Pues claro que estás harto, que estás harta. O peor. Harto de no poder ir y venir libremente, aunque las cosas en ese terreno hayan mejorado. De no poder abrazar y dejarte abrazar. Hasta las narices de tanta noticia y seguramente también de quienes hacen fiestas o se arraciman en parques y playas. De esperar y esperar a que esto acabe. De esperar a que se tome la decisión mágica que permita, como con la varita de las hadas, que la calabaza de la pandemia se convierta en la carroza de Cenicienta. Muy harto, muy harta.
O peor, mucho peor. Puede que hayas sufrido una pérdida terrible por sí misma y por las circunstancias de la pérdida y el adiós. Quizás tú mismo has pasado un tiempo infernal en una UCI o en un hospital. O has perdido tu trabajo o peligra gravemente tu negocio, tu modo de vida tan claro en febrero.
Seguro que te apetece gritar, y con razón, esa hartura. Seguro que tienes, como tenemos todos, esa parte adolescente que no hemos superado y que nos hace pensar que nuestros padres, nuestro maestro, nuestro médico, nuestra policía, nuestro gobierno tienen que solucionarlo todo: que no haya ido bien una relación sentimental; que no me entren las oraciones de relativo; que esa enfermedad no sea curable; que no se descubra, a lo John Wayne, al asesino; que no se tome la decisión esa que permitirá acabar con el paro, la recesión económica y la pandemia en las próximas doce horas. Incluso quizás tengas esa parte adolescente que tiende a pensar que es necesario buscar el motivo de nuestra desazón, de nuestro miedo, en razones o seres, si pueden ser cercanos y mejor si son queridos. Y pedirles además explicación y expiación de nuestros males y sus culpas.
Y con esa especie de retorno al mito del que hablan los filósofos, cuando vemos ondear a nuestra vista banderas, a escuchar proclamas de sacrosantas palabras quizás tengamos la tentación de unirnos a ellas. Desde el peligro del contagio o desde la ruidosa seguridad de nuestro balcón. Estás en tu derecho, claro, están es tu peligro también. En el derecho a tu peligro, que en el de hacernos peligrar, no tanto.
Pero quienes ondean unas y salmodian otras, no están en la cuestión, sino en el margen. Y al margen de lo que pasa. No quieren solucionar tu desazón, tu miedo, tu preocupación, tu hartura: se aprovechan de ello. Y no para solucionarlo, sino para arrimar, como siempre, el ascua a su propia sardina. A la sardina de hacerte permanecer en el mito. Te hablan de tus miedos con explicaciones mágicas nada racionales, apelando a tus vísceras y no a tu entendimiento, con pocos argumentos pero con frases altisonantes dichas en voz muy alta, incluso altanera. Y, entre tanto, te hacen indignarte más y que dirijas tu indignación a caladeros que no son los que te interesan, sino a sus propios caladeros: no a Europa, no al Estado, no a la toma de decisiones que palien el desastre, no al gobierno porque no lo votaron, no a las ayudas para los que no pueden ayudarse, no a impedir que salgan de sus pisos de lujo, no a nada que no les convenga personalmente, caiga quien caiga mientras. Tan al margen que piden privar a una parte de la población de la sanidad universal, sin calibrar, aparte de otras razones de justicia, lo que eso puede suponer en la cadena de contagios. Tan al margen que quizás tu bloque, tu manzana, no alcance el valor catastral de muchos de sus pisos en los que les angustia estar confinados. Tan al margen que mientras tú conoces a alguien, o seas alguien que se pone a la cola del reparto de alimentos en esa parroquia, alguno de ellos vocean, chófer y megáfono en mano, sus proclamas de bienes y derechos que tú y yo ni conocemos ni sabemos de ningún antepasado que los haya conocido. Tan al margen, que cuanto más cerca estamos de la solución o más se alivia el problema más fuerte ondean, más alto hablan, más gruesas son las palabras. Tal parece que quieran que no dejes de indignarte más cuantos menos motivos haya.
Y claro que se puede estar harto y además no haber votado al gobierno, faltaría más. Pero tú que no lo has votado, tú que sí y tú que ni te acuerdas, dedícale un rato a pensar qué habría sido esta pandemia sin Europa, qué sin la sanidad pública, qué sin ayudas a autónomos y a los ERTE, qué sin haber impedido la movilidad de la gente entre provincias, qué si los inmigrantes hubieran quedado al margen del sistema de salud, qué si no puedes volver a votar a tu gobierno. Y en el rato posterior, esto no lleva mucho tiempo, piensa si las banderas y las proclamas te aliviarán de la COVID y conseguirán que no te contagies arropado por unas y al arrullo de las otras. Piensa, de paso, si has dado permiso para que tu cabreo, tu indignación y tu hartura sean utilizados para cualquier fin que se le ocurra a cualquiera que quiera aprovechar aquellas cuestiones que te hartan (o peor que hartarte) para sus propios fines.
Quizás nos convenga pensar un poco en ello. Los estudiosos de la filosofía utilizan “El paso del Mito al Logos” como concepto para definir el inicio del pensamiento en Grecia tras una Edad Oscura. No estará de más, en este tiempo oscuro, que también nosotros pasemos del mito al logos.