Cada una de las personas que interviene en un festejo taurino tiene un cometido que cumplir. En algunos casos la participación se basa en apreciaciones personales, como es el caso de los críticos taurinos, por no irnos más lejos; y en otros, siguiendo unas reglas preestablecidas. El caso más representativo es el del Presidente, quizás el actor que mayor responsabilidad tiene el día del festejo, y quien ve limitada y encauzada su labor por el vigente Reglamento Taurino.
Una de esas responsabilidades es la de conceder trofeos, basándose en el criterio según el cual la primera oreja se concede a petición mayoritaria del público, mientras que la segunda se otorga a criterio del palco.
El pasado miércoles un novillero ciudarrealeño hizo el paseíllo en la plaza de toros de Las Ventas de Madrid. Su nombre, como muchos sabrán, es Emilio Huertas, quien se encuentra en el umbral de la alternativa y quien acudía a la plaza más importante del mundo en busca de un triunfo que le ofreciera un impulso de cara al citado doctorado. Y a punto estuvo de lograrlo, al menos parcialmente. Se lo impidió, precisamente, y antirreglamentariamente, el Presidente de la tarde, de nombre Julio Martínez.
Y decimos lo de antirreglamentariamente porque la petición de oreja tras la faena a su primer novillo, segundo de la tarde, fue claramente mayoritaria, aunque puede que incluso haya quien opine lo contrario. El abajo firmante, que presenció el festejo en directo, y sin riesgo de caer en la querencia del paisanaje, apreció una clara mayoría de pañuelos que pidieron la oreja para Huertas, entre las poco más de dos mil personas que allí estábamos, eso sí. Y vaya por delante que, según dimos cuenta en la crónica de la novillada en cuestión publicada en Lanza al día siguiente, la faena no fue redonda y tuvo matices claramente mejorables. Sin embargo los tendidos solicitaron el trofeo, y el reglamento está para cumplirlo, más allá de gustos personales. Si el público pide una oreja, la primera, el reglamento dice que hay que concederla, aunque al usía en cuestión no le haya gustado del todo la actuación a enjuiciar. Así lo dice el reglamento. Y así hay que cumplirlo. Y más aún la máxima autoridad, porque mal vamos si el que se salta las normas es el Presidente.
Por desgracia, parece que algunos palcos olvidan que están juzgando la labor de novilleros, meros aprendices de torero, y que, por tanto, el nivel de exigencia debe ir en consecuencia, incluso en Las Ventas. Un poco de mesura y sentido del contexto nunca está de más. Ni siquiera si presides un festejo en la plaza de toros de Las Ventas y te sientes poco menos que intocable. Además, está aquello de “In dubio, pro reo…”
Julio César Sánchez
Crítico taurino del diario LANZA