Norte de Madrid. Mediodía del último y caluroso sábado de junio. Varios periodistas de Ciudad Real -Javier Ruiz, director de Onda Cero; Lola Bravo, una histórica de la emisora heredera de la EAJ-65, que acaba de cumplir 90 años, y la que firma, como representante del histórico diario Lanza-, junto al coleccionista infanteño Julián Castilla, acudimos a la vivienda del pintor Antonio López García (1936), uno de los artistas vivos más cotizados en España.
Tras los minutos de saludos, nos sentamos en el patio de este tomellosero ilustre en torno a una mesa a la sombra de un jardín con árboles frutales y a unos metros del membrillero que inspiró uno de los éxitos del cineasta Víctor Erice a principios de los 90. Si ‘El sol del membrillo’ recogía la precisión técnica del hiperrealista en su proceso creativo, la voz del autor en persona ilustra este enfoque minucioso como forma de observar el mundo.
Una mirada sencilla y noble, propia de quien se nutre de una cuna emprendedora y afable. Basta pronunciar Tomelloso para que el rostro del pintor cambie. En la tertulia de más de una hora sobresale este gran pueblo entre las palabras que el artista pronuncia como su patria inspiradora y balsámica. No en vano la memoria más trascedente que atesora guarda los cimientos de los primeros 13 años de vida en la localidad como el tronco de su membrillero sustenta la savia que en otoño madura los ricos frutos precursoramente filmados en 1990.

Tomelloso está en todo lo que hace, señala con el eco asordinado que tiene su voz cuando evoca sin verbalizar a la familia, la niñez o la inmensidad del ‘anchurón cósmico’ que plasmara el poeta también tomellosero Eladio Cabañero. “Me gusta todo de Tomelloso”, un arraigo del que se declara enamorado y, aunque “ha cambiado mucho”, es el más genuino representante de La Mancha en su universo personal y artístico.
El desarrollo del pueblo es un prodigio por derecho propio, a decir de López, al ser un núcleo joven, con los orígenes marcados en el censo de Felipe II, desconocido para Cervantes y “sin tren ni río”. El secreto, el “coraje” de los tomelloseros, apunta el pintor con orgullo.
Tomelloso es el punto de partida y un destino al que no ha vuelto de manera definitiva, pero “que no dejo porque tengo casa allí y suelo ir”.
Madrid es la segunda patria de López y aparece en la charla como un protagonista que da aire fresco a su legado. “Madrid me ha dado todo como pintor”, sostiene. Los paisajes urbanos que ha retratado con talento y perfección desde 1974 (“vivía Franco”) no son meros espejos de la capital, sino pedazos de una relación intensa que lo han construido como persona y artista. Por ello, muestra su respeto al hablar de las personas que le reconocen en plena Puerta del Sol, lo celebran y le hacen fotos con cara de concentrado.
López, sereno y con una mirada ‘pícara’ que parece buscar cada detalle del entorno, se encuentra a gusto y no desdeña ninguna pregunta ni cuestión, aunque sea de carácter más personal. Las respuestas son lacónicas pero algunas chisposas. Como cuando nos interesamos por los supuestos efectos dañosos de sus dedos torcidos por la artrosis a la hora de manipular los pinceles. “No me ha repercutido” porque las manos “han envejecido bien”. Igualmente, confiesa que “lleva bien” la ausencia de su esposa, la artista María Moreno -Mari-, fallecida hace cinco años y perteneciente al grupo de los realistas madrileños, donde destacaron nombres como Amalia Avia, Isabel Quintanilla o Carmen Laffón. A varias de ellas, como Mari, las conoció de estudiante en la Escuela de Bellas Artes, y todas compusieron, a su juicio, una generación de mujeres artistas única y excepcional.
Respecto al proceso creativo, Antonio López, vestido con una camisa de diversos tipos de rayas y tonos en azul, unas bermudas marrones, y zapatos y calcetines negros, no lo idealiza. Habla de la espontaneidad y el talento que son necesarios para cerrar una buena técnica -tanto en la pintura, como en la escultura que también produce- y, sin mencionarla, también incluye la paciencia. “He dejado muchos cuadros sin terminar” tras haber perdido el estímulo, que es el que lleva las riendas de la composición pictórica y al que obedece. Así, aunque no tenga prisa, el propio modelo -jardín, personas o espacios abiertos- es el que marca el límite.
El recuerdo de su tío, Antonio López Torres (1902-1987), es otro de los emblemas de la agradable tertulia, por ser un eje de su existencia y haber vertebrado su trayectoria artística. Lo nombra con admiración y gratitud. Fue de quien aprendió siendo niño el amor por la pintura y la belleza de la naturaleza. Quien pintó con habilidad innata (“sin estudios ni viajes”) una escena de las gallinas de la familia comiendo encabezó, subraya López García, una generación de intelectuales, junto a otros tomelloseros célebres como el poeta y flamencólogo Félix Grande, el gran escritor Francisco García Pavón, o el propio Cabañero.
La técnica de Torres vino, explica el sobrino, de la mano del maestro Ángel Andrade al alabar las cualidades del tío y hacer que el abuelo Antonio consistiera a que su talentoso hijo se formara y tomara las artes plásticas como forma de vida.
Además del precursor familiar, Antonio López se declara seguidor de figuras de su generación, sin contar a Velázquez y Goya, los clásicos que lo inspiraron y le siguen emocionando por su valentía expresiva cuando va al Museo del Prado a visitar exposiciones temporales.
Manuel López Villaseñor es otro artista de la tierra que consiguió entusiasmar a López (incluso lo siguió por la calle para hablar con él) al principio de su carrera. Sobre todo, por la etapa más acreditada del ciudarrealeño tras su estancia en Roma y la influencia prerrenacentista que recogió de nombres como Piero della Francesca. Lo conocía por la amistad con su tío y porque leía en Lanza los detalles de la evolución pictórica del docto predecesor.
La charla termina como empezó, con reconocimientos (recibió una placa con el lema ‘El corazón nunca olvida donde dejó sus mejores latidos’ ) y fotografías junto al membrillero cinéfilo, más robusto y sabio, como su dueño, quien, sin más pretensiones, con la naturalidad de quien ha aprendido a quedarse solo con lo esencial, se pronuncia en contra de los homenajes, y lamenta no estar más presente entre las convocatorias artísticas de su patria chica. “Si no me llaman, no voy”, comenta. Solo quiere ser fiel a su creación, a la familia y a un estilo de vida que cada día inicia a las 8 de la mañana poniendo cuidado en los alimentos que come y la labor que le nutre desde la fundición o los estudios donde trabaja.