Plaza de toros de Socuellamos. Casi media plaza.
Se lidiaron seis toros de Sancho Dávila, primero y cuarto para rejones. De correcta presencia. Nobles y manejables en general. Mejor el segundo. Peor el sexto.
El rejoneador Ginés Cartagena: Oreja y silencio tras tres avisos.
Eugenio de Mora: Dos orejas y oreja.
Rubén Pinar: Dos orejas y ovación.
De Mora y Pinar salieron a hombros
Hubo un tiempo, no muy lejano, en el que la puntualidad en los festejos taurinos mayores era sagrada. En demasiadas ocasiones vemos ultimamente que aquella norma, tan recomendable, brilla por su ausencia. Ayer, en el festejo celebrado en Socuellamos, el primer toro salió a la arena a las siete y veintisiete minutos de la tarde, cuando el inicio de la corrida estaba anunciado a las siete. Dicho queda, aunque de poco o nada sirva.
Respecto a lo sucedido en el ruedo, los toreros a pie sobresalieron con respecto al rejoneador actuante, de largo. Solvente y profesional actuación la de Eugenio de Mora -a tres días de su actuación en Madrid- frente a un lote manejable en el que ofreció mayores y mejores cualidades su primero, al que recibió a la verónica de manera notable. En el último tercio el de Sancho Dávila tan solo aguantó con ímpetu las dos primeras tandas por el pitón derecho para, a continuacióin, embestir con una mayor suavidad. En el quinto, que punteaba y embestía a media altura, el toledano resultó volteado sin consecuencias aparentes después de llevarlo a media altura por ambos pitones con pulcritud. En ambos oponentes mató de media arriba, acompañado de un descabello en su segundo.
Rubén Pinar se las vio en primer lugar con un ejemplar noble al que pegó muchos pases, casi todos ellos en paralelo y ninguno de ellos digno de recuerdo. El toro que cerró plaza resultó deslucido por su acometida tambaleante y descompuesta. Ante él el de Tobarra anduvo voluntarioso aunque sin poder lograr lucimiento por la vía de la estética. Mató de buena estocada entera arriba al segundo viaje en el tercero pero falló en el sexto.
Poco edificante resultó ver a un Ginés Cartagena incapaz de acabar con el cuarto de la tarde, después de fallar tanto con los rejones de castigo como, llegado el momento, con el de muerte. Después de varias pasadas infructuosas decidió entrar a matar al volapié, sin éxito, hasta escuchar los tres avisos. Sin embargo continuó intentando descabellar, a pesar de haber sonado el tercer recado definitivo. Tampoco fue lucida su primera faena.