Desde hace algunos años, la ganadería de Alcurrucén se ha erigido en el bastión más estable de “resistencia” al encaste predominante en todas las ferias españolas. Los toros de Domecq copan cerca del 75% de los carteles patrios, mientras que el resto se lo reparten vacadas de distintas procedencias, entre las que podemos citar Santa Coloma, Saltillo-Albaserrada, o Núñez, encaste al que pertenece la ganadería de Alcurrucén, protagonista de estas líneas.
En una magnífica finca ganadera situada justo en el límite entre las provincias de Ciudad Real y Toledo, siguiendo la carretera N-401, pastan los machos que la familia Lozano lleva criando desde 1967, después de que éstos compraran a la familia Núñez.
Desde mediados de los años 70, los toros de Alcurrucén han estado presentes en todos los ciclos taurinos que se precien, y en su nómina cuentan con haber propiciado numerosas salidas a hombros por la puerta grande la plaza de toros más importante del mundo como es la de Las Ventas de Madrid, cuyos designios dirigieron durante diez años en los años 90 del pasado siglo.
Este año, en los cerrados de El Cortijillo hay preparadas dos corridas de toros que saltarán en San Isidro con el hierro de Alcurrucén, a las que se enfrentarán toreros como El Juli, Álvaro Lorenzo, Ginés Marín o El Cid, por citar algunos nombres, esperanzados en ver si en sus lotes se cuelan ejemplares como Jabatillo, lidiado en Las Ventas en 2015 por Castella, al que cortó dos orejas, o como Malagueño, al que David Mora desorejó en el mismo ruedo el año pasado.
Según pudimos comprobar in situ, las hechuras para embestir las tienen. Y la carga genética, en teoría, también. Ahora “solo” falta que demuestren con hechos lo que se les intuye. Y ojalá que así sea.