Una vez terminada la aventura del Open Arms, ‘snip, snap, snout, this tale is out’, “manu prosecutoria”, conviene ahora hacer un análisis metafísico de lo que ha sido.
Diríase que el pandémico y agobiante debate del Open Arms ha resucitado las interesantísimas y encrespadas controversias escolásticas entre Sepúlveda y Las Casas sobre los derechos del indio americano, y que movieron al mismísimo Carlos V a convocar en Valladolid una asamblea de teólogos y juristas en relación con los derechos naturales de estos indios cincuenta años antes descubiertos. Se celebraron dos reuniones (agosto-septiembre, de 1550, y abril-mayo, de 1551). Ningún Imperio en el mundo jamás ha existido en el que se hablara con tal libertad de cuestiones políticas tan graves. Pero la verdad es que no se llegó a ningún acuerdo. Ninguno de los dos extremos carecía de lógica y sentido común. Sin embargo, sirvió para que Felipe II impidiese con leyes contundentes la explotación del indio, situándolo jurídicamente al mismo nivel que el español blanco.
Ahora bien, lo que pasaría hoy en el caso Open Arms es que Las Casas, fundamentándose en toda la escuela del Padre Vitoria, tendría que defender con los mismos argumentos los derechos naturales de los aborígenes europeos – que a pesar del insondable “barathrum sophismatum” de Merkel, Macron y Sánchez también existen -, y el padre Sepúlveda a los inmigrantes ilegales. Lo que son las cosas. A perspectivas distintas intercambio de derechos. Y es que la vieja Escuela de Salamanca defendería ahora a la vieja Europa, otrora conquistadora, contra la invasión patente del Islam y presuntas prácticas de violación y asesinato que ya se han dado en algunas pateras.
Los universales de la Escuela de Salamanca, matizados por el sabio jesuita Francisco Suárez, erigieron unos derechos formales que fundamentaron los primeros Derechos Humanos, desarrollo y base de la civilización cristiana. El problema estriba en que no toda la Humanidad, comprometida abstracción, responde a esos universales de clara e insoslayable perspectiva occidental. Esos universales son a fin de cuentas puros entes de razón. Y la esencia posible sin existencia es nada, pues la potencia pura es pura nada, a diferencia del ser en acto, que es lo mismo que ser existente, siempre concreto e individual. La naturaleza no existe sino en los individuos, y como afirmaba el Padre Suárez, “podría haber muchos mundos y cada uno de ellos tener su respectivo ordenador”. Todas las cosas que existen o pueden existir son singulares e individuales. El individuo es quien añade la realidad a la naturaleza común. El individuo es el único ente tangible que nace y muere; los pueblos son mera curiosidad antropológica. Por eso el Padre Suárez consideraba que el derecho de gentes (“ius gentium”) estaba basado en una ley no natural, sino positiva e histórica, y no divina y eterna, sino humana y contingente. Sus preceptos no están verdaderamente escritos, sino establecidos por la costumbre en todas o casi todas las naciones. Los preceptos del derecho de gentes nacen de las necesidades, las circunstancias y las leyes civiles y privadas, y nunca deben ocasionar perjuicios ni detrimento a la república. El propio Santo Tomás ya había diferenciado distintos tipos de extranjeros, los amigos y los enemigos. Es, en fin, la ley positiva la que siempre – por encima y por debajo de fariseísmos – ha dictado el “ius gentium”. Sólo hace falta leer la Historia, y quienes desvergonzadamente apelan a un “ius gentium naturale”, monstrorum turba, son a menudo quienes más movidos están por intereses muy positivamente políticos. Con razón Melchor Cano sostenía en un latín elegantísimo que la filosofía política es un lugar teológico. Y efectivamente lo es, en tanto en cuanto los Derechos Humanos son pura filosofía cristiana. Por otro lado, si apelamos al sentimiento de solidaridad hacia los “hermanos” sufrientes, este hermoso sentimiento no lo podremos nunca interpretar como sodalidad con el delito y los deliencuentes.
La situación de haber estado al pairo el Open Arms durante tantos y tantos días ha supuesto el claro posicionamiento político del barco en Europa. Nunca ha interesado cumplir con las esperanzas de los inmigrantes ilegales, sino fundamentalmente conseguir un objetivo político, derrotar a Salvini y al espíritu occidental que aún le queda a Europa. Podrían ya haber desembarcado en Malta, en Algeciras o en la isla más oriental de Las Baleares, pero eso sólo hubiera problematizado a la izquierda amiga gubernamental, particularmente a la española; lo que se quería era derrotar a Salvini y romper del todo la coalición de centro-derecha italiana.
Una vez capturado el barco por orden de la Fiscalía italiana, y distribuidos los presuntos belitres entre varias naciones, España no podrá caer en la tentación de restaurar la traición del conde Don Julián, y hacerse así enemiga de los intereses occidentales. Las ONG(s), cuando no son negocietes para emplear a los amigos inútiles, son hooligans de ideologías totalitarias, no pueden sustituir a los Estados en la política internacional concerniente a las emigraciones e inmigraciones. Aunque quizás algunas sólo sean agencias encubiertas de los gobiernos más ideologizados y prejuiciosos.
Valga, en fin, este análisis metafísico fundamentado en los primeros instauradores del Derecho Natural, comprendidos en el grandioso círculo de la Escuela de Salamanca, para reflexionar concluyendo que Europa, creadora de los Derechos Humanos desde la Universidad de Salamanca, también es titular de Derechos Humanos.