El tiempo pasa tan rápido que mirar atrás provoca incluso vértigo. No hace tanto, Borja Sánchez Mozos era el ídolo de muchos de esos niños de Puertollano que soñaban con ser porteros de fútbol sala. En la ciudad había un equipo de Primera División torpedeando a los grandes de este deporte y, en España, también motivados por figuras como Valdés o Casillas, la profesión de portero cotizaba al alza.
No era raro ver a chavalines luciendo rodilleras y dedos vendados de esparadrapo, como una especie de ritual que cumplir por cualquiera que estuviese llamado a defender una portería, como tampoco lo era ver a nenes de pocos palmos de altura luciendo camisetas con el 1 o el 13 a la espalda, porque estos, siempre han sido los números que han vestido los porteros.
Precisamente con el “trece” jugaba Borjita bajo los palos del Fútbol Sala Puertollano, casi recién estrenada la mayoría de edad y jugando en Primera División, una categoría que cayó en la ciudad minera sin que nadie se diese cuenta y cuya gloria se esfumó tan rápido que apenas hubo tiempo para saborearla cuando los despachos, en el año 2013, decidieron que el equipo quedaba sancionado por impagos y perdía irremediablemente la categoría.
En la memoria de aquellos días cuelgan partidazos como los disputados contra Inter, el todopoderoso Barça o el Pozo Murcia. Quedan machadas que nunca podrán olvidarse y los lamentos de aquel descenso administrativo que acabaron con un sueño que duró demasiado poco y del que salió el fútbol sala esquilmado, con mucha gente sintiéndose engañada.
Aquel barco era comandado por David Ramos, hoy entrenador del Viñalbali Valdepeñas, y por ahí había jugadores que hicieron disfrutar a una gradería cuyos nombres siguen recitando de carrerilla embargados por la melancolía. Más de una década después, algunos siguen jugando, como Nano o Chino. Otros decidieron que su tiempo en el fútbol sala ya había pasado, como Borja Sánchez, que desde hace tres temporadas mata la morriña como entrenador de porteras en el Merkocash Salesianos Puertollano de Segunda División.
“No me arrepiento de haberlo dejado, me arrepiento de no haberlo disfrutado más”, comenta el potero -porque uno nunca deja de serlo, por más que ya no juegues-. Borja siempre fue un tipo lleno de dudas, de miedos, quizás porque careció de un guía deportivo que confiase en él y lo supiese llegar por donde lo hacen los grandes.
“No recuerdo un solo partido en el que no me pusiera nervioso, no podía ni comer”, se ríe ahora cuando piensa en aquellos días de grandes viajes y de partidos contra algunos de los mejores jugadores del mundo.
Es lógico que la presión desbordara a un chaval de poco más de veinte años en la máxima categoría y con la responsabilidad de un portero. “Ser portero es muy difícil. Puedes hacer un partidazo que, si fallas una, el trabajo del equipo se esfuma. Con eso tienes que convivir, te lo llevas a casa y eso te va minando porque dependes de tener confianza y muchas veces yo no la he sentido”.
La profesión iba por dentro, en la pista se transformaba. Como portero era un tipo atento, avispado, muy metido sobre la circulación del balón del equipo y con un rictus entre serio y enfadado, que esconden a un tipo que hoy roza los 35 y sigue devorando golosinas como un niño al que acaban de darle la paga el fin de semana.
Sobre sus dieciséis años de portero, dice, “es imposible quedarse con tres o cuatros momentos. Fue un sueño que pasó muy rápido pero quedaron muchos bonitos recuerdos. Haber jugado en las mejores pistas, haber competido de tú a tú con los mejores. Es imposible rescatar tan pocos recuerdos, porque se te amontonan cuando miras atrás”, como también lo hacen las anécdotas de jugadores que no dejaban de ser chavales y que alguna vez tuvieron que esconderse detrás de una barra de bar por si las moscas.
En su galería de fotos imborrables quedan algunas como el abrazo con su padre tras un partido contra Andorra en plenos play off de ascenso que hoy lo acompañan en su WhatsApp, las instantáneas de la fase de ascenso contra Antequera donde fue gran protagonista o algunas junto a su sobrino Aitor, recién nacido, luciendo la camiseta de portero de su tío.

Quizás ahí nació la chispa de querer ser como Borja en Aitor, un calco en miniatura de Borjita, al que desde pequeño se le sabía algo especial. Al principio fueron unos golpes torpes al balón con el pie, con apenas año y medio. Después fue una cresta en el pelo y la camiseta en miniatura con el 13 a la espalda. Y ahora, casi diez años después, son las primeras llamadas de la selección de Castilla-La Mancha para defender su portería.
“Todavía es muy pequeño y el objetivo es que se lo pase bien y disfrute de este deporte. Como tío a mí me gusta estar pendiente de él para ayudarle en cosas que yo no tuve cuando empecé a jugar y que no vea el deporte desde la presión de tener que ganar sí o sí, eso llegará más adelante y si él lo decide”.

Lo que está claro es que Aitor cuenta con unas cualidades innatas que pule cada día en las Escuelas Deportivas de Puertollano. “Es muy rápido, se coloca muy bien, es valiente. Es una gozada verlo parar. Siendo sincero, va a ser mejor que yo”, apunta su tío con orgullo, conocedor de las cualidades que necesita un portero para llegar lejos.
El sobrino habla poco, es más de jugar. Lo mismo lanza un penalti que lo detiene, como de pronto se gira y tira un triple a canasta. Lo que sí tiene claro es que “quiero seguir mejorando y ser un buen potero”. Los ídolos en los que se refleja son “mi tío Borja, Courtois y Edu de Valdepeñas” y no hace falta mucho más.
Al cerrar los ojos confiesa que no se ha llegado a ver siendo portero de primera división en el fútbol sala, pero sí defendiendo la portería del Madrid. “Me veo siendo portero”, dice Aitor cuando le preguntan cómo se ve de aquí a diez años. No sabe qué quiere estudiar, pero tiene claro que quiere seguir parando balones.
Su tío sonríe sabedor de lo duro que es el camino, de la cantidad de obstáculos que va a encontrar y de la necesidad de que la suerte se ponga de su lado para llegar a lo más alto. “De momento es muy pequeño y hay que dejar que siga soñando sin límites, pero está claro que en algún momento hay que explicarle que a la élite llegan unos cuantos elegidos y que para eso, hay que trabajar mucho cada día y tener esa pizca de suerte”.

La pasión está en el pequeño, que ahora teclea en Youtube para encontrarse con paradas y partido de su tío. “Me gusta verlo porque yo era muy pequeño y no me acuerdo”, aunque en su cabeza aparecen inmortalizadas algunas de las hazañas que protagonizó Borja, que confiesa que “es una de las espinitas» que tiene, «al no haber podido jugar más tiempo y que él me haya visto en mi mejor momento”.
Todavía quedan muchas etapas por quemar y Aitor tendrá que enfrentarse a muchos obstáculos para llegar a lo más alto, lo que sí está claro, es que si sigue disfrutando de este deporte, Borja Sánchez ya tiene heredero bajo palos.