Y Valdepeñas ascendió. Apenas hace un mes que lo hizo. La tarde de Antequera. La más deseada. La tarde en la que había que ganar y esperar. La tarde que la cola de entrada al pabellón llegó hasta la carretera. La tarde que la pista azul se llenó de rollos de papel. La tarde que Manu García sangró. Dani Santos gritó gol con toda la rabia del mundo. Nacho Pedraza corrió la banda para celebrar con los de La Curva el último gol. La tarde que el pabellón enloqueció cuando se enteró que el partido de Mengíbar había acabado. La tarde más maravillosa que nunca vivió el Virgen de la Cabeza.
Nunca imaginaron que acabaría llegando aquella tarde, cuando Luis Palencia y Antonio Lérida tramaron, hace poco más de 18 años, crear un club de fútbol sala. Ellos siempre fueron adversarios en la liga local de Valdepeñas. Luis jugaba en Intermarché. Antonio entrenaba en La Casera. Siempre compitieron para ser campeones. Con el paso de los años, Luis dejó de jugar y fue presidente de la liga local de fútbol sala. Antonio no dejó de entrenar, pero se pasó al fútbol. Y como Valdepeñas no es muy grande, de vez en cuando, volvían a verse. Luis le solía decir: “Antonio, algún día tenemos que hacer algo serio. Algún día tenemos que hacer un club de fútbol sala en condiciones. Las ideas las tengo muy claras”. “Antonio, ¿te atreves? ¿nos metemos en la aventura?”. Un día se metieron. Antonio sugirió que lo primero era hacerse con “14 personas sensatas” que ayudasen a construir aquello. Las buscaron y las encontraron. Entre ellas se encontraba Pilar Ballesteros, hoy imprescindible en la vida del club. Luis, fue el presidente. Y al frente del grupo de directivos, se encargó de los asuntos económicos. Del presupuesto, que es lo suyo. Antonio fue el entrenador. El primero que tuvo el club. Lo suyo siempre fue el banquillo. Se encargó de buscar jugadores. Los que a él más le gustaban. De la liga local de fútbol sala, hasta alguno se llevó del equipo de fútbol del pueblo.
El club debutó en Nacional B, lo patrocinó Inmobiliaria Teo, comenzó con 500 socios y en aquella temporada la grada lateral casi se llenaba en todos los partidos. Desde ese momento sucedieron cosas, llegaron personas sin las que no se puede entender el crecimiento del club. Llegaron tres ascensos y un descenso. Llegaron patrocinadores. Instalaciones 1º Mayo, Gesprohenar o Disfarol, que han quedado en la memoria colectiva del pueblo. Llegó Massey Ferguson. Y con Massey, Raúl Aceña. Un entrenador que siempre superó las expectativas. El entrenador del primer playoff de ascenso. Y con Aceña, llegaron Kikillo, Fer, Contreras, Kike. También llegó Joan Linares. Que lo cambió todo. Porque no solo marcó goles con una facilidad, que hacía pensar que eso estaba al alcance cualquiera. Sino que fue ejemplo de trabajo, de constancia, de humildad y compromiso. Su día a día en Valdepeñas fue un manual práctico de cómo un futbolista puede marcar goles durante más de 20 años y nunca perder la ilusión. Llegó Leo Herrera. Que fue el entrenador de los dos últimos playoffs. Que había sido segundo de Raúl Aceña. Un tipo joven, meticuloso. Incansable. Un estudioso del fútbol sala, de sus rivales, de los detalles. De las cosas mínimas, esas que muy de vez en cuando dan puntos. A su lado Pau Yepes y Andrés Parada. Su segundo y su preparador físico. Los eligió él. Y ya no les va a dejar marchar. Los tres se entienden. Saben trabajar en equipo.
Pero Valdepeñas también ha crecido como institución. Una suma de pequeñas cosas, han sido las que han hecho del club un producto atractivo. La pista azul. El puesto de retransmisión elevado para poder televisar con público al fondo. La publicidad azul en la grada lateral. Un equipo de prensa que ha aumentado la visibilidad del club en las redes. Todo eso ha hecho que Valdepeñas tenga mayor presencia en los medios, con mayor impacto de audiencia. Y por eso su valoración económica es mayor. Por eso, Valdepeñas es una marca atractiva.
Durante la temporada, la plantilla de Valdepeñas ha sido un equipo. Un equipo y algo más. Porque el rendimiento final del grupo, seguramente haya sido superior al sumatorio de los rendimientos individuales de los jugadores. Sinergia lo llaman. El buen ambiente del vestuario tiene mucha culpa de eso. Sus 13 jugadores han hecho historia. Nunca les olvidarán en Valdepeñas. No olvidarán a Mendiola. Sus paradas, su tranquilidad, su discreción. Un portero que da puntos. Como debe ser. No olvidarán el liderazgo de Mimi y de Zamo. Jugadores adultos. A los que mirar cuando las cosas van mal. No podrán olvidar la melena, la entrega y la fuerza de Manu García. El desahogo que da al juego y la codera de Nacho Pedraza. Los goles de Kike. La locura, el descaro y la irreverencia de Dani Santos. La locura de las celebraciones de Caio. La alegría de Iván Quintín. El enorme crecimiento de Juanan. Su ambición, su mejora en la defensa. La pausa, el pase y el talento de Rodrigo. La responsabilidad, la asunción del papel que debían tener en cada momento de Coronado y Jota. Nunca les podrán olvidar.
Siete meses
Casi 7 meses de competición han dejado recuerdos y sensaciones, que cuentan cómo fue el ascenso. El gol de Nacho Pedraza en la primera jornada. De juego de cinco en el último minuto. Las dos derrotas con Mengíbar. Las dos iguales. Siempre encajando gol en los primeros minutos. Siempre cuesta arriba. Las victorias sobre Betis, Castellón y Barcelona B. Los tres llegaron líder a Valdepeñas y allí dejaron de serlo. El esperpéntico episodio de la mopa la tarde de El Pozo y alguna cosa más. Los tremendos segundos finales de Montilla y Rivas, que quitaron una victoria y evitaron una derrota. El humo de la tarde de Antequera y un empate que supo muy mal. La remontada a Puertollano y la celebración más conmovedora que nunca hizo Caio. Lo inhóspito de jugar en Manzanares. Las victorias de equipo adulto en Sevilla y Murcia. Que hicieron creer que el ascenso directo era posible. El sufrimiento de los partidos de Tenerife y Lugo, los típicos equipos de la parte baja de la clasificación, que siempre se lucen en el Virgen de la Cabeza. Las siete victorias consecutivas, que hicieron desear que la liga no acabase nunca. El silencio del autobús de camino a la ciudad deportiva Joan Gamper y la maravillosa remontada de 3 goles en 9 minutos al Barcelona B. La cercanía del ascenso directo, los pocos pasos que quedaban para lograrlo, pero que no llegaba, y la ansiedad que eso trajo. Y que seguramente influyó en la dolorosa derrota con Rivas, que en aquel momento fue dramática. Lo interminable y angustiosa que fue la siguiente semana, la previa al partido de Elche. El recibimiento de la afición a los jugadores al llegar al Esperanza Lag. El maldito minuto final de aquel partido. El gol del empate de Dani Santos, que no se celebró porque todos estaban muertos. El mensaje de esperanza que Zamo repitió varias veces en el viaje de vuelta, “el punto ha sido bueno, vamos a ascender”. Y así fue. En la tarde de Antequera. La del 14 de abril del 2018. La que hizo feliz a un pueblo.
No queda mucho para que Valdepeñas cumpla el sueño de jugar en Primera. De competir en Primera. Da vértigo imaginarlo. Debe ser maravilloso vivirlo. Allí nunca se rendirán. Allí nunca dejarán de cantarlo, para que todo el mundo sepa que Valdepeñas nunca se rinde.