Concluye otro año difícil, más de lo que podíamos o queríamos prever, en el que la Humanidad ha seguido batallando con un virus que pone a prueba toda nuestra capacidad de colaboración, resistencia, solidaridad, adaptación al cambio y visión de futuro. Un año en el que, a pesar de todo, los españoles y españolas hemos dado un ejemplo al mundo en cuanto a responsabilidad y capacidad de gestión, gracias a un gran sistema público de salud y a una función pública que en ocasiones parece sobredimensionada por efecto del hecho autonómico, pero que a la hora de la verdad se ha demostrado como una de nuestras fortalezas en los momentos de crisis.
Ha sido un año también en el que la palabra “recuperación” se impuso como algo más que un deseo. A expensas de nuevas y sucesivas oleadas del virus, que esperamos vayan siendo menos graves en sus efectos gracias a la extensión y mejora de las vacunas en todo el mundo, las Comunidades Autónomas en España siguen demostrando que la mejor administración de la cosa pública es la que se ejerce en cercanía, en contacto directo con la realidad social y económica de cada comarca, de cada población, en diálogo directo con el Gobierno de la Nación, pero también con Europa y, sobre todo, con los ayuntamientos, las diputaciones y la red de entidades públicas y privadas que estructuran la atención social, educativa y económica de las personas en riesgo de exclusión por los más variados motivos. Y también con los agentes sociales, porque de una situación tan grave no se sale a golpe de decreto, sino merced a los grandes acuerdos capaces de aportar estabilidad en medio de la tormenta, y de recabar colaboración para avanzar como conjunto.
A punto de comenzar 2022, nuevamente depositamos grandes esperanzas en lo que ha de llegar, sin que eso signifique bajar la guardia en cuanto al virus y sus efectos. Un año en el que las Comunidades Autónomas vamos a ser, nuevamente, palanca de cambio merced a la gestión final de importantes fondos procedentes de la Unión Europea, en trabajo coordinado con el Gobierno de España, cuya labor a la hora de negociar las condiciones de los planes de recuperación ha resultado ejemplar. Como lo ha sido la respuesta conjunta de las administraciones autonómicas cuando se nos ha requerido un paquete de proyectos suficiente y creíble que permitan atraer los fondos previstos. Y en medio del ruido que provocan la pandemia y sus consecuencias, el trasiego de acuerdos y fondos entre Bruselas y nuestro país, escuchamos la vibración de fondo de la negociación para un nuevo sistema de financiación autonómica más justo, más equitativo y, por lo tanto, más eficaz para alcanzar el objetivo común de unos servicios públicos esenciales de calidad que lleguen a todos los ciudadanos sea cual sea su lugar de residencia.
Debe ser también un año cargado de energía, pero de energía verde, gracias al esfuerzo sostenido en Puertollano por seguir siendo punta de lanza en la investigación y producción de energía, esta vez basada en el hidrógeno; esfuerzo que se ve complementado con la puesta en marcha, ya presupuestada con más de 7 millones de euros, de la Agencia Regional de Investigación e Innovación. También ha de ser el año en que se inicien por fin las obras para la Nueva Ciudad Administrativa de Ciudad Real. Un año también crucial para la industria agroalimentaria, sobre cuya vitalidad se ha sostenido nuestra economía en los tiempos difíciles.
Y con la esperanza de que el acuerdo se imponga a la frontera, y la colaboración al interés particular, van mis mejores deseos para 2022.