La Guerra de España fue una traición: un episodio traumático e indignante en la historia de nuestro país, verdaderamente penoso y lamentable: ¡Intolerante, injustificable y sin admisión alguna!; capítulo para no olvidar y, sobre todo, para no incidir en ello: aquellos Republicanos españoles, tuvieron el arrojo, la lealtad y el deber patrio, de tener que enfrentarse contra la traición y sublevación militar de sus generales franquistas, apoyados por el fascismo aliado de Italia y Alemania, entonces en todo su auge y en expansión por Europa: pero, aquellos republicanos españoles expatriados tras la Guerra, tuvieron el infortunio reiterado de tener que seguir combatiendo contra la amenaza del Fascismo y del Nacismo alemán. ¡Al que, finalmente, vencieron y derrotaron!, en coalición con las potencias de Estados Unidos, Rusia e Inglaterra, y a pesar de La División Azul franquista, (enviada como apoyo a Alemania, y para devolverle el favor a Hitler), lo que supuso el colofón final de la II Guerra Mundial. Ahí se derrotó al Nacismo y al Fascismo, y se derrotó a Hitler, y se derrotó a Mussolini. Pero en España no cambiaría nada. Fuimos la excepción que confirma la regla. España se quedó ahí, aislada del resto del mundo, como estaba, con su Generalísimo al mando: el Duce terminaría sus días linchado y colgado en una plaza pública de Milán, junto a su amante y otros dos de sus ministros, (28 de abril de 1945).
El Führer, ante la suerte de su compatriota, y en vista de la capitulación de Alemania, se suicidaría dos días después en su Führerbúnker: refugio antiaéreo cercano a la Cancillería del Reich en Berlín, donde se instalaría dos semanas antes, (16 de abril de 1945), y desde donde seguiría el proceso de la guerra. Allí se casaría con Eva Braun y, en vista del inminente hundimiento, se suicidaría al día siguiente con un disparo en la cabeza y tras de haber suministrado unas ampollas de ácido prúsico a su mujer, a sus hijas y a su perra Blondy, (30 de abril 1945). Estos edificios después serían arrasados imperiosamente por los Soviéticos: ¡Pobre perra Blondy, qué culpa tendría! Y ahí terminaría la amenaza del Nazismo y del Fascismo sobre Europa, (aunque España quedaría 40 años sumida en su desdicha, en su decadencia y es su castigo)… Y con la caída de la Bomba Atómica sobre las ciudades niponas de Hiroshima y Nagasaki (8 y 9 de agosto de 1945), el tercer aliado del llamado Eje Roma- Berlín- Japón, se marcaría el final de La II Guerra Mundial.
Un total de 50 millones de muertos sería el balance: 17 millones en campos de concentración alemanes; entre ellos alrededor de 6 millones de judíos, el resto soviéticos, polacos y prisioneros de guerra; y entre los que se encuentran esa pequeña porción de Republicanos españoles expatriados: tantos como, de los 15 mil refugiados en los campos franceses cuando la ocupación alemana justo al término de la guerra civil, 7 mil de ellos irían detenidos o destinados a los campos de concentración de Manthausen, donde morirían más de la mitad, en torno a 4200… Pocos serían los testigos que consiguieron salvarse de la criba, y en qué condiciones. Ese fue el final y la suerte de muchos de aquellos exiliados españoles; otra minoría, y quizás con mejor suerte y destino, serían acogidos y repartidos por diversos países latinoamericanos: Méjico, Buenos Aires, Puerto Rico… Pero en España no cambiaría nada, ¡con un millón de muertos a sus espaldas!, repartidos por cada rincón y cada pueblo de nuestra geografía. En torno a tres cuartas partes pertenecientes al bando republicano, listado que se iría incrementando según se fue consolidando la dictadura, con sus presos, sus cárceles, sus fusilamientos y sus trabajos forzados, a la orden del día y a lo lardo de su mandato… En España se cerrarían las fronteras, para unos y para otros, para los de dentro como para los de fuera; quedando aislados del resto del mundo, y todo siguió su proceso y su depuración: ¡no había que dejar testigo de la ofensiva!, durante cuarenta años, y en sumario hasta los últimos días de su vida… ¡Pobre perra Blondy, qué culpa tendría! Simplemente probaron si hacían efecto los barbitúricos. La Pirenaica, que aguardaba tras de las montañas o tras de las fronteras, no pudo resistir tanto aislamiento, tanta represión, ni tanto Franquismo: pocos pudieron aguantar tanto exterminio, tanto exilio y tanta capitulación; pocos pudieron regresar de nuevo a su España, por la que tanto habían luchado: ¡contra el Fascismo y por la Democracia! Representación de ello, y ya en la Transición, fueron el poeta Alberti y Dolores Ibárruri, La Pasionaria, los dos ya mayores y con el pelo encanecido; imagen muy divulgada y significativa del momento.
Si la Bomba Atómica no fue utilizada contra Alemania, fue porque aún no estaba finalizada; fue justo en esos meses que separan la derrota de Alemania con la caída de la Bomba sobre Japón cuando esta se ultimó; y su primera demostración en pruebas fueron Hiroshima y Nagasaki. No se ha vuelto a experimentar contra ninguna otra población… Y si la guerra no se produjo de nuevo contra España, como se pretendía y se esperaba por restaurar la democracia, no fue en favor de su dictador, atrincherado en su tiranía, sino por el pueblo español, por lo debilitado y lo arruinado en que había quedado el país, en todos los sentidos: ¡Ese fue nuestro perdón y nuestro castigo!