Noemí Velasco
Manzanares
El rock metal más contundente de la banda alemana Rammstein inundó la sala a todo volumen y aparecieron en el escenario teñido de un rojo demoníaco cuatro letales convictos condenados a muerte deseosos de romper la franja ‘electrificada’ que les separaba de los espectadores y cumplir sus más viles amenazas. La música, el color y la ‘locura’ de estos presos de trajes naranjas dispuestos a jugar con la muerte aseguró desde el primer momento ‘rock and roll’ en el escenario. La compañía Yllana llegó en la noche del sábado al Gran Teatro dentro de la programación del 42 Festival Internacional de Teatro Contemporáneo Lazarillo para representar ‘666’, la obra que la ha acompañado casi desde su nacimiento durante veinticinco años de trayectoria, y la misma que conserva todas las claves para asegurar la carcajada generalizada de manera continua entre un público que tiene garantizada la diversión con humor negro.
Sin apenas palabras y sí muchos ruidos por parte de los cuatro actores en el escenario, la obra de esta compañía de largo recorrido dentro del teatro gestual empezó a abordar con pinceladas teñidas de humor la vida en la cárcel: dormir, soñar y hasta mear; aunque la risa puntual empezó a ser un continuo de forma paralela a la degeneración de cada una de las escenas. Un convicto formaba una auténtica matanza en sueños agarrado a su pistola, pero se le resistía un policía de tráfico que rebotaba cada una de sus balas con una señal y hasta con el culo; o un preso y un guardia de la cárcel electrocutaban a un cura en la silla eléctrica, mientras que quería probar un ‘piquitín’ de electricidad en su cuerpo. Los presos, entre los que estaban dos de los actores originales, Fidel Fernández y Raúl Cano, mantenían su sonrisa ante la muerte, ya estuvieran ante una guillotina, en una especie de pelotón de fusilamiento o en la horca, y la sorteaban, casi siempre.
Las apelaciones al público fueron un ir y venir en la apuesta más importante de la cuarenta y dos edición del FITC Lazarillo y también la más internacional después de subir a escenarios de Nueva York y Reino Unido. Los presos obligaron a los espectadores a seguir el ritmo con las palmas, a sisear y hasta vocear; incluso dos personas aleatorias salieron al escenario, una de ellas para convertirse en una auténtica ‘dominatrix’ con látigo incluido. Las butacas también estuvieron presentes en el final, cuando Yllana se atrevió con los fuegos de artificio pirotécnicos, con bengalas y una nube de humo, para poner un broche inesperado y sorprendente; en palabras del mismo Fidel Fernández, “quizás una exageración”. Reflexión sobre la pena capital o la muerte no existió mucha a lo largo de la obra, pero, sin duda, Yllana ofreció una divertidísima noche de teatro que terminó con unos tintes del surrealismo artístico que hicieron honor a la evolución de la historia.