A veces tener que tomar una decisión puede llegar a ser en un problema. A veces llegar a un pabellón vacío, con las puertas recién abiertas y tener la posibilidad de elegir el asiento perfecto donde ver el partido puede llegar a convertirse en un verdadero problema. Porque puedes estar media tarde dando tumbos por las gradas y nunca acabar de encontrar el maldito asiento que te deje tranquilo. Tenía razón Jay McInerney, en Luces de Neón, cuando decía que “uno siempre tiene la sensación de que el lugar donde no está siempre es más divertido que aquel en donde está”. Que si centrado en un lateral. Que si en el lado donde crees que tu equipo atacará en la segunda parte, o mejor donde defenderá. Que si una fila más abajo o dos más arriba, porque abajo ves el juego de cerca, las miradas de los jugadores, los pequeños detalles, pero arriba tienes una amplia perspectiva de la pista, ves todo el juego, aunque no entiendas nada.
El sábado pasado en Tudela no hubo problema en elegir asiento. Dio igual llegar al pabellón con las puertas recién abiertas y tener casi mil butacas libres para elegir, dio igual arriba o abajo de la grada, derecha o izquierda, dio igual porque desde cualquier lugar se veía rematadamente mal, ni la banda, ni los banquillos, ni a los suplentes calentado, ni a los entrenadores, nada de nada. Y es que ver un partido así, es como ver una película en versión original sin subtítulos. Tampoco se oía bien, porque con cada posesión de Valdepeñas aparecía un ruido molesto y ensordecedor de bocinas. Y las equivocaciones, esas tampoco faltaron, aparecieron, condicionaron el partido y una vez más impidieron al equipo competir en igualdad de condiciones. Y así es muy difícil. Al final del partido, ya de noche y con la amarga sensación de que durante toda la tarde no había encajado ni una sola pieza, las noticias del empate en Segovia y la hermosa locura de la gente de Valdepeñas, que paró el autobús, que pidió que bajasen los jugadores, que estos no dudaron en hacerlo, hicieron que las cosas no pareciesen estar tan mal, que nada estaba perdido, que estando todos juntos las cosas se podrán arreglar.
Hasta que la sección de fútbol sala del Barcelona ha llegado a ser lo que es, hasta que el club decidió darle la importancia y la jerarquía acorde a la institución que representa, pasó mucho tiempo. Nació a finales de los setenta, comenzó en la Tercera división catalana, creció, ascendió, llegó hasta la Primera División y la ganó dos veces seguidas. Luego el club disolvió la sección. Pasaron unos años y la volvió a crear, el fútbol sala se unificó, nació la LNFS, y allí estuvieron, en División de Honor. En aquellos tiempos la sección no era profesional, los jugadores lavaban la ropa en su casa y ni siquiera entrenaban en el Palau. Aun así, llegaron a unas semifinales de Liga y ganaron la Recopa, en Lérida, ante la Roma, en un pabellón lleno que fue una fiesta, y que, aunque no era un torneo oficial, hizo mucha ilusión.
Luego, aunque el club no la disolvió, pero redujo el presupuesto, llegaron tiempos difíciles y el equipo tuvo que sobrevivir a base de canteranos y la sección comenzó a dar tumbos. Que si descenso a Plata, que si luego un ascenso para volver a descender otra vez, que si dos play offs de ascenso perdidos. Hasta que el club decidió profesionalizar la sección y le aumentó el presupuesto asignado, porque al final, casi todo es cuestión de presupuesto. El club fichó a Marc Carmona y le encargó que se ocupara del proyecto. Con Carmona llegó el ascenso a Primera. Y con el ascenso llegó Javi Rodríguez, una verdadera declaración de intenciones, porque en aquellos momentos, era considerado uno de los mejores jugadores del mundo, que venía de ganar Ligas y Copas de Europa con Playas de Castellón, Mundiales y Eurocopas con la Selección. Según aumentaba el presupuesto, cada vez fichaban mejores jugadores, hasta que llegó un momento en el que coincidieron en la pista, entre otros, nombres como Wilde, Fernandao, Jordi Torras, Saad, Lin, y entonces llegó el dominio absoluto y aplastante del Barcelona, que durante tres temporadas seguidas lo ganó todo, Liga, Copa y Copa del Rey. Y a parte, dos Copas de Europa. Luego estalló el asunto de la salida de Marc Carmona, el contrato que no pudo acabar, el hartazgo del vestuario, la rueda de prensa de su despedida y su descontento. Pero eso es otra larga historia.
Hace un tiempo, escribía Juan Tallón que “el fútbol se reserva siempre una zona oscura e indomable que no se puede controlar”. Todo lo bueno que Valdepeñas pueda lograr este domingo ante el Barcelona, solo podrá venir de ese lugar, en el que a veces pasan cosas maravillosas. Porque Barcelona es el tipo de rival que tan bien describió Leo Herrera esta pretemporada, cuando, hablando con él sobre lo que nos íbamos a encontrar en Primera División, dijo que “en la Liga hay una serie de equipos ante los que si te equivocas te va a ganar, pero que si no te equivocas y lo haces todo bien, seguramente también te gane, porque son los mejores”.
Pero no será imposible lograr algo positivo. ¿Por qué no se puede? ¿Por qué no se puede si Peñíscola ganó en el Palau después de recibir un montón de disparos a los postes? ¿Por qué no se puede si Cartagena, jugando de cinco, les empató un 1-5 en 8 minutos? ¿Por qué no se puede si Industrias con dos goles en el último minuto también les ganó en el Palau? Claro que se puede. Y además Valdepeñas tendrá de su parte al Virgen de la Cabeza, y eso es mucho.
Los jugadores del Barcelona habrán oído hablar de lo que allí se vive, pero pronto lo sentirán, que no hay nada parecido en toda la Primera División, que la gente de aquel pabellón recién reformado, por momentos, entra en estado de locura y lo convierte en lugar desapacible, ensordecedor, donde todo parece posible, donde nadie nunca se rinde, donde en una de las esquinas, donde están los tambores, donde un puñado de locos están todo el partido de pie, hay un tipo delgado y con gafas que no para de cantar y que no deja que nadie deje de hacerlo. Los jugadores del Barcelona verán y contarán lo que allí suceda. Ojalá todo salga bien.