Todos los grandes retos comienzan con un pequeño primer paso. Uno tímido, leve, que apenas hace ruido, pero que resulta imprescindible para iniciar una sucesión que termine conduciendo al éxito o al fracaso. Los primeros pasos asustan, pero son los más bonitos porque están cargados de inocencia, de candidez y hasta de locura. La locura necesaria para embarcarse en aventuras que para muchos no son más que una clara falta de lucidez.
Y en esta aventura el primer paso fue fundamental, ya que muchos de los integrantes del equipo Runin926 ni siquiera pudieron decidir si daban ese paso. Sus Majestades los Reyes de Oriente decidieron por ellos y les empujaron a iniciar una aventura con fecha y destinos concretos: el 4 de noviembre de 2018 en la ciudad de Nueva York. Para estos cinco Quijotes comenzaba un reto que siempre había estado presente y que constituye la mayor carrera a la que puede enfrentarse cualquier amante del atletismo: el maratón de Nueva York. El maratón de maratones.
Y si Filípides fue el encargado de poner nombre propio a la gesta de los griegos corriendo hasta la ciudad de maratón, José Luis y Nuria Vicente Geanini, Cristina Palianes, César Sanz y Miguel Chaves serían los encargados de tratar de conseguir cinco metas en Central Park para Ciudad Real y para su deporte amateur. Sus familias, a través de los Reyes Magos, habían querido que se pusiesen el dorsal y se colocasen en la línea de salida. Ahora, y durante 42 kilómetros y 195 metros, eran ellos los que tenían que poner el broche de oro a una historia que pintaba bien, pero que presentaba notables aristas.
Para conseguirlo pasaron meses y meses de entrenamiento, otros maratones intermedios como Madrid y Roma, lesiones, dudas, reuniones, comidas y, por encima de todo, muchas risas e ilusiones. Obviamente no todo cabe en un reportaje, por ello lo mejor será viajar directamente hasta Nueva York y plantarnos en el Puente de Verrazano; allí donde comienzan tanto los sueños como los miedos. A las 10:40 horas de la mañana un cañonazo y la mágica voz de Frank Sinatra fueron los encargados de trasladar a nuestro grupo que era momento de dar otro primer paso, de iniciar el camino hacia una meta que se situaba a 26,2 millas de distancia y a millones de pequeños pasos en uno de los asfaltos más duros del planeta.
La ciudad más importante del mundo estalla, se tiñe de pueblo humilde y por unas horas encumbra al olimpo de los dioses del deporte a aficionados que tienen por delante el apasionante reto de llevar a sus casas la medalla más preciada, la de la carrera que, para bien o para mal, terminará poniéndoles en su sitio. Statend Island, Bronx, Brooklyn, Harlem y Manhattan; el maratón de Nueva York es el más demócrata del mundo y no deja a ninguno de los cinco barrios de la ciudad sin corredores, en todos ellos el gentío es abrumador, el apoyo incansable y los ánimos sobrehumanos. Es complicado explicar qué se siente cuando gente de todas razas y credos estrecha tu mano, te anima o simplemente cuando un coro góspel pone todo el empeño del mundo en conseguir que sus notas sean tu aliento al paso por la Avenida Lafayette. En todos esos puntos el equipo de ciudadrealeños de Runin926 transcurre unido. Fotos juntos, kilómetros juntos, algún que otro amago de desfallecimiento, pero por el momento calma y normalidad hasta el km 21. Momento clave en el que la carrera comienza a descontar kilómetros hacía su final y en el que un silencioso puente de Queensboro (quizá el único tramo de la carrera en el que es posible oír tus pasos) deja entrever que Manhattan ya está ahí. Que, aunque lejos, se vislumbra el final y que, pese a ser todavía una quimera, el cuello comienza a hacer hueco a la medalla.
Es entonces, poco tiempo después, cuando llega el momento clave, aquel que llaman el muro, el que aclara el panorama y termina por decir a cualquier corredor hacia donde van sus sueños. El kilómetro 30 divide nuestro grupo; problemas estomacales merman a José Luis y unas molestias en los tobillos (acompañadas del miedo a que duelan más de lo necesario) ponen en jaque a Miguel. El resto del equipo avanza con paso firme hacia la meta. Desde ahí hasta el final los sueños siguen siendo comunes pero se separan, todos tienen la misma meta pero la forma de afrontarla ya se ha convertido en algo íntimo y personal en lo que juegan papeles fundamentales los recuerdos continuos de familia y amigos como Prado, Jorge, Belén o todos aquellos que hicieron posible que este sueño se iniciase. Contar lo que vivió cada uno de los cinco integrantes de este grupo de Quijotes manchegos en la Gran Manzana es complicado, pero las fotos de la llegada son el mejor reflejo posible para relatar que Nuria y Cristina se fundieron en una para llegar encabezando el grupo abrazadas a una bandera en la que no faltaba ni un recuerdo. Para comprobar como José Luis superó los obstáculos y se coronó en Central Park en las semanas previas al nacimiento de su primer hijo, o como César se puso el uniforme de guardia para tirar de Miguel y cruzar junto a él una línea de meta histórica. Pocas veces cinco vecinos de Ciudad Real podrán decir que terminaron juntos el maratón más prestigioso del planeta, que lo hicieron emulando al Ingenioso Hidalgo de La Mancha entre molinos de acero y que, además, terminaron por hacer real una gesta que meses antes no hubiera pasado de la mera aventura de caballería. El tiempo empleado para ello, alrededor de cinco horas, fue lo de menos.
A veces, héroes del deporte nos sirven de ejemplo para afrontar nuestro día a día. Los éxitos de Rafa Nadal o Carolina Marín, la humildad de Pau Gasol, la tozudez de Fernando Alonso o el gol de Iniesta son la gasolina que necesitamos para tomar aire y hacernos fuertes ante nuestras responsabilidades mundanas. No obstante, retos como este maratón de Nueva York en el que más de 50.000 personas se vistieron por unas horas de héroes del atletismo deben hacernos ver que somos nosotros mismos los que tenemos que superar nuestro miedos, los que debemos tomar aliento ante los problemas y quienes tienen que poner coraje para superar cualquier vicisitud. Los grandes ídolos del deporte no son más y nada menos que personas, que Quijotes que un día decidieron enfrentarse a un gigante y que acabaron por derribarlo. En la lucha contra los 42 kilómetros y 195 metros este grupo de ciudadrealeños ha descubierto que, pese a sus miedos y limitaciones, también son capaces de cualquier cosa y que, como ellos, todos pueden hacer realidad sus sueños con esfuerzo, tesón y el apoyo de quienes les quieren. Solamente hay que intentarlo y si se fracasa, intentarlo de nuevo.
Quizá esta no sea la crónica que esperaban sobre cinco locos vecinos de su provincia corriendo en Estados Unidos, pero es que esto del maratón no va solamente de correr. Es como la vida, complejo y duro, pero hermoso y gratificante. Porque si solamente fuese deporte sería muy sencillo, ¿no creen?