La cara de Carlos Aranda fue de póker al escuahar a Cristina Sánchez declararle clasificado en segundo lugar en la final de Soy Novillero disputada el sábado en Toledo. El ganador fue Alejandro Gardel.
El de Daimiel, y muchos otros a juzgar por las protestas de parte de los asistentes al festejo, se daba por ganador seguro después de haber sido el que más trofeos cortara -tres orejas- y, sobre todo, el que de manera más contundente rematara sus faenas con la espada. Sin embargo, el jurado elegido por Castilla-La Mancha Televisión, decidió que el toreo de mayor ajuste de Alejandro Gardel en el último de la tarde, merecía el primer premio, consistente en un traje de luces donado por el sastre Justo Algaba.
Más allá de la polémica, que la hay, creemos que habría que alabar la iniciativa de organizar certámenes de este tipo, corriendo los tiempos que corren. Y también ser autocríticos, porque si después de haber cortado tres orejas le dan el premio a otro, algo falla. Y habrá quien piense que lo que falló fue el jurado, lo cual no es imposible, pero siempre es recomendable analizar intentando encontrar fallos propios, al igual que ajenos.
Carlos Aranda estuvo en novillero, entregado, variado, compuesto a pesar de la incomodidad que supuso el viento, y rotundo con la espada. No obstante, el ceñimiento no fue la nota predominante, y el remate de los muletazos tendía a expulsar la embestida de sus novillos hacia fuera más de lo recomendable. Quizás fuera ese el motivo que inclinó la balanza del lado de Gardel a la hora de decantar el voto del jurado por uno u otro novillero.
Y ¿cómo estuvo Gardel? Pues también en novillero. Firme y templado en su primero, un eral que fue a más como buen Núñez, y desmayado, despacioso y enganchando delante y vaciando muy atrás a su magnífico segundo. Es decir, estuvo entre bien y muy bien en todo, excepto con la espada, aspecto en el que Aranda le sobrepasó de largo.
El mexicano Leo Valadez anduvo a medio gas en su primero, el eral más deslucido de la tarde, aunque despertó en su segundo, con el que ejecutó varios de los pasajes de mejor toreo –al menos el más lento- de la novillada, sobre todo en un remate con una larga tras un quite, y en algunos naturales de trazo magnífico con el cuerpo muy encajado. No anduvo tan solvente con la espada, con la que pegó un auténtico mitin.
Ignacio Olmo protagonizó un primer trasteo firme y decidido, de buen corte, e hizo lo que pudo ante el séptimo, que no ofreció facilidades.