Cuando uno elige equipo, sin saberlo, está eligiendo la forma en que quiere sufrir los domingos. Hay casos en los que esta máxima se lleva al extremo y casi siempre, va ligada al fútbol modesto y a la figura de personas que como Santos Jiménez en Puertollano, acaban dentro de su estructura, dedicándose en cuerpo y alma sin que el dinero sea la recompensa para el tiempo, el trabajo y los dolores de cabeza que se derivan.
Cualquier aficionado al fútbol en la ciudad minera sabe de quién se habla en estas líneas, a pesar de que siempre ha sido una persona que ha pasado de costado, sin hacer ruido, trabajando en silencio y sin importar la categoría, las condiciones climatológicas o si ese domingo se jugaba en tierra y había que bajar al barro. En total, en este recorrido de azul, han sido veinte años a pie de campo, otros tanto ocupando tribuna para sufrir con los suyos; porque si de algo se sabe en este club es de las alegrías efímeras.
Hay colores que se visten por fuera y se sienten por dentro y Jiménez es uno de los que se define con el azul en todas sus gamas. «Como calvosotelista, como casi todos los aficionados de Puertollano, llevo siéndolo desde pequeño. A este campo -El Cerrú- me traía mi padre y quitando un periodo en el que por trabajo estuvimos fuera, siempre he sido uno más animando al equipo de mis amores».
La etapa como directivo comenzó después, en el año 2004, aunque con dos décadas de por medio, algunas fechas bailan, porque dejan de ser trascendentes en medio de un relato repleto de momentos imborrables. «Si no recuerdo mal empecé esa temporada y desde entonces, he intentado aportar mi trabajo y mi dedicación al equipo como me habéis visto».
Desde que bajó por primera vez a pie de campo, sus fotos y sus crónicas han sido testigo de la historia de un equipo que ha vivido entre los vaivenes de sus éxitos y fracasos. En el camino ha habido grandes gestas como los partidazos de Copa del Rey contra Getafe o Villarreal, han caído algunos títulos, pero también se han soportado las decepciones de esas que curten y obligan a que el amor incondicional esté por encima de cualquier otra cosa, tratando de ser fuertes mientras las gradas se vaciaban y sólo quedaban los de siempre.
En estas dos décadas, sus cinco cámaras y tres teleobjetivos han inmortalizado el fútbol de Puertollano. «Ni soy periodista, ni soy fotógrafo, ni nada de nada. Sí es cierto que siempre me ha gustado la fotografía, pero nunca me había planteado lo que ha pasado. Cuando te metes en esa dinámica es la inercia la que marca el camino. Al principio, empecé con cuatro fotos, con cuatro notas resumiendo los partidos, pero con el paso del tiempo lo que era un hobby se va profesionalizando, porque en cierta medida, es lo que esperan de ti».
En esa exigencia tantas veces desagradecida, no se computan las horas que hay detrás. «Al final, estar detrás de esa parcela de comunicación del club se ha convertido en otro trabajo, que muchas veces te exige incluso más tiempo que el que realmente lo es. Aquí puedes echar las horas que quieras, porque siempre tienes algo más que hacer o que mejorar y porque van surgiendo otras parcelas como han sido las redes sociales en los últimos años».

Hablando del tiempo, confiesa Jiménez que la conciencia de todo el que ha transcurrido «uno la tiene cuando empieza a ver fotos y cuando te ves a ti mismo». Lo que tiene claro es que «ha sido un orgullo representar al club todos estos años. No es lo mismo estar dentro del club, siendo parte de la directiva y conviviendo con las plantillas que hemos ido teniendo, que hacerlo sólo como seguidor. Todo se dimensiona mucho más».
Las victorias tienden a celebrarse con la cautela de quien sufre por si dejan de producirse, las derrotas escuecen más, regalando noches en vela como si el insomnio sirviese para que la pelota fuese a entrar en uno de esos lamentos que se reviven. Ser del Calvo Sotelo Puertollano implica aceptar las derrotas con mayor asiduidad de lo debido. Aunque la sensación es que siempre se está cerca de hacer algo grande, lo cierto es que los años de gloria se vivieron los 70 y desde entonces, sólo ha habido amagos de lo que se añora con fuerza, pero no se consolida.
«En estos años hemos sufrido por desgracia la desaparición del club, tener que empezar desde cero. El primer año fue durísimo, porque además se prometió a los socios recuperar la categoría nacional rápido y lo hicimos año por año, con esa presión añadida y con una afición que tenía la ilusión reventada».
En ese renacer épico, saltando escalones mientras la ilusión todavía se mantenía en cuarentena, resalta Jiménez la figura del entrenador de entonces, Andrés Viñas. «Lo que hicimos fue muy difícil. No sé cuántos equipos habrán conseguido esa hazaña, pero fue increíble porque coincidimos con otros equipos grandes que empezaban como nosotros y que tenían el mismo objetivo por delante. Creo que tanto Viñas, como los futbolistas de la casa, dieron la cara y demostraron que el amor al escudo nos hace grandes».
La Copa Federación, el recuerdo más feliz de Santos Jiménez
En veinte años en la vida da tiempo para todo. Devorar un par de coches, empezar una carrera en la Universidad, jurar amor eterno unas cuantas veces por año, perder el pelo en el camino; pero si algo no cambia, es que los domingos siempre se anima al mismo equipo y que se come paella en casa.
«Aquí lo más difícil es lidiar con la ilusión. A todo el mundo le gusta ganar, aquí en Puertollano, como en todos los sitios». La diferencia respecto a otros lugares, siempre la han marcado los fieles al azul. «Por suerte, nuestro club tiene una masa de socios que son fieles y que siempre han estado arropando al equipo. Dependiendo de los resultados, esa masa social ha podido crecer un poco más o un poco menos, pero antes de empezar, ya sabías quiénes no iban a faltar a tu lado».
Con esos fieles al azul, Santos Jiménez ha vivido algunos de los momentos más felices de su vida, porque de alguna forma, llevar tantos años dentro del club hace que gran parte de su biografía tenga por medio pasajes que hablan de fútbol. Entre los recuerdos de los días felices, rememora la segunda Copa Federación. «Esa victoria en Lemona la tengo grabada a fuego en la memoria. Los ascensos a Segunda B o las eliminatorias de Copa fueron increíbles, pero me quedaría con la Copa».

Veinte años inmortalizando el Calvo Sotelo Puertollano
Después de veinte años recorriendo los campos de toda España acompañando al equipo de sus amores, el Calvo Sotelo Puertollano, ha llegado el momento de dar un paso al lado, para volver a presenciar los partidos desde la tribuna, como un espectador más de los que cada domingo mata los nervios pelando pipas y analizando las jugadas que se suceden sobre el verde con el que sufre al lado.
«Personalmente, estaba con el depósito de gasolina en la reserva. Para seguir se necesitan que te llenen el depósito de ilusión o jugártela y llegar hasta donde llegue el combustible». Para la nueva junta directiva que llegue a partir de este verano, él tiende su mano, aunque tiene clara su postura.
«Yo soy un hombre de club y estaré para echar un cable a quien lo necesite y a quien me lo pida, pero realmente necesito parar y disfrutar de mi equipo desde otra posición distinta. Esto es ley de vida; son ciclos y creo que el mío, junto a los que han sido mis compañeros en la directiva ha terminado y nos marchamos orgullosos del trabajo que hemos hecho. Hemos sido como una segunda familia».
Ahora que la temporada ha concluido, la ilusión está fuera del rectángulo de juego, en lo mundano. Junto a él, a lo largo de todo este tiempo ha estado siendo su máximo apoyo, su mujer Adela. Emocionado, es a la que más le agradece que haya ejercido como respaldo cuando más difícil se volvía todo. «Si no fuese por ella,..», dice mientras le continúa el silencio buscando palabras en medio de ese nudo en la garganta que nace por acumulación de recuerdos.
«Me emociono porque han sido muchos momentos duros también los que hemos vivido. Esto del fútbol te quita mucho tiempo y ella ha estado siempre conmigo. Ella lo ha comprendido, me ha animado y siempre me ha permitido disfrutar de esta pasión a pesar del tiempo que le he quitado a mi familia. Ella ha asumido esas responsabilidades cuando yo no he estado y le debo todo lo bonito que he podido vivir gracias al fútbol».
Lejos de reprocharle nada, admite que «nunca me ha planteado que tenía que dejarlo; al revés, ha sido la que muchas veces me ha animado porque sabe que el Calvo Sotelo ha sido y es mi vida».
Seguramente, aunque la próxima temporada su figura deambulando por la banda del Cerrú, con el abrigo negro largo y el paraguas en invierno no sea habitual como lo ha sido estos últimos años, seguirá siendo uno de los hinchas de los que apoyen a los suyos desde la grada, pero con esa relajación que se disfruta cuando empiezas a hacer lo que te gusta sin que existan las ataduras.
«Imagino que sin estar dentro del club aprovecharé más el tiempo, sobre todo con mis padres que cada vez son más mayores. Con el fútbol, los días que hemos estado viajando fuera, obviamente era imposible verlos y a medida que vas cumpliendo años, son cosas que valoras más, porque te das cuenta de que el tiempo es efímero y no se devuelve».
Azul desde la cuna
Con la temporada finalizada, el silencio impera sobre el verde de un Cerrú que luce espléndido. Algunos pájaros revolotean sobre un cielo en el que otea alguna nube aislada. De fondo se escucha alguna voz lejana de los chiquillos que juegan en el campo de fútbol anexo, recordando que el fútbol nunca tiene vacaciones.
En ese campo sin gente, siempre quedan la memoria y los momentos que se reviven, como un déjà vu permanente de tiempos felices. Lo más reciente es el adiós de Valdivia, con el público puesto en pie para poner el broche a una carrera de un futbolista formidable. Para el fotógrafo del Puerto, también quedan las caras de los pequeños recogepelotas celebrando un gol, las caras de quienes festejaron los imposibles o los goles de quienes fueron estrellas mundanas de un club del que uno nace hincha.
«Aquí, con el estadio vacío me veo siendo un niño, acompañando a mi padre. Me vienen muchos recuerdos de todas las etapas. Veo el ascenso contra el Pontevedra, veo aquellos partidos que disfrutamos en Segunda B…pero también me vienen a la cabeza imágenes de temporadas más recientes, donde hemos estado en categorías más bajas, pero viviendo momentos que a mí me han marcado mucho».
El futuro es siempre una pasajero incierto, pero puestos a jugar a adivinar cómo será, Jiménez apuesta por un proyecto que siga la trayectoria que durante esta última década se ha trazado. «Espero que el equipo sea capaz de conseguir el ascenso por el que tanto hemos trabajo y seamos capaces de disfrutar del equipo y de todos esos chavales de la cantera que deben ser el futuro del club». En este grupo incluye a los equipos femeninos, una sección que sigue creciendo imparable y que tendrá a su primer equipo en Tercera RFEF la próxima campaña.
En el recuerdo, quedan los días en los que el Sánchez Menor estaba repleto de peñas de aficionados, las personas que estuvieron ligadas al fútbol local y desaparecieron sin despedirse. «La última etapa en el antiguo estadio coincidió además con la bonanza económica en Puertollano, donde había mayor movimiento empresarial y el dinero circulaba con alegría. Se creció al mismo tiempo que la ciudad; por desgracia aquello estalló con la crisis y nos tocó empezar desde cero».
Este equipo que ha sentido desde la cuna, le ha regalado las grandes amistades, el anecdotario de un club del que ha escrito e inmortalizado su historia más reciente, «el fútbol ha cambiado mucho en los últimos veinte años, pero lo que sí estoy seguro es de que las relaciones personales siguen siendo lo que te hacen permanecer más tiempo involucrado en los proyectos».

En sus últimos años, a su lado han estado personas como Alcaide Jr, Pablo Municio, Paco, Pablo, Jorge o Kevin. «Para que un equipo brille, se necesita el compromiso de personas como las que yo he tenido al lado. Son personas súper comprometidas, que sienten el escudo y que han permitido profesionalizar una parte del club que empezó con una camarita compacta y cuatro notas».
Antes de marcharse pisa el césped del Cerrú, recorre la banda con la mirada y mira el tendido a lo Michael Laudrup, como buscando la butaca desde donde seguirá lo que ocurra cuando empiece de nuevo a rodar el balón.
El adiós de su junta directiva se escenifica en una asamblea de socios que acaba con las lágrimas, un gracias a todos y el abrazo con Adela en el que no hace falta decir nada, porque los dos saben todo lo que han vivido, los campos que han recorrido y todo lo que se han regalado gracias a la misma pasión vestida de azul.