Más tarde, después de mucha ascesis y numerosas luchas contra aquellos que tenían envidia de su tenor de vida, aquel hombre se dirigió hacia el sur con un grupo de amigos: sobre un monte, en Cassino, junto a las ruinas de un templo de Apolo, aquel hombre y sus compañeros construyeron el primer monasterio benedictino de la historia. Está comenzando el siglo sexto.
Ayer celebrábamos la memoria de este hombre: san Benito.
Junto a las ruinas de una Roma en decadencia, está naciendo una nueva Europa: sus cimientos los puso un hombre que buscó la soledad como camino hacia Dios. Con una regla de vida muy humana y muy sencilla, con unas ganas profundas de centrarlo todo en Jesucristo, muchos hombres de Europa se retiraron a construir comunidades para buscar a Dios y transformar la tierra. Aquellos monasterios atrajeron a su alrededor muchos núcleos de población y fueron sembrando un nuevo horizonte en medio de la oscuridad que había traído el final del Imperio romano.
Desde abajo y desde dentro
Europa no se construyó desde arriba: no fueron sus reyes, políticos, jueces o grandes terratenientes los que pusieron los cimientos del esplendor futuro de esta tierra. Europa se construyó desde abajo y desde dentro. Se fue educando un tipo humano nuevo, bien cimentado desde el interior, con capacidad de trascendencia y de fraternidad, curtido en las luchas de la vida, sobre todo en las más difíciles: las luchas contra uno mismo y sus deseos de prevalecer sobre los demás.
Porque fue muy profunda y se trabajó durante siglos, la reforma benedictina ha durado siglos y ha sido fecunda en la Iglesia y en la sociedad. Hasta sus monumentos han llegado hasta nosotros: el románico y el arte cisterciense, con toda su belleza y sencillez, se construyeron para durar, porque eran signo de una sociedad que creía en lo que hacía, que miraba al futuro aunque supiera que la vida es efímera.
Deconstrucción de Europa
Supongo que, desde la atalaya de los justos, san Benito estará asistiendo ahora a la deconstrucción de Europa. Desde hace ya muchos años, “la ascensión interna de los bárbaros”, como recordaba Ortega, está derribando lo que Benito, quizá sin saberlo, empezó a construir. Es cierto que está costando mucho, Europa y su espíritu no acaban de perecer: ¡tan profundos han sido sus cimientos!
¿Necesitaremos un rumbo nuevo, una nueva fuerza benedictina para reconstruir la belleza y armonía, la fecundidad, de aquello que hemos sido? ¿De dónde brotará lo nuevo, la fuerza y los proyectos para mirar hacia el futuro y construir sin miedos?
Creo que, como antaño, no vendrá de arriba: la política, la economía, ni siquiera los medios de comunicación tienen la respuesta. Todo esto son eso mismo: medios; pueden ayudar, pueden quizá entorpecer.
Desde abajo y desde dentro
Creo que, como antaño, la nueva vitalidad brotará desde abajo y desde dentro, y habrá de ser sembrada con tiempo, sin prisas, para largo, con esperanza. Se trata de suscitar un tipo humano que haga posible una nueva sociedad: las personas somos la clave del futuro del mundo y del éxito de nuestras sociedades.
Tal vez, una de las claves es no buscar la notoriedad. Benito construyó la nueva Roma yéndose de Roma hacia una cueva y fundando, después, una sólida fraternidad. El narcisismo se ha convertido en el estilo de los hombres y mujeres que hoy poblamos este mundo: el éxito personal y el bienestar propio lo mueven todo y lo orientan todo. La ascesis de la cueva, del silencio y lo profundo, no cabe en nuestro mundo; pero, probablemente, ahí están las claves del futuro.
Benito buscó, sobre todo, a Dios en medio de este mundo. No fue nada pretencioso: no quiso construir un mundo nuevo que llevara su nombre, a diferencia de los antiguos y los nuevos emperadores; buscó a Dios y puso los cimientos de ese mundo nuevo que, después, muchos otros siguieron construyendo.