La Copa del Rey se pone en juego en Ciudad Real

La noche del martes 18 de septiembre, en el Polideportivo Belabieta de Ibarra (Guipúzcoa), Lauburu KE y San Juan AD, disputaron el primer partido de la Copa del Rey de fútbol sala 2018/19. Fue una de esas eliminatorias previas a la primera fase que disputan algunos clubs de Segunda B. Ganaron los vascos 3-2, pero no llegaron muy lejos, Rivas les eliminó un mes más tarde.

Después de aquel partido, otros 45 clubes, todos los de Primera División, todos los de Segunda y algunos de 2ªB, iniciaron su particular camino de baldosas amarillas que es la Copa del Rey. Un maravilloso viaje que unos emprendieron con la obligación de ser campeones, otros con el sueño de llegar lo más lejos posible, o recibir a un grande, o a un equipo de Primera, con un nombre lo suficientemente atractivo como para llenarle el pabellón.

Un viaje en el que cualquier cosa les podía llegar a suceder, porque si por algo esta competición es única y especial es porque hace a todos los equipos iguales, al menos durante 40 minutos; donde el club de menor categoría siempre juega de local; donde basta con empatar el partido, luego la prórroga y, más tarde, ganar la tanda de penaltis para pasar ronda; donde pueden llegar a enfrentarse enormes clubes, de grandes presupuestos y descomunales jugadores, con diminutos equipos de pequeñas poblaciones, como Pallejà (Barcelona), Guardo (Palencia) o Agüimes (Gran Canaria).

Después de 8 meses, de 43 partidos y eliminatorias, de los 47 equipos que comenzaron, solo quedan Ribera, Jaén, Inter y Barcelona. Los 4 que este fin de semana estarán en Ciudad Real. Sí, otra vez Ciudad Real, que tras albergar la Copa de España y la Supercopa, va a estrenar formato de la única Copa que le quedaba por organizar.

Si en las 8 ediciones de vida que ha tenido la Copa del Rey las semifinales siempre fueron a doble partido, ahora, la RFEF, bajo la fórmula de final a cuatro, ha elaborado un producto que va más allá del fútbol sala, un producto de consumo y entretenimiento, que es hacia donde últimamente se encamina el mundo del deporte. Ese producto, que nace de la idea de exprimir y dar brillo a esta competición, comprime en un fin de semana las semifinales y la final, y toma como base el Quijote Arena. En él, donde cualquier asiento tiene buena visibilidad, han cambiado la pista de parqué pegajoso de resina de balonmano, por la pista azul de madera de la LNFS; sustituido las porterías de madera de balonmano, por las metálicas de fútbol sala; decorado todos los lugares estratégicos del pabellón con la imagen corporativa del evento; colocado paneles de publicidad luminosa frente a los puestos de televisión, y no han dejado nada al azar. Porque todo, durante los tres partidos, estará concienzudamente medido y sincronizado. Cada afición ocupará su esquina asignada. Los jugadores, y detrás, en ordenada fila, su cuerpo técnico, saldrán a disputar cada partido justamente a la hora establecida. La música sonará en los momentos que tenga que sonar. El speaker intervendrá y dirá lo que el guion le dicte. Y todo acabará la tarde-noche del domingo, cuando el capitán del equipo campeón alce el trofeo y aparezca la molesta lluvia de confeti para adornar el momento.

Lo poco que tienen en común los cuatro participantes, es que van a jugar para ganar, que para eso han venido, porque por lo demás, parecer, se parecen en muy poco. Cada uno, con sus fortalezas y sus flaquezas; cada uno, con unas expectativas y su particular interpretación de las victorias y las derrotas.

El oficio de Movistar Inter siempre fue el de ganar títulos, los que sean, contra quien sea, por el resultado que sea, eso nunca importó. Pero ganar. Como si hacerlo, obedeciera a una ley de la naturaleza que tuviera que cumplir forzosamente. Ahora está mal, tan rematadamente mal que hace 17 temporadas que no acababa una liga regular con tantas derrotas como en esta.

Al Barcelona, se le puede considerar un grande, desde apenas hace 8 años, desde que su club, decidió que la sección de fútbol sala iba a estar a la altura de la institución que representa. Líder de la liga regular, ha ganado sus dos partidos de liga a Jaén y a Ribera, y solo Inter le ha podido empatar uno.

Jaén hace poco que se especializó en ganar Copas de España y llenar pabellones de camisetas amarillas. La temporada pasada, jugó la final de la Copa del Rey en Cáceres, y su afición llenó 30 autobuses para no dejarles solos. Les han separado 5 puntos del puesto que se queda sin jugar el play off por el título.

Ribera Navarra es especial, un club serio que viste de naranja, impregnado de un halo de familiaridad y romanticismo, patrocinado por una marca de patatas fritas, que sobrevive a base de competitividad, con sede en la pequeña Tudela, pero que representa la identidad de toda la Ribera Navarra, que tiene una afición que está muy loca, y un entrenador con el que sin dudarlo, uno iría al fin del mundo.

Generar expectativas nos suele condicionar la percepción de la realidad. Imaginar cómo van a ser los partidos de este fin de semana, condicionará nuestro modo de verlos, de sentirlos, hasta de aburrirnos. Por eso, seguramente, lo mejor sea no pensar en ellos, ni siquiera tratar de imaginarlos, tan solo sentarnos en el asiento y disfrutarlos, tal y como salgan; y no intentar entenderlos, porque eso distrae. Y si decidimos, al menos por unas horas, que uno de los cuatro equipos sea el nuestro, entonces nos apasionaremos. Será bonito ver cómo es el final del camino.