Resumir una carrera de más de treinta años en apenas unos cuantos dígitos, es olvidar los miles de recuerdos que la componen, la cantidad de compañeros que formaron parte de las diferentes plantillas de un Basket Puertollano, que ha cambiado de nombre, de objetivos y hasta de colores, pero que ha mantenido gran parte de sus valores que bien podrían personalizarse en la figura de Don Francisco Javier Arroyo, leyenda.
Treinta y cuatro temporadas en activo, componente del equipo que ascendió al Basket Puertollano a Liga EBA, tres veces MVP del año, multitud de trofeos a sus espaldas y, sobre todo, un jugador y un compañero reconocido en toda Castilla-La Mancha. Eso es Javier Arroyo, un jugador de baloncesto convertido en leyenda en la ciudad minera cuyo palmarés trasciende mucho más allá de lo deportivo, donde seguramente pudo haber llegado más lejos si trabajar no fuese una cosa importante.

Técnicamente, Arroyo fue un superdotado, un adelantado a su tiempo. Tobillos de gomas, velocidad de arrancada, dominio del bote para generar superioridad, visión de los espacios donde el resto sólo atisbaba los brazos de sus rivales aplicándose en defensa y, sobre todo, un salto capaz de elevarlo por encima del aro pese a que nunca destacó por su envergadura.
De él, no hay nadie que hable mal, ni en lo deportivo, ni en lo personal, tal vez eso precisamente sea su mayor título después de tanto tiempo y lo que acertadamente ha hecho que la actual directiva lo elija por delante de otros tantos merecedores, para que la suya sea la primera camiseta que se cuelgue ya inmortal en las paredes maltrechas del Pabellón Luis Casimiro de Puertollano.
Ángel Aguilar, actual presidente del Basket Puertollano y compañero de Arroyo durante infinidad de temporadas, destaca que “Javi, era la persona ideal para dar comienzo a esta iniciativa en la que venimos trabajando desde hace tiempo”.
El objetivo de retirar su camiseta, “es rendir homenaje a personas que han contribuido para que este deporte haya salido adelante en nuestra ciudad y para que, de alguna forma, la gente no olvide la historia y el legado tantas veces olvidado, que nos ha traído hasta estos momentos”.
“Elegir a Javier Arroyo fue muy fácil porque es una persona de consenso, es una referencia en el baloncesto local, en el baloncesto provincial y en el baloncesto regional. Han sido más de treinta años de carrera, con numerosos logros a nivel personal y colectivo, pasando por todas las categorías del club y además de ser muy buen jugador, ha sido muy buen compañero”.
“Arroyo pertenece un poco a los jugadores de la vieja escuela, que vivían el baloncesto de manera profesional sin ser profesionales. No nos saltábamos un entrenamiento, no nos saltábamos un partido y además conseguimos no sólo ser compañeros sino también ser amigos”.
Como jugador, sentencia Aguilar, “era un jugador de baloncesto fuera de serie. Tenía un primer paso brutal, una manera de correr contraataques impresionantes y con una capacidad de jugar por encima del aro que pocas veces se ha visto”. Ahora mismo, dice convencido, “en Castilla-La Mancha pocos jugadores actuales podrían igualar todas esas condiciones”.

Estos días, casi un año después de que dejase de hacer sus fintas en el Luis Casimiro, haciendo chirriar las gomas de sus zapatillas para saltar y encontrar el aro o ese pase hasta el perímetro para buscar el triple de los aleros, han sido de muchas llamadas, de muchos mensajes y de alguna que otra entrevista, para un Javi Arroyo al que nunca le gustó acaparar los focos.
La mamba blanca, un tipo elegante sobre el parqué al que no se le recuerda ni una sola mala cara o el que bien podría rememorar el grito de BA LON CES TO que coronó a los españoles en este deporte frente al mundo en la voz de Pepu Hernández; eso es Javi Arroyo, un tipo menudo, sonriente, de los que hace mejor a cualquier vestuario.
“Me siento muy orgulloso y muy halagado por el gran detalle que ha tenido el Club conmigo después de tantísimos años aquí. Es un reconocimiento a todos estos años de lucha y pelea en la pista y bueno, no sé hasta qué punto puede o no ser merecido, pero las muestras de cariño han sido muchas desde que se hizo público y eso es el mejor regalo y la señal de haber hecho las cosas bien”.
Hasta ahora, explica a Lanza, “no me había dado cuenta de haber tenido tanto significado para tantas personas vinculadas al baloncesto de Puertollano. Han sido muchos mensajes los que me han llegado no sólo de compañeros, sino también de rivales a los que me he enfrentado a lo largo de todos estos años”.
De sus más de treinta años de carrera deportiva, se queda “con todo lo bueno, los miles de kilómetros a lo largo de toda Castilla-La Mancha, incluso Madrid y Canarias que he hecho junto a mis compañeros, los recuerdos de las ferias que montábamos la gente del Club para poder sacar dinero y poder seguir jugando”.
En su cabeza también repiquetean los pasos de su casa al pabellón de la calle Numancia. “Ese trayecto, subiendo por el Paseo hasta el pabellón, lo he hecho durante más de treinta años. Ahora te das cuenta de todos esos días que ibas con menos ganas, los que usabas el baloncesto para desconectar, los que ibas a entrenar motivadísimo porque te jugabas un título” y todas, sin darse cuenta de que ese viaje tiene un final que era éste y que estaba más cerca de lo que pensaba la última vez que lo hizo con una mochila a cuestas, enfilando esos pasos que lo conducían a la que ha sido durante tanto tiempo su casa.
Arroyo vivió el ascenso a EBA junto a su hermano
En el largo anecdotario en el que desembocan más de treinta años de baloncesto, también destaca un ascenso a liga EBA que vivió en un vestuario compartiendo equipo junto a su hermano Óscar. “Aquel ascenso fue histórico en Puertollano y vivirlo junto a mi hermano fue muy especial, de los momentos más bonitos de toda esta larga trayectoria”.
A su cabeza, rememora, “también me viene el primer partido que jugué como cadete en Ciudad Real, con unas camisetas que nos dio la Junta porque no teníamos equipación. En aquel partido hice dos tapones consecutivos por encima del aro que no se me olvidarán nunca”.
“Tenía 14 años. Recuerdo pegar dos botes consecutivos que dejó a todo el mundo alucinando. No concebían que un chaval tan menudo, tan finillo y tan pequeño saltase tanto. Esos dos tapones los tengo grabados en la memoria”.
Sobre él como jugador le cuesta hablar, cuando lo hace, lo expresa desde la humildad y casi en voz baja por si acaso dice de sí algo de más con lo que no concuerde el resto. “Me he esforzado siempre en la pista. Evidentemente no siempre me han salido las cosas como esperaba. Me he equivocado muchas veces, pero he intentado ser siempre un buen compañero y he intentado ser un ejemplo para todos ellos”.
“Siempre me ha gustado picar a los compañeros para sacar esa mala leche y conseguir sacar la parte más competitiva de cada uno. Creo que lo he dado todo en la pista, sangre incluida”.
Si cabe alguna duda, Arroyo señala los agujeros en los laterales de los pantalones como demostración de lo anterior. “Me he tirado muchas veces para recuperar balones que podría haber dado por perdidos y nunca lo he hecho pensando en las fotos, porque casi nunca había fotógrafos”, bromea.
A los tres años ya botaba la pelota
Cuando su carrera como jugador de baloncesto ya se da por acabada, lo lógico es que antes del adiós definitivo se le pregunte qué supone para él este deporte. No cabe duda, no hace falta el silencio para pensar en la respuesta. “Para mí, el baloncesto lo ha sido todo”. Entre otras cosas, porque sus primeros recuerdos hablan de un chilindrín de tres años intentando botar una pelota y lo llevan hasta lo que es hoy como eterno jugador juvenil con casi medio siglo por bandera.
“El baloncesto lo es todo. Es una parte de mi vida en la que no se va a poder pasar el capítulo porque es imposible desvincularte de él, aunque no juegues. Este deporte me ha dado muchísimas cosas. Me ha dado amigos increíbles, tanto aquí en Puertollano como fuera, y eso al final es un tesoro que va a durar para siempre”.
Su carrera, resume, “es un viaje que comenzó con tres años y que ha durado hasta mis cuarenta y nueve que cumpliré en unos días”.

Ahora que el deporte competitivo ha acabado, quedan los recuerdos, los amigos y los valores aprendidos. “A mí el baloncesto me ha regalado muchos valores que he aplicado siempre en mi vida, como son: el esfuerzo, la dedicación, el trabajar para conseguir las cosas que parecen más difíciles, el compañerismo, el respeto a todo el mundo, el compromiso”.
El Aquiles lo sacó de la pista
Quizás el único pero en su longeva carrera ha sido retirarse sin poder hacerlo en la pista, sin ser él el encargado de elegir el cuándo. Una lesión en el Aquiles lo apartó de golpe del baloncesto y no hubo regreso, que fue en lo que siempre estuvo pensando durante los meses que se alargó la recuperación.
“Víctor Simancas -fisioterapeuta-, junto con David Vigara y Ángel Coronel -preparadores físicos-, me han ayudado a estirar el chicle pero la verdad es que tenía que parar. En su momento hablé con la directiva antes de empezar la temporada pasada y les comuniqué que mientras no estuviese bien no podría volver a jugar, porque ya con esta edad, una rotura del Aquiles es quedarse cojo”.
“Me he esforzado muchísimo para volver a la pista. Mi gente lo sabe, la gente que me ha acompañado durante la recuperación, también, pero el deporte como la vida son ciclos y hay que dejar paso a los que vienen. En enero o febrero estaba recuperado pero el periodo de fichajes había terminado. En la nueva temporada no hubo llamada para volver y bueno, la realidad es que sin elegir el cuándo me había retirado sin esperarlo”.
“No pude despedirme como quería junto a compañeros que habían estado varios años fuera, como Sergio, Rubén o Carlos. Se creó un equipo muy potente que al final dio como resultado el ascenso y hubiese sido un momento muy bonito, pero la vida es así”.
Ahora quedan las pachangas, los domingos que acaban con unos cuantos brindis por la vida y las historias de abuelo cebolleta en el que se decoran trayectorias con gestas que no fueron gran cosa, pero que desde la distancia cobran el favor de hacerse épicas porque el pasado no vendrá a desmentirlas. “En verano estuve jugando un torneito y me sentí muy bien. En Navidades jugué un partido de veteranos en el que me encontré muy bien físicamente, pero esta temporada ya no quería volver a competir porque la cabeza me decía que no podía hacerlo”.
Volver a someterse a los horarios, cambiar turnos en el trabajo, volver a los viajes cada fin de semana… “había que aceptar la retirada, aunque haya sido de esta forma, porque si no iban a echarme a palos”, se ríe ahora que ya no duele la marcha.
El pasado fin de semana puede que viviese sus últimos aplausos sobre la pista del Luis Casimiro, a un público al que dio las gracias por todo lo compartido, con la voz entrecortada, los ojos llorosos y la cara ilusionada al ver su camiseta lucir por encima de todo.
Quizás el baloncesto de Arroyo haya sido ese aplauso a contrarreloj mientras suena la bocina de la última jugada que culmina en el punto ganador de un partido que ya forma parte del recuerdo colectivo en Puertollano.