Chabolismo vertical
Se le llamó «chabolismo vertical» a esos enjambres de pisos diminutos, viviendas construidas con míseros materiales que sustituyeron (sólo parcialmente) a las chabolas de lata y de cartón, diseminadas irregularmente por el extrarradio, hechas furtivamente por la noche, antes que la orden judicial las pudiera eliminar.
Esa suerte de urbanización de hacinamiento fue la situación heredada por la moderna España urbana de los años ochenta y noventa. El piso del taxista que la cámara almodovaria¬na reflejó magistralmente («¿Qué he hecho yo para merecer esto!», 1984) era parte de esa colmena humana. En este contexto misera¬ble y abocado a la delincuencia, vivía el taxista (Ángel de Andrés), su mujer y sus hijos, casi adolescentes ya inmersos en el tráfico y consumo de drogas y la prostitución.
La abuela rural, un gran arquetipo
La visitante que viene del pueblo, es la abuela rural (encarnada genialmente por la actriz Chus Lampreave) que serviría de espejo para juzgar a «este Madrid», como llama a la ciudad, marcando distancia.
Tiene esta abuela ese aire antiguo, como de sabor de torta de aceite de una romería. Sin las alharacas del paleto agresivo y colonizador que encarna Paco Martínez Soria. La vemos hacerse un hueco discretamente, en el minúsculo cascarón urbano que posee su hijo taxista, cosa harto difícil en un piso donde los personajes tienen que pasar de medio lado por las puertas, huecos configurados en endebles tabiques. Hasta él suben los ruidos de la M-30 y la carbonilla del tráfico que hace quejarse a los hijos del taxista de constantes picores. La vemos y podemos imaginar cómo era su marido, cómo son sus vecinas del pueblo. Sólo tenemos de ella en el filme su breve estancia en la ciudad, pero es como si viéramos la punta de un «iceberg», podemos fácilmente imaginar el resto. Esto es lo que define a un personaje bien construido -afirmaba el director de cine Antonio Drove- verlo y saber hasta cómo pudieran ser sus sueños, aunque en el filme sólo salga fugazmente.
La abuela rural refleja el desvalimiento de la vejez, sobre todo el de la urbana, sin mucho que hacer entre cuatro estrechas paredes, sintiéndose un estorbo, y triste entre las trifulcas conyugales de su hijo, que no le queda más remedio que presenciar en un piso que no permite el aislamiento.
Pelea conyugal
El taxista (riñendo con Gloria, su mujer): Aquí el que manda soy yo, y si no te interesa esto ya sabes dónde está la puerta.
Abuela: Hijo mío, no discutáis por mi culpa. Soy yo la que tiene que irse a su pueblo.
El taxista: Usted está en su casa.
Abuela (dirigiéndose a un lagarto que le ha puesto de nombre «Dinero», porque es verde como el dine¬ro): No nos quieren, Dinero, no nos quieren.
El taxista: ¡Y el lagarto también está en su casa!
Queja de la ciudad / añoranza del pueblo.
Sus continuas quejas contra el frío, el ascensor, etc. («¡Qué frío hace en este Madrid! Si no me llevas al pueblo, este invierno me voy a helar viva», o «Como no arreglen pronto el ascensor no voy a poder salir de casa. Me siento como una presa») van más allá de hechos concretos, es la inadaptación de una rural a otro medio. Son también las condiciones de la miseria urbana las que la oprimen:
«Mire, me lo quiero llevar al pueblo, ¿sabe? (al lagarto). Para que corretee por allí, por el patio, con los gatos, las vecinas. Es que aquí en Madrid no podemos seguir, nos ahogamos. No sé …».
El excelente oído social del cineasta Pedro Almodóvar refleja las escasas alegrías que estas mujeres «agrourbanas» trasplantadas a las ciudad, tienen a través de los casuales encuentros entre iguales. Inquieren sobre su cultura de origen y lo hacen al modo propio de esa cultura:
Abuela: Oye, por cierto, y en el pueblo ¿quién se ha muerto últimamente?
Paquita (encarnada por Francisca Caballero, la madre de Almodóvar): Se muere mucha gente. No queda un viejo. Pero lo que es menester es que pare ahí, en los viejos, que no se lleve a los jóvenes, que el pobre Torreznos se ahorcó antes de … (…)
¡Tú no sabes los viejos que se han muerto! ¡Y muchísimo frío que hace, que menos mal que hay más leña pa calentarnos …!
Esta forma tribal de inquirir por la gente conocida, trazar genealogías, recontar a los muertos, propia de la cultura tradicional, vuelve a aparecer en la antesala de un consultorio médico. Paquita establece contacto con alguien que ni la recuerda, del siguiente modo:
«Tú eres Gloria, la del pueblo, la hija del Manolo. ¿No te acuerdas? ¡Cuántas veces me has meao el mandil! Eras muy pequeña. Tú te casaste con Antonio, el hijo de la Blasa. Hija mía, a tu suegra dale muchos recuerdos, que me acuerdo mucho de ella. Dile que me has visto (…)».
De Madrid a esta abuela montaraz y rural sólo le gustan las máquinas de jugar de los bares, lo que la liga a su nieto. En cambio, la vemos en muchos fotogramas triscar por un descampa¬do urbano en busca de un buen palo, o recogiendo un lagarto, lo poco de campo que le resta en la ciudad. En el desenlace del filme, cuando su hijo ya ha muerto, dice desconsolada:
«Yo me quiero ir al pueblo. No quiero morirme en Madrid y que me entierren lejos de casa, como a mi pobre hijo, y al lagarto también».
(Continuará)