Quiero dedicar este artículo a la gente que aprecio. Soy consciente del riesgo de comenzar estas líneas con una frase que puede parecer excluyente aunque no lo pretenda ni, como es el caso, tenga más intencionalidad que la del agradecimiento sincero a quienes nos hacen a diario un poco más fácil la convivencia en general, en nuestro ámbito cercano, en la zona de influencia.
Vivir en tiempos desapacibles demanda redoblar esfuerzos que eviten que se imponga el griterío por encima del diálogo, precisamente en unas fechas en las que más llamadas se han hecho al consenso -como valor a practicar y defender-, a propósito de la reciente celebración del 40 aniversario de la Constitución Española. Sin embargo, ya saben que es más fácil dar consejos que practicar lo que se aconseja o, como dice el dicho popular, “una cosa es predicar y otra dar trigo”, de ahí que luzcan como satélites en el espacio quienes se apartan a tiempo del griterío, del escándalo.
Convendrán conmigo en que la mayor parte de nosotros hemos pasado estos días de Navidad desando paz, felicidad y amor al prójimo, como si reinara en el ambiente una convivencia en armonía que nos inclinara a ser más humanos por unas horas. Incluso renovaremos ahora estos buenos deseos con el añadido de “ventura y prosperidad” de cara a la entrada del año nuevo y así contribuir, otro más, a envolver los últimos días de diciembre en una atmósfera única de buenas intenciones, pero tan efímera como el tiempo de los turrones.
Una vez que pasa el Sorteo de la Lotería, las últimas horas de diciembre se convierten en fechas mágicas que irradian una capacidad única para generar grandes expectativas de cambio, como si pasar de un día a otro fuera algo parecido a volver a empezar, tras un “borrón y cuenta nueva”. Si me permiten, este tiempo mágico propiciaría -a poco que nos descuidemos-, un estado anímico parecido a esa tranquilidad que se viviría cuando desaparecen los errores y las deudas contraídas mientras que los compromisos y las reiteradas faltas de respeto –públicas y privadas-, que horadan silenciosamente la convivencia, desapareceren para siempre y entráramos en un tiempo nuevo y sin cargas. La realidad, en cambio, se impone tras la noche de Reyes y del barullo de fondo se pasa de nuevo al griterío como si nada hubiera más, cuando siempre es más fácil el entendimiento con un tono de voz más bajo y tratando, ya puestos, de convicvir con el diferente.
El papel que desarrollan las familias
Por ello, mi intención hoy es reconocer el papel que desarrollan familias como la mía, siembre y, sobretodo, en estos días de reencuentros. También el de la familia de mis amigos y de muchos de mis conocidos y, con toda seguridad, el papel de la familia de muchos de los lectores de este artículo. Porque en todas éstas y en aquellas otras familias -como quiera que estén montadas-, siempre alguien que despliega sus mejores dotes para engrasar las relaciones y que funcionen, siempre, si fuera posible.
Tópicos y relaciones irreconciliables aparte -que de todo hay-, hoy me interesa poner en valor el discreto trabajo de quienes ahorman la convivencia y propician que fluyan en su entorno las mejores relaciones personales, laborales, sociales. Sólo desde estado de consciencia real contribuiríamos a evitar muchos espectáculos lamentables. Ojalá y se queden todos en el año viejo.