Esta historia comienza en Alcobendas, a finales de los ochenta, cuando Juanlu Alonso conoce a Eva siendo todavía unos niños. Eran vecinos de la misma urbanización. Veranos en la piscina. Juegos de cartas en el césped. Se buscaban con la mirada. Sonrisas furtivas. Se gustaban. Luego llegó el vértigo de la primera cita. Fueron novios diez años. Ella acabaría siendo profesora de matemáticas. Él soñaba con ser entrenador profesional de fútbol sala. Esa era su pasión. Eva le apoyaba y le seguía a todas partes con una sonrisa en la cara. Que si el domingo vamos a Talavera a ver la final de la Copa de Europa. Que si el fin de semana nos escapamos a Granada y de paso vemos algo del Europeo de selecciones. Aunque en el fondo, ella pensaba que no lo conseguiría. Se equivocaba. No sabía lo terco y cabezón que Juanlu podía llegar a ser.
Quien no se equivocó fue Jesús Candelas, que algo especial debió ver en aquel joven que acababa de salir de la facultad de INEF, con los libros de la oposición recién comprados, aún sin abrir, con apenas experiencia en Nacional A, para llevarlo como segundo entrenador y preparador físico a Carnicer Torrejón, de División de Honor. Así asomaba Juanlu Alonso a la élite del futbol sala nacional. Y en ella sigue. Ya lleva 23 años y más de 500 partidos entre banquillos y vestuarios, autobuses y hoteles a las afueras. Siempre con su portátil y su cámara de vídeo bajo el brazo. Por media España. En Lugo y en Burela. En Benicarló y Peñíscola. En Puertollano y Manzanares. En Navalagamella. En Las Rozas, Pinto, Torrejón y Alcalá. Hasta a Italia se fue a entrenar.

Juanlu es un solucionador de problemas. El señor Lobo, el personaje de Harvey Keitel en Pulp Fiction. Donde aparece un problema acuden a él. Y allí se presenta. Puntual. Pide una taza de café, le pega dos sorbos y, sin dudar, reparte instrucciones para solucionarlo todo. Así es Juanlu cuando ficha por un club. Se presenta en el vestuario. Los jugadores le esperan sentados. Les mira a los ojos y les explica lo que quiere de ellos. Compromiso. Como él dice: jugadores inteligentes. Que son los que saben que si ayudan al compañero, al grupo le irá mejor. Entonces ellos serán los protagonistas y se llevarán todas las miradas. Y comienza a entrenar. El ataque desde la defensa, que el rival solo piense en no perder el balón; el juego vertical, con la elaboración justa; y si tiene un pívot polivalente, hacer que el contrario no sepa si juega de cuatro o con 3-1.
Mientras tanto, espera a que el grupo se convierta en un equipo. Nunca se sabe cuánto puede tardar. Varía según el entendimiento y la afinidad entre los jugadores. Puede que tres meses. Puede que temporada y media. Llega cuando un día aparecen las dificultades, una expulsión, un jugador importante cae lesionado, y el grupo no se resiente, ni en lo táctico, ni en lo emocional, y no importa quién esté en pista, que no se nota, y las caras de los jugadores dicen que no pasa nada, que lo vamos a sacar. Entonces ya está, ya tiene equipo. A partir de ese momento todo resulta más fácil.
Juanlu no hace magia, ni milagros. Solo es un entrenador que trabaja a destajo, que tiene una habilidad endiablada para convencer al jugador de que sus ideas son las mejores para todos, que es capaz de leer el juego, analizar y tomar decisiones acertadas en cuestión de segundos. Hace tiempo aprendió que el entrenador no gana partidos, solo ayuda y que su tarea es sacar el máximo potencial del jugador. No olvida que si quiere seguir entrenando, no puede creer que lo sabe todo, tiene que seguir formándose, seguir fijándose en los demás, ver sus partidos y aprender de ellos todo lo que pueda. Y siempre se asegura, cuando llega a un club, tener línea directa con quien toma las decisiones, para poder explicarle él mismo lo que hace y por qué lo hace.

Juanlu es el vecino a quien dejas las llaves de casa cuando te vas de vacaciones. Confías en él. Sabes que cuando regreses no tendrás sorpresas. Por eso, cuando un club le ficha y deposita sus esperanzas en él, las cosas casi siempre salen bien. En Pinto querían jugar el play off de ascenso. Pidió jugadores, le escucharon y arrasaron. Ascendieron sin perder los últimos 23 partidos de liga. Inter quería cambiar de ciclo y volver a ganar la Copa de Europa. Cesaron a Jesús Candelas y confiaron en él, que ya había estado en el club. Les dio la Supercopa, Copa y Copa de Europa. En Benicarló se ahogaban por las deudas y no podían permitirse descender a Segunda. Le dieron un equipo muy joven, los exprimió todo lo que pudo y desató la locura. En febrero jugaron la Copa y en mayo eliminaron a ElPozo en cuartos del play off de liga. En Burela andaban nerviosos. Iban últimos, se iban a Segunda y el equipo no reaccionaba. Llegó de urgencia en febrero. Al acabar la liga el descenso quedó a 12 puntos y en la temporada siguiente jugaron por el título de liga. Luego llegó Peñíscola, que es como Benicarló, pero unas calles más abajo. Le pidieron la permanencia. Los llevó a la Copa y por un punto no jugaron el play off de liga.
El último en llamar fue Manzanares. Le dieron un equipo justito para llegar al play off de ascenso y él los ascendió a Primera. En la temporada siguiente tuvo el reto más difícil de su carrera. Debían salvarse en una liga donde descendían tres equipos, ellos eran los únicos novatos y no tenían jugadores que marcasen la diferencia. Para que no les pillase por sorpresa, para evitar bloqueos y nervios, mentalizó a sus jugadores de que ganarían pocos partidos y estarían todo el año abajo. Así los hizo fuertes. Sufrieron, penaron y se salvaron a falta de dos jornadas. Hoy son el club más feliz de la liga, sueñan sin límites y este pasado sábado lograron por primera vez una histórica clasificación para la Copa de España.

Cuando Juanlu se decidió a pedirle matrimonio a Eva, sentados en su coche, en el aeropuerto de Barajas, nunca imaginó lo que se les venía encima. Su oficio de entrenador iba a condicionar la estabilidad de la familia que estaban por formar. Para poder seguir viviendo en casa, mientras pudo, Juanlu eligió entrenar clubes madrileños.
Pero llegó un momento en el que tuvo que salir de Madrid. Entonces las cosas se complicaron. Ella sola en casa, con los niños, a cargo de todo. Él solo en un piso de alquiler, paredes con gotelé, el sofá vacío, las buenas noches siempre por teléfono. Para esos momentos, para estar en familia y que sus hijos le conociesen, Juanlu ideó un plan perfectamente diseñado, medido y milimetrado. Lo aplicó cuando estuvo en Benicarló, Burela y Peñíscola. Se verían todos los fines de semana. Cuando jugaba en casa, los viernes al mediodía, después de entrenar, Juanlu cogía un tren o un avión hasta Madrid. Allí se reunía con su familia, se montaban en coche y recorrían los más de 500 kilómetros hasta Benicarló, Burela o Peñíscola. El sábado lo pasaban juntos. El domingo, todos volvían a recorrer por carretera los más de 500 kilómetros de regreso a Madrid. Y el lunes por la mañana, Juanlu tomaba un tren o avión para volver al trabajo. Si jugaba fuera, con permiso del club, desde la ciudad del partido, Juanlu se las ingeniaba para ir hasta Madrid, pasaba el domingo y el lunes por la mañana regresaba a su club. Las dos temporadas que entrenó en Italia el plan fue parecido. Volaba a Madrid los domingos por la mañana. Regresaba a Italia los lunes a primera hora de la mañana.
Juanlu y Eva podían haber naufragado. El fútbol sala pudo acabar con ellos. Pero ella respetó su profesión, le dio la mano y se armó de paciencia siempre que pudo. Juntos vivieron momentos tristes. Como el cese de Lugo a los cinco meses de estar allí, con su mujer, con su primera hija, con toda la ilusión del mundo. Tuvieron que hacer las maletas y regresar a casa. Aquel vestuario fue demasiado difícil de llevar para un entrenador de apenas 30 años. Vivieron momentos tensos. Como la discusión que hubo en casa cuando decidió fichar por Benicarló. Aquello pudo salirle muy caro. Pero eso no lo pensó. Estaba cegado por el dolor de haber sido cesado de Inter después de haberlo ganado casi todo. Quería demostrar que habían sido injustos con él. Vivieron momentos de angustia. Como los últimos 6 meses que pasó en Benicarló, sin cobrar, sin verse capaz de abandonar a aquellos jugadores que estaban allí por él, hasta que a mitad de temporada, el club se retiró de la liga.
Esta temporada Juanlu duerme de lunes a miércoles en un hotel a las afueras de Manzanares. El resto de la semana lo hace en casa. Todavía tiene fuerzas para vivir así. Ni se le pasa por la cabeza dejar de entrenar. Lo hará cuando ya no pueda más. Cuando ya no resista los siete entrenamientos semanales a principio de temporada. Cuando se le haga cuesta arriba montar 4 vídeos semanales de 20 minutos. Lo dejará cuando su cuerpo no aguante dormir en el asiento de un autobús. Cuando sus rodillas no soporten estar medio partido en cuclillas. Lo dejará, y tal vez se piense lo de director deportivo, que le apasiona. Conocerse el mercado de memoria, mirar otras ligas, fijarse en los equipos que lo hacen bien, en los jugadores que destacan y verlos hasta en siete partidos, para no equivocarse. Lo dejará y regresará a casa, tirará las maletas en la entrada y no volverá a vestir traje y corbata. Lo dejará, y como cuando eran niños, mirará a Eva, sonreirán, y sin palabras, se dirán que sí, que lo conseguimos, que sobrevivimos al fútbol sala.