Tomás Villar Salinas / Vicario General
La realidad humana, es decir, la persona y sus relaciones, se ve afectada por una profunda crisis. Seguramente la palabra que más se repite, lee y pronuncia es la palabra “crisis”. Con ella describimos la situación en que se encuentran, no sólo la economía, sino aspectos fundamentales de la persona y de la sociedad. La lista de aspectos humanos tocados por la crisis, que evito enumerar, aumenta cada día. También la Navidad está en crisis. En la actualidad podemos vivir la Navidad (natividad) sin referencia al nacimiento de Jesucristo. Y no hay mayor contradicción o sin sentido que un nacimiento sin bebé que nazca. Hemos convertido este tiempo en días de felicitación de no sé porqué, de deseos verbales de paz y solidaridad, de oír villancicos en los supermercados, de ver los escaparates atractivamente arreglados, de pasear por las calles exuberantemente iluminadas, de comer en exceso, de pasar unos días con la familia, o de coger unos días de vacaciones. El tiempo de navidad es la punta del iceberg de una sociedad de consumo y de gastos innecesarios, excepto para aquellos que no tienen ingresos suficientes porque son víctimas de la crisis económica, como los parados de larga duración y los colectivos marginales que viven permanentemente en la pobreza. Este tipo de celebración navideña aumenta las diferencias injustas entre individuos y entre grupos sociales aunque se trate de justificar con palabras biensonantes, que están en boca de todos, como paz, solidaridad, esperanza, amor y fraternidad. Palabras a las que hemos despojado de su verdadero significado y las hemos convertido en palabras hueras.
No podemos dudar de los buenos propósitos y de la mejor intención que expresamos al pronunciar estas palabras pero con ellas no solucionamos la crisis social y, por ende, la crisis de la Navidad, si no estamos dispuestos a corregir el egoísmo personal y estructural que está en la entraña de ambas. Hoy es necesario volvernos a hacer aquella vieja pregunta de qué hemos hecho con la Navidad, porque la realidad desmiente las hermosas palabras que utilizamos para definirla. Para que la Navidad recupere su verdadera razón hacen falta principalmente dos cosas: En primer lugar, alegrarnos porque un Niño nos ha nacido; porque Jesús, el Cristo, se ha hecho hombre para llevar a cabo con su vida entregada el amor y la fraternidad entre los hombres. El acontecimiento del nacimiento de Jesucristo, con repercusión universal, será eficaz si lo reconocemos y acogemos. Sin Cristo no hay reino de justicia y de paz y, por tanto, no hay verdadera esperanza. Sin Él la esperanza se convierte en una permanente quimera. En segundo lugar, se hace necesaria la implicación personal si queremos que el mundo llegue a ser el mundo soñado y querido por Dios. Es cierto que el sistema de organización social es más poderoso y fuerte que nosotros, pero puede transformarse si todos y cada uno de nosotros nos empeñamos e implicamos en su corrección o cambio. Cualquier solución pasa por nuestra responsabilidad personal ya que Dios nos ha capacitado para ello.
La Navidad puede superar esta crisis que padece solo a través de los testigos. Este tipo de crisis solo la vencen los que han acogido el Espíritu de Dios en su vida y se solidarizan de tal manera con la humanidad que comulgan íntimamente con ella. La historia nos muestra innumerables testigos que con su vida y palabra vivieron en tiempos de crisis y nos ofrecieron el modo de salir de ella. Uno de ellos, llamado Isaías, dice: «El Espíritu del Señor está sobre mí, porque el Señor me ha ungido. Me ha enviado para dar la buena noticia a los que sufren, para vendar los corazones desgarrados, para proclamar la amnistía a los cautivos y a los prisioneros la libertad, para proclamar el año de gracia del Señor».
El otro, se llama Juan de Ávila, paisano nuestro, nacido en Almodóvar del Campo, y que dentro de poco va a ser declarado Doctor de la Iglesia. Entre sus abundantes escritos, entresaco estas palabras: «No te mates ya diciendo: ¿Quién estuviera en Belem para recibir al Niño y a su madre en sus entrañas? No te fatigues, que si recibieres al pobre, a ellos recibes; y si de verdad creyésedes esto, andaríades más solícito a buscar quién hay pobre en esta calle, y os saltearíades unos a otros para hacer el bien que pudiésedes. Hermanos [dad] limosnas, vestí los desnudos, hartá los hambrientos, y no os contentéis con dar una blanca o una cosa poca, sino dad limosnas en cuantidad, pues que ansí os lo da Dios; no seáis cortos en dar, pues que Dios os da a su Hijo a vosotros. Haced limosnas para recibir bien esta Pascua a Cristo».
Necesitamos celebrar la Navidad contemplando en silencio el misterio del Hijo de Dios hecho hombre donde tomó carne, de una vez por todas, la esperanza, la solidaridad, el amor y la fraternidad universal.
Con mi mejor intención y deseo, feliz celebración navideña.