Hay dos cosas en la vida que no se negocian: la familia y el equipo al que se anima; lo de los amores, según le vaya a uno, también podría funcionar en esta ecuación de doble incógnita. En el caso de la Mini Peña Familiar, fieles seguidores del Calvo Sotelo Puertollano, todas ellas van de la mano. Cuatro coches, durante más de treinta años viajando por los campos de fútbol de toda España animando a su ‘Puerto’, dan lugar a esta historia, con más de un millón de kilómetros a cuesta.
En Puertollano quien más y quien menos se conoce; por lo menos de vista. Es lo bueno de vivir en una ciudad como ésta, donde todo resulta familiar y que, en lugares como sus estadios de fútbol, hace que uno se sienta como en casa, arropado por los suyos. En los graderíos del Sánchez Menor y ahora del Cerrú, todos conocen a la familia Gallardo Bernal, personas muy queridas entre la parroquia azul por todo lo que han hecho a lo largo de más de treinta años, reencontrándose con su equipo cada fin de semana, imperturbables, con contadas ausencias a lo largo de estas décadas, incluso en los partidos amistosos.
Por eso, es imposible que salgan las cuentas de cabeza cuando se les pregunta por los kilómetros que llevan durante todo este puñado de años, cuya solución más acertada es la aproximación que aporta el también mítico Luis Pizarro: “Posiblemente llevan más de dos vueltas completas al cuentakilómetros”; mientras la familia sonríe sabiendo que, aunque suena a exageración, tampoco debe quedar demasiado lejos de lo vivido.
Antonio Gallardo, se muestra orgulloso con algo que surgió como pura anécdota. “Tanto Pilar como yo formábamos parte de otra peña de animación del Puertollano. En un momento determinado, dado el buen momento del equipo por entonces, todo el mundo montaba la suya y surgió una especie de pique para ver quién conseguía tener la más numerosa. Nosotros, que acabábamos de casarnos y que íbamos a tener a nuestro hijo, decidimos crear la Mini Peña Familiar y desde entonces, somos los tres detrás de esta banderola con la que ya nos conocen en todos los campos, sobre todo de la región”.
Lo de acompañar al equipo tanto dentro como fuera de casa, también fue fruto de la casualidad. “Antes de empezar con la Mini Peña, ya residíamos en Madrid”, lo que les valió para que se les conociese como ‘la parejita de Madrid’, entre los compañeros de grada. “Como había rivales cercanos como Guadalajara o Toledo, cuando se aproximaba el partido, siempre surgía ese gusanillo de ‘cómo no vamos a ir si nos queda cerca’ y allí que nos presentábamos”.
Los que se jugaban en Puertollano, servían además para rendir visita a la familia. “Tener aquí a la familia era la excusa perfecta para no faltar a la cita cuando jugábamos de locales”. Más de 200 kilómetros entre Madrid y la ciudad minera que al final siempre buscaba lo mismo, reencontrarse con ese amor por los suyos con el ruido de un grito de gol como banda sonora para acompañar el viaje de ida y vuelta cada quince días.
Aquellos calendarios de viajes y estadios se planificaban cuando allá por el mes de agosto se anunciaba el del propio equipo. Aquellas primeras veces empezaron en el año 92, año olímpico y año mágico para esta familia que, sin ser de la monarquía, bombea sangre azul incluso desde antes de empezar un trayecto inagotable. Según relata Pilar Bernal, “empezamos a viajar a todos los partidos este año de las Olimpiadas que es cuando nos casamos. Poco después nació Jorge y fue el momento en que decidimos formar la Mini Peña Familiar”.
La Copa Federación entre los recuerdos favoritos animando al Puertollano
Si el amor se mide en kilómetros, el de la Mini Peña por el Puertollano es incalculable. Quizás no se recuerde cuáles fueron las primeras excursiones que se hicieron para animar a los suyos, pero hay historias imborrables que quedaron por el camino que permanecen como un legado familiar que se une en lazos junto a otros tantos con los que han compartido graderíos, días de lluvia, decepciones y también celebraciones de pulso acelerado.
“A este coche ya le hemos hecho 300.000 kilómetros. Antes he tenido otros tres que han hecho de media unos 400.000… A bote pronto, te diría que hemos hecho más de un millón de kilómetros durante todos estos años”, hace números Antonio.
El cálculo le sale de multiplicar más de cuarenta partidos por temporada, contando los amistosos, por los kilómetros infinitos que separan los estadios visitados los fines de semana. “Tendría que ponerme a mirar y a calcular, porque es imposible aproximarme sin quedarme corto”, intenta objetivar los números este seguidor puertollanarra.
Entre todos esos campos de fútbol y municipios que darían para rellenar de chinchetas un mapa entero de España, la Mini Peña Familiar destaca de entre todos los recuerdos las conquistas de la Copa Federación en tres ocasiones, que permiten situar al Puerto como el club que más veces la ha levantado al cielo de todo el fútbol español. En el 94 frente al Calviá, en el 2006 frente al Huesca y más recientemente, en el año 2011 contra el Lemona, con Addison como gran estrella de la final a doble partido.
A pesar de los triunfos, las celebraciones y la alegría, Jorge nunca se perdió. “Nosotros vivimos muchísimo el fútbol pero, aunque hay días donde hemos estado eufóricos después de alguno de esos triunfos épicos del Puerto, podemos decir que nunca nos olvidamos del niño en ningún estadio”, bromea Antonio, que señala a su hijo como si eso fuese la demostración fehaciente que da crédito a la versión.
Entre los mejores recuerdos también quedan viajes para ver jugar al equipo los play off de ascenso, donde radicaban más esperanza que posibilidades reales. “Aún sabiendo que el equipo no tenía ninguna posibilidad de ascender, entendíamos que era necesario que sintieran el apoyo de su afición en esos partidos”. Para ellos, señala a Pilar, indiscutible en ese tándem de corazón azul, “esos viajes eran como un premio tras temporadas de campos mucho más modestos, en muchos casos aún de tierra”.
Jorge Gallardo, el niño que vestía la camiseta del Puerto en el cole madrileño
La Mini Peña Familiar ha ido sumando años junto a Jorge, el hijo de esta pareja al que le bastaron unos pocos meses para empezar a visitar el Sánchez Menor en brazos de sus padres y cuyo primer documento oficioso fue precisamente el carnet de socio del Puertollano. “El primer documento oficioso que tuvo fue el carnet de socio de la UD Puertollano”.
Jorge nació a las 11:17 el 17 de octubre del año 2000 y esa misma mañana, un par de horas después estando su madre aún en reanimación y él en la incubadora, bajó su padre al centro para hacerle un regalo a Pilar y al ver la sede del Club abierta, relata, “lo primero que pensé fue en subir a hacerle el carnet de socio, incluso de registrarlo en el Registro Civil, cosa que hicimos al día siguiente”.
Tal vez por eso, ni siquiera la edad del pavo, ha hecho que este chaval que se ha hecho adulto con el escudo del Puerto clavado en el pecho, haya renunciado nunca a viajar con sus padres de estadio en estadio cada fin de semana.
Pese a criarse en Leganés, Jorge siempre lo ha tenido claro, su primer equipo vestía de azul y jugaba a doscientos kilómetros de casa; su Puerto. En clase, rememora, colar el escudo del Puertollano era un ejercicio de exotismo entre tantos del Real Madrid, el Atleti o incluso el Barcelona.
“En clase era un poco el bicho raro. Yo iba al instituto con en el chándal del Puertollano mientras mis compañeros iban con el chándal o la camiseta del Leganés, que en esa época jugaba contra nosotros en Segunda B”.
La historia para los pepineros habló de triunfos y ascensos, la del Puertollano ha cabalgado entre las mieles de los días grandes y los descalabros que enseñaron el camino que nunca más había que volver a pisar, obligando al club a reinventarse de nuevo, empezando desde cero.
Pese a ello, no hubo vuelta de espalda al equipo ni siquiera en sus momentos más bajos. “Nosotros siempre hemos tenido claro que, por encima de la categoría y los resultados, estaba el amor al escudo”; recita como si fuese una lección de clase el primogénito que fue el tercero de la Mini Peña.
“Esta pasión por el Puerto, me la han inculcado mis padres desde pequeño y es algo que no puedo separar de lo que soy, porque he crecido siguiendo al equipo durante todos estos años”.
Su historia, entre redacciones en las que relataba ‘Cómo ha sido tu fin de semana’, tuvo muchas veces tintes de narrativa inventada. “Muchas veces mis compañeros de clase no se creían que hubiese estado en una ciudad animando al Puertollano, porque a veces, en dos semanas, podíamos hacer más de mil kilómetros. Era como ‘uhhh, este se lo está inventando’ porque la mayoría siempre contaban que habían ido al parque o a jugar con sus padres a la pelota o a la bicicleta”.
Ahora, décadas después, Jorge estudia ADE, luce barba y sigue mirando al campo de fútbol cuando saltan los suyos a jugar con los ojos de un niño ilusionado que visita por primera vez el Bernabéu.
Puede que el Puertollano nunca fiche ningún galáctico, ni levante una Champions, pero hay amores que duran toda la vida y significan mucho más que cualquier cosa material que quizás otros elijan para no tener que soportar la sorna cuando llegan las derrotas. Tal vez por eso, en la ciudad minera, cuando rueda la pelota, hay ilustres de la grada como ‘El 8.000’ o ‘El Cuchara’, cuyos ejemplos recuerdan que en clubes como el Puerto, la pasión forma parte de la familia que se elige como amor eterno.