Todo el Antiguo Testamento es una palabra del pasado que nos habla de un pueblo elegido por Dios, que busca cumplir su voluntad en medio de la historia. Pero el Antiguo Testamento es también una palabra para el presente: es voz de Dios dirigida a nosotros, pueblo nuevo de la alianza, para que aprendamos a convertir nuestra vida y a seguir su voluntad en todas las dimensiones de nuestro camino.
Palabra del pasado y palabra presente, el Antiguo Testamento es, además y sobre todo, palabra de Jesús, palabra sobre Jesús. El Antiguo Testamento es palabra del Padre al Hijo y palabra que se cumple en el Hijo. Al leer cada texto de la Escritura, por tanto, debemos aprender a relacionarlo con este triple momento histórico y teológico: el sentido literal nos hace aprender el sentido primero, aplicado históricamente al pueblo de Moisés; el sentido pleno nos hace comprender el misterio de Jesús de Nazaret desde la palabra bíblica: leemos y rezamos para conocer a Jesús, para amarlo cada día más. En un tercer momento, con la mirada puesta en Jesús, podemos aplicar ese texto a nuestra propia vida.
El primer canto del Siervo de Yahvé, en el libro del profeta Isaías, es un ejemplo claro en el que podemos realizar esta triple aplicación. Isaías nos habla de un personaje anónimo, tal vez el profeta mismo, que tiene una misión de parte de Dios. Pero ese canto se cumple fundamentalmente en Jesús de Nazaret, sobre todo en el acontecimiento del Bautismo; desde ahí, podemos aprender claves para aplicarlas a nuestro estilo de vida, porque hemos sido bautizados con Cristo para compartir su misión.
Jesús es presentado por el Padre como siervo suyo, aquel a quien sostiene y elige, a quien ama y prefiere; Dios es feliz mirando a Jesús, amándolo. Como un padre, Dios está orgulloso de su Siervo y nos lo quiere dar a conocer.
En segundo lugar, el texto de Isaías afirma que Dios derrama su Espíritu sobre este Siervo para darle una misión. Soplar, ungir, derramar: el aire y el aceite son los símbolos del Espíritu de Dios, que empuja y consagra a Jesús, que le hace respirar el estilo de Dios para una misión completamente espiritual.
¿En qué consiste esa misión? En predicar la justicia, establecer el derecho. El Siervo parece ser algo más que un profeta: tiene la misión misma del rey. Por eso, el canto solo se cumple plenamente en Jesús, que es profeta y Mesías, rey y maestro.
El canto del Siervo insiste, sobre todo, en el estilo con el que el elegido tiene que ejercer su misión. Ese estilo tiene dos características fundamentales: respeta lo pequeño, lo débil, y es fuerte para superar toda dificultad; amabilidad y fortaleza, misericordia y lealtad, son las características de la misión del Siervo que porta el Espíritu. La seguridad y la convicción profundas no se manifiestan en la voz elevada ni en un estilo de violencia, sino en el respeto de lo más pequeño y quebradizo. Este es el estilo de Jesús, que come con los pecadores y se compadece de todos los enfermos y necesitados, el Siervo que perdona a aquellos que le llevarán a la muerte. Es el estilo del Espíritu, ajeno a todos aquellos que eligen la violencia y el poder para imponer sus criterios.
Más adelante, el canto del Siervo vuelve a insistir en la misión que Dios le ha encomendado: alianza del pueblo elegido y luz de las naciones; dimensión particular –alianza del pueblo elegido– y universal –luz de las naciones– del Siervo. ¿Cómo se expresa esa universalidad? Desarrollando su misión, muy especialmente, entre los necesitados, entre aquellos que ocupan el último lugar en toda sociedad: los ciegos, los presos, los que viven en tinieblas.
Hemos intentado leer el primer canto del Siervo de Isaías aplicando alguna de sus dimensiones a Jesús de Nazaret; como hemos dicho al principio, faltaría ahora aplicar cada una de estas dimensiones, desde su cumplimiento pleno en el Mesías, a cada uno de nosotros, bautizados con él y, desde él, receptores del Espíritu. Esta tarea la dejamos para el lector de estas líneas: ¿se podría aplicar el estilo del Siervo a nuestras propias tareas, a nuestras ocupaciones cotidianas?
Que la Palabra de Dios, que se cumple en Jesús, fructifique también en nuestras vidas.