Raúl Gratacós / Lanza
Al parecer la gran mentira sigue su curso inexorable hacia donde sólo unos pocos conocen el destino. Desde que, hace unos años ya, se desatara el torbellino en el que nos han involucrado a todos esos pocos (para los que todavía no sepan lo que se repite como una letanía: septiembre de 2008, quiebra de Lehman Brothers), se ha ido tejiendo metódicamente una suerte de profecía que, al parecer, tendrá su punto culminante en 2012 con la desaparición del envidiado sistema de bienestar europeo. Todo está listo para que se desate el ataque final a lo largo de los próximos 366 días. Y después ¿qué quedará? Probablemente
nada.
Lo que en un principio parecía que podía ser una magnífica aliada de la sociedad de masas para impedir la manipulación a gran escala, una sociedad tecnificada y altamente informada gracias a las nuevas tecnologías de la comunicación, se ha convertido, en la práctica, en su talón de Aquiles. Ahora es posible difundir un mensaje que llegue a millones de personas en un plazo de 48-72 horas. Y si ese mensaje se repite machaconamente semana tras semana durante varios meses, e incluso años, el efecto es claro: miedo al futuro y aceptación de cualquier medida que pretenda salvarnos.
Ante problemas complejos las soluciones no pueden ser sino complejas. Pero esos pocos, que crearon conscientemente la crisis, han presentado ante una situación de muy difícil solución una solución fácil, para ellos claro: austeridad, austeridad y sacrificio. ¿De quién? De ellos no, sino de los que dejamos nuestro dinero (billones de euros) para que primero ellos –las entidades financieras- solucionaran sus problemas.
Un discurso neoliberal que ha estado años, décadas, esperando su oportunidad para asaltar sin el más mínimo miramiento el bienestar de las clases medias de los países desarrollados. Tras la gran crisis de los primeros años del siglo XX, cuya génesis es exactamente la misma que la que ahora sufrimos, la avaricia de unos pocos, se estableció un marco regulatorio y unas reglas del juego para que el libre mercado de capitales no pudiera volver a las andadas. Un marco regulatorio que se ha ido socavando metódicamente en los últimos 20 años desde varios frentes (político, financiero e intelectual) para inculcar en la sociedad que la desregulación de los mercados era la mejor opción, la única
opción.
Un mercado libre que en la práctica sólo es ventajoso para un porcentaje mínimo de la población que, curiosamente, acapara la mayor parte de la riqueza. Y un mercado libre que sólo es válido mientras les van bien las cosas a ellos, es decir, a los especuladores, y que sólo es posible suspenderlo, dejarlo en “stand by”, cuando se trata de salvar las bancarrotas de bancos y agencias de inversión con dinero público, con el dinero de todos. ¿Les suena eso de privatizar los beneficios y socializar las pérdidas?
Y una vez recaudado el dinero público suficiente (bajo chantaje, claro: “o nos salváis o el caos”) para que los fracasados negocios de los especuladores se reflotaran se volvió a activar el mercado libre con todas sus consecuencias, para ellos no, claro, para nosotros, los que acabábamos de salvarles el culo con billones de nuestros euros.
A partir de ese instante se empezaron a difundir sencillos, machacones y efectivos mensajes desde los mercados financieros con la complicidad de los afectos al neoliberalismo y las clases políticas conservadoras. “La deuda de los estados es inaceptable”, “las políticas derrochadoras nos han llevado a esta situación”, “la única solución es la austeridad”. ¿Eran sus deudas aceptables y la generada para salvarles es inaceptable? ¿Sus “políticas” empresariales no fueron derrochadoras? ¿No podían haber sido ellos “austeros” en su avaricia especulativa?
Ahora estamos entrando en la segunda fase. Establecida la desconfianza y el miedo al futuro entre la población, inculcado que el déficit de los estados (del que un elevado porcentaje es responsabilidad de quién activó el problema) es la “bicha” a la que atacar sin miramiento alguno se empiezan a desmantelar las bases del estado del bienestar, designado como el único gran culpable de esta situación.
Y para abundar en ello se plantea como ejemplo a seguir la gestión llevada a cabo en algún país de nuestro entorno, léase Alemania. Un país capitaneado por la conservadora y todopoderosa Ángela Merkel del que hasta el momento sólo se han difundido las bondades de su sistema: el esfuerzo y tesón de su ciudadanía para trabajar, que no pongo en duda, pero me resisto a admitir que todos los mediterráneos seamos vagos y perezosos; su estupenda sanidad basada en el copago, que ni es tan bueno ni tan efectivo contra el derroche puesto que, al parecer, ya se ha propuesto incrementar la tasa a pagar porque los alemanes siguen abusando de sus visitas al médico; su reducidísima tasa de paro en torno al 6%, pero con millones de empleados en minitrabajos que cobran en torno a 400 euros y muchos de ellos en negro, como se ha conocido recientemente; sus magníficos datos macroeconómicos, cuando la deuda del estado es descomunal y se enfrentará en los próximos meses al escrutinio de la City londinense tras el desencuentro de la última cumbre europea, como ya le está pasando a los franceses…
Si Alemania es el espejo en el que mirarse no se debería pasar por alto que su posición dominante actual es, en gran medida, por las ventajas que ha obtenido de la moneda única europea, las exportaciones ventajosas de sus productos y tecnología al resto de países europeos y los beneficios que obtiene mientras la deuda de otros países de su entorno siga aumentando. Y ya se sabe, quien paga manda.
Y como quien paga manda, en esta ola neoliberal que todo lo invade en los últimos años en Europa tenemos colocados por la puerta de atrás a tres iconos del todopoderoso banco de inversión Goldman Sachs (uno de los principales responsables de la crisis de las subprime y que se enriquece especulando contra la deuda soberana de los países) en puestos clave en la UE: Mario Draghi, Lucas Papademos y Mario Monti, son los nuevos líderes del Banco Central Europeo, el Gobierno griego y el Ejecutivo italiano, respectivamente. Curiosamente, estas tres personas, destinadas a salvar Europa de la bancarrota, fueron actores clave mientras trabajaban para Goldman Sachs del falseamiento de las cuentas de Grecia para ocultar su deuda soberana. País que, como todos ya sabemos, está en
bancarrota.
Esta pequeña pincelada sirve para hacerse una somera idea de lo que puede pasar en España a lo largo del próximo año. Con un gobierno conservador al frente, con poca capacidad de maniobra, afecto a las tesis economicistas de la corriente neoliberal que domina en Europa y fiel al “austeridad, austeridad y sacrificio” como única salida a la crisis económica, los próximos doce meses no serán nada fáciles para este país.
Como ya dije antes, los problemas complejos necesitan de soluciones complejas, elaboradas, con un amplio ángulo de visión, y hasta el momento sólo se está planteando la salida a la situación desde el ahorro y los recortes sin dejar el más mínimo resquicio a la política, a planteamientos sociales. Porque de lo que se trata es de solucionar el día a día de los ciudadanos, que tengan acceso a un puesto de trabajo, que puedan alimentarse, vestirse, educarse y acceder a los servicios médicos y sociales cuando los necesiten.
Algunos dirán que para que esto sea así, primero hay que solucionar los problemas con la deuda de los estados, que esta es la única forma de garantizar que en un futuro los ciudadanos tengan todos esos servicios. Bien, ¿y mientras tanto? ¿dejamos en “stand by” las necesidades de los ciudadanos? Los recortes presupuestarios como único antídoto contra la crisis provocarán que España entre en recesión a lo largo de 2012 y que quede desmantelado el sistema de protección social que, a duras penas, ha permitido salir adelante a muchas familias en estos ya largos años de crisis.
Si en 2012 ya no es posible, esperemos que en 2013 surjan en Europa líderes que devuelvan la política al lugar que le corresponde, planten cara a los economistas que ahora gobiernan el mundo y coloquen a los ciudadanos y no a las grandes corporaciones financieras como los primeros beneficiarios de sus actuaciones.
