Francisco J. Otero
Ciudad Real
Dejar el partido en manos de los árbitros es, en esto del balonmano, como darle un lanzallamas a un niño en un almacén de explosivos. Lo normal es que aquello acabe por los aires. Claro, que la culpa es de quien se lo dio.
Algo así le pasó al Caserío, que terminó enfadado con la pareja arbitral, pero que no supo resolver el encuentro cuando lo tuvo en sus manos. Los amarillos, aurinegros ahora, no han aprendido a tirar de las riendas cuando se desboca el caballo. Ayer, en un Príncipe Felipe con una entrada inferior a lo habitual, los de Fernando Imedio estuvieron a punto de romper el choque, pero con cinco arriba en la segunda parte, se metieron en un lodazal, fallando contragolpes de libro, su mejor arma, regalándole a los andaluces la posibilidad de correr. Si a eso le sumamos la facilidad con la que los colegiados señalaban los siete metros (ocho para el Urci por dos para los amarillos), la efectividad de los dos Riveras desde el punto de penalti, la soltura para encontrar a los pivotes y dos porteros, especialmente López, gigantescos, el resultado es que el Almería remontó, se colocó por delante y aguantó el paso hasta el último suspiro.
Y es que la fe del Caserío y las exclusiones visitantes le habían permitido al equipo de Fernando Imedio llegar al último segundo con el marcador empatado tras un 4-1 de parcial recurriendo a su solidaridad e intensidad. El punto era un mal menor. La última jugada fue visitante, penetró Rivera, Antonio, y paró Quillo. Sonó entonces el silbalto para señalar los siete metros, como no podía ser de otra forma. Hubo quejas, lamentaciones, pero el caso es que Rivera, Carlos, sacó su escopeta de no fallar y dejó al Caserío con su casillero de puntos vacío.
En la primera parte había ocurrido algo parecido, pero con una circunstancia que luego iba a pesar lo suyo. El Caserío marcaba el ritmo. Álex Abad encontraba siempre el camino a la portería y le acompañaba bien Cele. Pero la clave estaba en la defensa, en el 6-0, con Mozos y Joao de pareja de baile central. El brasileño, al que los golpes se le ven más por la envergadura de sus brazos, vio la segunda exclusión en el minuto 15. El Caserío cambió a 5-1,, con Óscar González en el adelantado y perdió su ventaja. No sólo por el cambio defensivo, sino que el Almería ajustó la zona izquierda de su defensa y el Caserío se secó.
Así que al descanso se llegó con uno arriba para los amarillos.
La salida de los vestuarios dibujó una sonrisa a los aficionados caseros. Pero justo entonces, a alguien se le ocurrió comprar un lanzallamas para dárselo al menos indicado. Y acabó pasando lo que no debería haber pasado.
La próxima semana, el Caserío viaja a Tenerife. Una nueva oportunidad para empezar a sumar.