Desde el principio, desde el pasado mes de agosto, desde que comenzó la pretemporada, el objetivo del Almagro FSF fue llegar al play off de ascenso a Primera División. Esa siempre fue su ilusión. Eso siempre estuvo claro. Lo que nadie esperaba, lo que no estaba previsto, es que las cosas sucediesen cómo sucedieron. No estaba previsto que en la cuarta jornada fueran líderes. Tampoco que hicieran el mejor inicio de liga de su historia, ganando los cinco primeros partidos, con casi 30 goles a favor. Y que después de una mala racha, de dos derrotas y un empate, perdieran el liderato. Eso tampoco estaba previsto. A partir de ese momento, a partir de la derrota en El Ejido, a falta de 18 segundos para el final, Almagro tuvo una racha bestial. Que comenzó en noviembre y no acabó hasta principios de mayo. Una racha de 18 partidos sin perder. 16 victorias y dos empates. Una racha que incluyó 11 victorias seguidas y casi 70 goles marcados. Eso destrozó las esperanzas de todos los rivales que aspiraban a jugar el play off. Eso sirvió para que Almagro fuese campeón a falta de un mes. Fue en Alcantarilla. Ni siquiera tuvieron que jugar para serlo. Porque antes de salir a calentar, fue cuando se enteraron que Melilla había perdido. Que eran campeonas. Que ya nadie podía alcanzarlas. Aquella noche, cuando llegaron a Almagro, entre humo rojo de bengalas y felicidad, vistieron a La Encajera de rojo. Aquel día, el 5 de mayo, fue el más bonito que nunca vivió el club.
Luego llegó la descompresión y algunas cosas más. Porque cuando logras el objetivo, lo normal es relajarse. Y pensar en lo que viene, que es el play off de ascenso. Y pensar en no lesionarse, porque no te lo quieres perder. Y los rivales juegan más motivados porque quieren ganar a las campeonas. Y si, además, tienes que recorrer mil kilómetros para jugar dos partidos en 27 horas, porque hay un partido suspendido que recuperar. Y juegas un viernes a las cinco de la tarde en Melilla y al día siguiente, juegas a las ocho de la tarde en Almagro. Si todo eso se junta, que se juntó, pues el resultado es que Almagro ya no volvió a ganar ninguno de los cuatro partidos que le quedaban de liga.
Pasaron dos semanas entre el final de liga y el play off. Dos semanas que se hicieron eternas. Que pasaron lentas, muy lentas. Vividas entre ilusión y nervios. Porque iba a llegar lo más bonito y lo más difícil. El momento de competir y disfrutar. Lo que tanto deseaban. Y eso daba algo de vértigo. Ramón Lozano mantuvo las tres sesiones semanales. No quiso poner más. Pensó que “si algo ha funcionado, es mejor no tocarlo”. El rival con el que jugarse el ascenso, en realidad, siempre les dio un poco igual. Apenas tenían referencias de ninguno como para poder tener una opinión sobre ellos. Cualquiera iba a ser difícil. Solo querían un viaje lo más corto posible. Y tocó jugar con Viajes Amarelle. Tocó viajar a La Coruña. El más largo de todos. Con diferencia. Casi 800 kilómetros.
Hablar de Viajes Amarelle es hablar de Severino Amarelle. El padre del club. Autónomo, dueño de una agencia de viajes y una flota de autobuses en Santa Comba, un pueblo situado a 60 kilómetros de La Coruña. Severino creó el club hace 20 años para jugar en la liga local del pueblo. Y lo quiso hacer de chicas. El club creció, se federó, acabó ascendiendo a categoría autonómica y tuvo que irse a La Coruña, porque ya no podían seguir jugando en la pista de cemento del pabellón del pueblo. Ahora son un referente regional en el trabajo con la base. Pero no descuidan el primer equipo. Procuran que esté lo más alto posible. Que para las niñas sea una ilusión llegar a él. Severino tiene 80 años, pero no los aparenta. Su pelo ya es blanco y sus ojos azules, cristalinos. Tan llenos de vida como de optimismo. De felicidad. A Severino se le ilumina la cara si le hablas del Viajes Amarelle. Si te acercas a él y le preguntas por el ascenso, sonríe y te explica, despacio, con resignación, “si subimos bien, si no, pues también. Qué le vamos a hacer”. Pero su ilusión es ascender. Volver a ver a su club en Primera, aunque solo sea una vez más. Regresar donde hace bien poco estuvieron tres temporadas seguidas.
Del play off, del partido de ida, el de La Coruña, ya solo quedan un puñado de recuerdos. Recuerdos de una tarde fría y lluviosa. De nubes grises y olor a mar, porque La Coruña huele a mar. De un pabellón pequeño, muy pocos asientos y una pista naranja. De los nervios de la presidenta Conchi Ledesma porque Mariajo no llegaba. De que la gente de Almagro fue minoría, pero hizo mucho ruido. Recuerdos de no haber visto un solo gol, de un peligroso empate a cero y de un regreso a casa largo, muy largo.
Del partido de vuelta quedará el recuerdo de una tarde calurosa. De un calor seco. Un calor duro y asfixiante. De abanicos que no servían para nada y muchos nervios. De un pabellón abarrotado, un griterío ensordecedor y toda la ilusión de un pueblo llena de calor. De aquella tarde, quedará el gol de Isa que daba el ascenso y del poco tiempo que hubo para imaginarse a Almagro jugando en Primera. Porque les empataron 1´26” después. Y luego llegaron tres goles más. Lentos, por goteo, que ya nunca pudieron remontar. De la pista se fue la ilusión y quedaron la tristeza, las lágrimas, el desconsuelo. Las jugadoras sentadas, tiradas en la pista, que lo dieron todo. No tenían más. No se les podía pedir más.
Volverá. Pronto volverá el fútbol sala a Almagro. La pretemporada en pleno verano, los partidos de preparación y las comidas en casa de Conchi. Volverán el Ciudad de Almagro y la ilusión de todo el pueblo. La Pasión Roja y la foto, antes de cada partido, de las jugadoras de los dos equipos. Volverán las camisetas rojas y el traje y corbata de Ramón Lozano. Volverán los viajes. Más cortos. Esta vez a Madrid, Segovia y Salamanca. A Telde. A Mora, Malagón y Puertollano. Todos, o casi todos, rivales nuevos. Porque a Almagro le cambiaron de grupo. Volverán. Volverán las ganas de play off. Todo llegará.
Un éxito de muchos años con el trabajo de muchas personas
Lo sucedido esta temporada en Almagro no es casualidad. A lo largo de casi diez años, a través de muchas personas y jugadoras, han sucedido cosas que lo han hecho posible. Cosas como todas las veces que las niñas de las escuelas deportivas de Almagro fueron campeonas. Provinciales, regionales, en categoría infantil, en cadete. Cosas como que Manuel Arévalo le pidiera a Conchi Ledesma, la actual presidenta, la creación de un club. Porque el talento de aquellas niñas, que ya no iban a poder seguir en las escuelas deportivas, no se podía perder. Cosas como los viajes de Manuel y Conchi a campeonatos regionales, nacionales, a concentraciones de selecciones autonómicas, a maratones de fútbol sala, para conocer a las mejores jugadoras, para saber a quienes podían fichar.
Cosas como que aquellas niñas, siempre acostumbradas a ganar, una vez en Segunda, tuvieron que aprender a competir, aprender a perder, a jugar 20 minutos a reloj parado. Cosas como el coraje, el compromiso de Anabel con el club. El respeto que infundía en el vestuario y su manera de motivar a las compañeras la temporada que Almagro luchó por mantenerse en Segunda.
Cosas como que con el paso de las temporadas, Almagro pasó a ganar más que a perder, a marcar más que a encajar, a rozar el play off dos temporadas consecutivas. Cosas como los goles de María Téllez. Insaciable. Adicta a marcarlos. Cosas como la llegada de Ramón Lozano. Un tipo serio. Experimentado en el fútbol sala femenino y en el masculino. Un motivador bueno, muy bueno. Un tipo comprometido, que viste traje y corbata en los partidos. Porque si es obligatorio en el fútbol masculino, también debería serlo en el femenino. Un tipo que tuvo plantillas cortas, tan cortas, que llegó a sentar en el banquillo a las lesionadas para llegar a la convocatoria mínima exigida.
Cosas como que Almagro, ante todo, es una familia. Y como tal se comporta. Entre ellos y con todo el que se les acerca. Una familia que solo piensa en las jugadoras. Que todo sea para ellas. Para que jueguen en las mejores condiciones. A cambio les piden compromiso. Que lo den todo, porque todo es lo que reciben. Ya lo dice Conchi: “Yo hago por las niñas, lo que una madre hace por una hija. Lo que me gustaría que hicieran por la mía”. Por todas esas cosas, nada de lo sucedido ha sido casualidad. Y tiene mucho mérito. Porque solo una vez, una sola vez en toda la temporada, Ramón Lozano pudo juntar a las 13 jugadoras en un entrenamiento. En el último, horas antes de la vuelta del play off.