A finales de los años setenta era tradición que cada mes de diciembre se celebrase en el Palacio de los Deportes de Madrid, organizado por el club Arquitectura de Rugby, el llamado Maratonbol, un torneo de fútbol sala, el más prestigioso que en aquellos tiempos había en el país, y que ininterrumpidamente durante casi dos días, y salpicado por exhibiciones de otros deportes, reunía a equipos de toda España. Fue habitual ver por allí al Interviú Hora XXV de José María García.
Enamorados del espectáculo que aquel nuevo deporte ofrecía, un grupo de amigos segovianos, fueron más allá de practicarlo y decidieron crear en su ciudad, en Segovia, un club. Lo llamaron La Escuela, luego La Escuela Horno de San Millán y por motivos de patrocinio siempre será recordado por Caja Segovia. Lo que aquellos amigos nunca imaginaron es que su afición, aquel club, aquel nombre de entidad financiera, iba a cambiar para siempre la idiosincrasia de su ciudad, porque en lo que a deporte se refiere, Segovia es de fútbol sala. Ese deporte les ha dado cosas maravillosas, porque durante un tiempo, corto pero inolvidable, Caja Segovia, a finales del siglo pasado, fue el mejor equipo del mundo. Una Liga, una Copa de Europa y la Intercontinental a lo largo de dos temporadas, además de tres Copas y tres Supercopas consecutivas.
Pero también, el fútbol sala les dio el disgusto más grande que nunca tuvieron, porque diez años después de haber sido los mejores, cuando la afición había vuelto a ilusionarse en que tarde o temprano iban a volver los títulos, cuando habían llegado a una final de Liga y acababan de caer en una semifinal, se quedaron sin patrocinador, porque Caja Segovia fue absorbida por otra entidad financiera, y como no podían pagar la inscripción de Primera, ni mantener la plantilla, se vieron obligados a participar en la Segunda División; con el nombre de Segovia Futsal, con otro escudo, el de las alas doradas, y claro, sin patrocinador. Así fue, 24 temporadas después, todas las que hubo desde que nació la LNFS, Segovia por primera vez no iba a estar en la máxima categoría. Y es que allí donde no hay industrias, ni grandes empresas, no suele haber un equipo que luche por títulos. Segovia es uno de esos lugares.
Diego Garcimartín Aguado creció rodeado de instrumentos musicales. Su abuelo daba clases de guitarra a los chicos del pueblo. Su padre tocaba el piano. Por eso su instrumento es el piano, no puede pasar por delante de uno sin la tentación de tocarlo. No fue nada extraño que Diego acabara estudiando en el conservatorio de Segovia, llegó hasta 8º de piano. También estudió Magisterio, especialidad musical, y, con el tiempo, llegó un momento en el que tuvo que decidir entre la música y la docencia. Eligió lo segundo, se preparó las oposiciones a maestro y las aprobó. Ahora es Director de un CRA en Segovia, un pequeño colegio rural, de los que se suele decir que “los pasillos entre las aulas son las carreteras entre los pueblos”.
Pero Garcimartín es más que un músico o un maestro. Es un loco del fútbol sala, es el entrenador de Segovia. Lo fue desde que el club se vio obligado a inscribirse en la Segunda División, confiaron en él y todavía lo siguen haciendo. Es un tipo humilde, que nunca pensó que pudiera llegar a entrenar al primer equipo de fútbol sala de su ciudad, y que lo hizo muy bien, porque en 4 temporadas logró el ascenso y la pasada la permanencia. Garcimartín es un tipo familiar, al que le gusta reservar un hotel y acudir con toda su familia a pasar unos días allí donde se celebra la Copa de España. También es discreto, porque cuando acude a los partidos de su hijo, que juega al fútbol sala, se sienta en la grada y nunca dice nada, no quiere ser un padre-entrenador, tan solo al final del partido le pregunta a su hijo si lo pasó bien.
Cuando el pasado miércoles, la cuenta de Twitter de Valdepeñas FS anunció el fichaje de Javier García Moreno “Chino”, una sonrisa, un puño cerrado, alegría, esperanza y toda la ilusión del mundo se amontonaron en un instante. En ese momento fue inevitable que se viniese a la mente el “caso Ferrol”, que tan presente ha estado durante toda la temporada, siempre como el ejemplo perfecto de que al final, por muy mal que estén las cosas, todo se puede arreglar. Porque en Ferrol, en diciembre del año pasado, al final de la primera vuelta, las cosas estaban realmente mal, el equipo no había sido capaz de ganar ningún partido y solo había logrado 4 empates. Pero hicieron lo más difícil, respiraron con calma, cerraron los ojos y contuvieron los nervios; tuvieron paciencia, confiaron en Diego Ríos e hicieron un enorme fichaje, Adrián. El tiempo les recompensó, ganaron 6 partidos y se salvaron. Por eso todo parecía encajar en Valdepeñas, porque estaba sucediendo lo mismo, el equipo estaba mal (no tanto como lo estuvo Ferrol) y había llegado un enorme jugador, Chino.
Todo parecía encajar hasta que dejó de hacerlo, hasta que de nuevo la cuenta de Twitter de Valdepeñas FS hacía otro comunicado: “Leónides Herrera Álvarez, no continuará como entrenador del primer equipo”. No podía ser. ¿En serio? ¿Leo Herrera estaba cesado? ¿Cesado a tres días de jugarse la vida en Segovia? ¿Cesado con el equipo mal, porque el equipo no estaba bien, pero salvado, porque con estos números, al prevalecer los enfrentamientos directos en caso de empate, de los tres colistas, el salvado era Valdepeñas? ¿Cesado tres horas después de anunciar el fichaje de un jugador que nunca nadie imaginó que pudiera llegar a vestir de azul? ¿No merecía Leo Herrera y su cuerpo técnico la oportunidad de volver a empezar con un equipo casi nuevo, reforzado por Chino y por los grandes jugadores que seguramente estaban por venir? ¿No merecían una última oportunidad? Ni Diego Garcimartín, ni Manuel Luiggi estaban ni cerca de estar bajo sospecha y, ¿en Valdepeñas ya se había acabado la paciencia y la confianza? ¿Tan pronto? ¿Por qué?
El partido de este sábado, por fuera, será como los de la temporada pasada. Como el de Montilla, el de Rivas o el de Antequera; como el de Amate, el de Murcia o el de Castellón. Será una fiesta, será una locura. Pero por dentro, no será igual, ya no podrá serlo, porque al vestuario, a los jugadores, les faltarán tres de su equipo, y eso les ha dolido en el alma, porque el compromiso de los jugadores con el cuerpo técnico era enorme, escenificado por el abrazo de Zamo a Leo en el partido de Antequera. Por eso, el partido estará entre la tristeza, la esperanza y la alegría si todo sale bien.