La compañía japonesa ofrece una visión desgarradora de este clásico donde lo grotesco se aúna con lo simbólico y ritual aportando nuevos significados.
En escena sólo tres elementos escenográficos, una cama, una bañera, y un baño. En ocasiones, una tela junto al movimiento de los intérpretes basta para plasmar la intensidad y el significado de la acción. La interpretación de los actores copan toda la atención.
Las coreografías envuelven todo el escenario, cada momento es casi un instante fotográfico, donde la belleza del movimiento se aúna con lo grotesco a través del lenguaje gestual. Movimientos corales, a veces sinuosos, a veces contundentes, van marcando el paso.
Los intérpretes descalzos, firmes en la tierra, proyectan desde el plexo fuerza, furia y fuego en un espacio vacío que se asemeja al corazón del protagonista del montaje.

La plasticidad y el lenguaje visual cobran un protagonismo fundamental en esta adaptación de “El Burlador de Sevilla” que Ksec Act realiza de la mítica obra de Tirso de Molina, con traducción de Yoichi Tajiri.
La compañía japonesa ofrece una visión desgarradora de este clásico donde lo grotesco se aúna con lo simbólico y ritual aportando nuevos significados.
La puesta en escena, bajo la dirección de Kei Jinguii, va cobrando cada vez más fuerza a medida que avanza la acción, yendo in crescendo hasta tal extremo que la tensión dramática al final de la obra se hace casi insoportable al poder sentir la angustia vital de los personajes.
La música y la iluminación, a cargo de Mitsuhiro Nakagawa y Atsumi Hanaue, respectivamente, cobran en este montaje un papel predominante marcando los cambios de escena y los momentos más impactantes y dramáticos.
Yoshiteru Yamada, Kenji Yoshida, Tadayoshi Sakakibara, Masaya Nagano, Tomoko Hirai, Chieko Imaeda, Eriko Shimizu, Yuiko Kato, Yayoi Saito, Oni Oonishi, Kain Abe, conforman el espectacular reparto de esta función con una fuerza interpretativa que excede los límites humanos.

Ksec Act vuelve a romper en esta función todas las barreras del lenguaje a través de la fuerza individual y coral de sus intérpretes demostrando que el teatro no entiende de fronteras ni límites.
El resultado: una ovación final del público con aplausos interminables a unos actores que se dejan la piel y el alma en el escenario. Todos el teatro en pie, envuelto de una energía desbordante, aún incrédulo ante lo que acaba de presenciar y ver.