía que estar a las nueve menos cuarto para aparecer en el primer acto; y por supuesto por las imágenes audiovisuales en una yuxtaposición de lenguajes escénicos. La emoción puesta en el escenario por estas dos sensacionales actrices fue tal que no pudieron reprimir las lágrimas al final de la obra, cuando el público, formado por unas cien personas, les agasajó con un largo y emotivo aplauso que puso el vello de punta.