Comienza este segundo relato de la calle en los números 40 y 61. Atrás quedan ya el “bar las Arripas” y su confluencia con las calles Imagen y Guadiana (antes calle 18 de julio).
Por la acera de la derecha, la primera en confluir es calle Huertos, en el número 2 se encontraba la escuela de María Peñasco, aquí tengo que decir, que aunque mis primeros recuerdos de estos relatos los situó en la edad de seis años, tal vez era aún más chiquitín, y estos resultan aún ahora más vagos.
Yo creo que María nos acogía a todos aquellos que aún no teníamos edad para ir a las otras escuelas, nuestras madres nos enviaban con las sillas para sentarnos, quizá para quitarnos de en medio o para que estuviéramos recogidos.
Los que íbamos no dábamos mucho ruido, sería porque éramos “muy buenos”, también había alguno que era más travieso o inquieto. Supongo que nos entretendría con algunos juegos y también nos sacaba al callejón para ello, creo que no nos enseñaba a leer, tal vez a rezar las primeras oraciones.
Y con ella, en el mes de mayo y de las flores, cantábamos los cánticos que sabía a la cruz que montaba en su casa y que por las tardes abría al público.
Y allí aprendí esta que nunca olvidé cuya parte de algunos estribillos decían:
-“Venid y vamos todos -Con flores a porfía -Con flores a María -Que madre nuestra es”.
-“De nuevo aquí nos tienes -Purísima doncella -Más que la luna llena -Postrados a tus pies” .
Y también para la fiesta del Corpus montaba un altar en su casa. Era una gran cristiana y muy devota del Cristo de Piedrabuena.
Sabido es que se encontró en la guerra la cabeza decapitada de su imagen y uno de sus brazos, el izquierdo y los conservó en su casa hasta que llegara una época más prudencial para su devolución.
Posteriormente recuerdo a María, acompañar algún año que asistí a su procesión en Piedrabuena, iba en lugar destacado ya que la cofradía la invitaba a esta.
Hacia el recorrido con gran devoción, recogimiento y rezando con su rosario en la mano y en ocasiones acompañada por alguna de sus sobrinas.
Unos números más abajo, vivía su hermana Adriana, y unos más arriba con vuelta a esta calle, calle Sabas Céspedes, hoy calle Libertad, su hermano Teodomiro.
Adriana era la principal compositora de las coplas que se cantaban a San Isidro en el día de su celebración. Las chicas jóvenes ensayaban con ella, al igual que con el coro de la Iglesia, una que así me lo ha constatado en una conversación reciente es Escolástica Burgos.
Y de Adriana eran estas dos coplas o coplillas, que así comienza.
-“Adiós San Isidro -Todos te queremos -Hasta el próximo año -Que te celebremos – Nos das alegría – cuando te llevamos -En la romería”.
-“Solo con mirarte – Nos das alegría”.
-“San isidro labrador – con la guarinilla corta –socórrenos el agua – para poder hacerte otra”.
-“Saliste de templo sin ningún nublado y cuando volviste ya estaba mojado”.
Teodomiro tenía una fragua, que luego pasó a su hijo “Mirin”. También tenía una familia muy numerosa, compuesta por tres hijos y seis hijas. Además, fue Alcalde de Alcolea en época anterior.
Tengo que destacar la excelente relación que estas familias de María, Adriana y Teodomiro, tuvieron con la mía por parte de madre y cuando yo visitaba la casa de mi abuelo -Julianito-, como así se le conocía, hecho que se producía muy frecuentemente, extraño era que no estuviera alguna de las hijas allí.
Teodomiro y mi abuelo, que también fue Alcalde, pero en distintos regímenes; En lo personal tenían un pacto. Lo que uno necesite del uno, para el otro”. Y así perduró durante todas sus vidas.
Entre las hijas de ambos existía una relación como de “hermanas”. Y hasta el día de hoy Ascen, que es una gran conversadora, me lo constata cada vez que tiene ocasión.
Antes de adentrarnos plenamente en la calle Huertas o callejón de “Polis”, como popularmente era conocido.
Quiero hacer mención a otras profesiones, que merecen su reconocimiento, como los matarifes, entre ellos los hermanos Justo y Amadeo y también sus hijos Gonzalo y “Amadein”, apellidados Ruiz.
Recuerdo con expectación cuando estos llegaban a casa, aún antes de amanecer y ya estaban todos los preparativos para la matanza y como procedían a dar muerte a los cerdos. Oír como chillaba, sangraban, su muerte y posterior pelado en la artesa, de la cual salía el vaho del agua caliente.
Y mondongueras como Carmen Rodríguez que eran mujeres, que participan también en este proceso, especializadas entre otras tareas, en hacer los embutidos y una de los últimas, el sellado de paletilla y jamones.
La primera consistía en estar en el sangrado y recoger la sangre junto a los matarifes.
Carmen además completaba su trabajo como recovera, al igual que Dominga Peñasco y Estefana Ruiz; Y empezó a ejercer este, cuando su madre Toribia lo dejo.
Llevaban a cabo labor de recoger encargos en Ciudad Real y también el trasportar en sus cestas productos tales como huevos, gallos, gallinas, conejos, espárragos y demás, que entregaban en establecimientos que eran su clientela procedían a su cobro y posteriormente liquidaban su importe con la persona que les había encargado su venta.
Al igual que contribuían con su labor a dar movimiento con el ir y venir de gente en la calle. Recuerdo en alguna ocasión mi madre me enviaba a hacer algún encargo a estas, o más bien que era más sencillo a recoger, pues este hecho requería menor explicación.
Y ya más jovencillo, era habitual el cruzarme con ellas por las calles, llevando sus cestas y cargadas con paquetes en Ciudad Real, donde eran sobradamente conocidas en los establecimientos que llevaban a cabo sus encargos.
Puntualmente cogían “el correo” diariamente, a las ocho de la mañana, y para regresar en el de las dos y media.
Nunca se oyó que algún día lo perdieran, como entonces se solía decir “he perdido el correo” Cada una de ellas tenía su clientela fija o fiel por así decirlo y en mi casa éramos más de Dominga, pero en casa de mi abuelo y tía Pilar eran más de Estefana.
En una época muy amplia en el tiempo, el precio del viaje del “correo” fue de veinticinco pesetas, o más popular las doce cincuenta, para ir y otras para volver, que eran las que había que llevar preparadas, para facilitar la tarea al cobrador.
Posteriormente este precio “subió” como se suele decir el primer día que yo lo cogí en la antigua estación de AISA y su precio fue alterado a diecisiete cincuenta o treinta y cinco total. Recuerdo que también viajaba Don Manuel Sánchez López de la Nieta (párroco durante muchos años en la localidad, y estuvimos comentando tal hecho)
El tiempo que este tardaba era justamente de media hora. De ahí el correo de las dos y media, porque salía a las dos puntualmente, pasando por el puente Alarcos y sin pasar por Valverde entonces.
Además de este, estaban los taxistas: Ausencio Morales y Antonio Gómez, que regularmente iban y venían a Ciudad Real, en ciertas ocasiones convenía se reservará el viaje; el horario y precios coincidan más o menos con el del correo, al menos por la mañana.
Luego disponían también de servicio discrecional, o sea a órdenes del cliente.
Reconocerles en aquella época la labor que realizaron, ya que la gente del pueblo no disponía de muchos vehículos, y en algunas ocasiones ante una emergencia, apresuradamente, había que recurrir a ellos, anécdotas particulares de este tipo yo he escuchado o me han contado.
Los anteriormente citados matarifes, también completaban su trabajo, como esquiladores de mulas, burros y ovejas.
En esta misma calle, y en sus dos tramos, hacer referencia a los buenos podadores que también existían: Amadeo Ruiz, ya aquí ha dejado de ser “Amadein”, León Carretero, y Antonio Plaza. Estos no ejercían únicamente su trabajo en Alcolea, sino también en distintos pueblos de la provincia, donde se les requería, por su gran profesionalidad.
Normalmente estos eran ya contratados por jornada o bien en la modalidad de “a destajo”. Hago referencia a uno de los pueblos que es Socuéllanos, y que León me estuvo relatando, peculiaridades de aquel contrato, en la mañana de hace unos años – ni tampoco muchos – pues necesite el refugiarme en su casa ante un día que no se preveía, pues resultó caer una gran tormenta, la cual no cesaba y se tornó en temporal. Llegué completamente mojado como se suele decir “hasta las trancas”. Y el día era un primero de mayo de 2018.
Siempre les estaré agradecidos, como él y Manuela me atendieron, con la bondad que llevan ellos implícita, primero facilitándome todos los medios para que me secara y posteriormente el entrar en calor, alrededor de una mesa camilla con su buen brasero y una muy amena conversación. León, también extendió esta a las relaciones que siempre sostuvo con mi familia, mi abuelo, mi tío Félix, el cual murió muy joven afectado por entonces de la enfermedad de tifus, mi padre y también mi tío Casimiro, pues fueron grandes amigos siempre, y en especial en la niñez, ya que tenían una edad similar.
Para ir terminando este segundo de los relatos, debo mencionar a Maximiliano Díaz y Juan Prado, vecinos el uno del otro frente por frente (en los números 80 y 83 actuales).
Maximiliano era churrero y heladero a la vez, aunque no tenía el establecimiento en esta calle, además le ayudaba su hijo Luis.
Los helados los vendían en el típico carrillo de madera de aquella época, y se servían en el cucurucho de galleta.
Para mi significaba una gran expectación el proceso para su despachado.
Esta labor sólo la ejercía Luis, que con gran porte, pulcritud y limpieza la realizaba. El coger la maquinilla, levantar la tapa donde estos se conservaban y verterla en el cucurucho, finalmente nos la entregaba.
Lo que no recuerdo son los sabores que tenía, dejo esto a que participéis con vuestros comentarios y si también vendía polos de los de hielo de entonces.
Además, como he dicho, de estas dos labores. Maximiliano, era electricista – pero de estos, comentaré en otros tramos de la calle.
Y lo que sí hacia también era cobrar los recibos de la luz. Si, si y puerta por puerta.
Y su vecino Juan Prado, tenía su pequeño taller de reparación de motos, algunas veces se le veía arreglar estos en la acera. Si, las mobiletes de entonces, frente a su casa, a la vez que si también se tenía una radio rota se le llevaba y la arreglaba.
Juan era viudo, contrajo matrimonio en segundas nupcias, hecho que en el Pueblo, se celebraba con las típicas “cencerradas”. (Definición: Ruido desapacible que se hace con cencerros, cuernos, o coches con latas atadas, para burlarse de los viudos la primera noche de su boda.)
Porque se la ” debía”, ya que Juan fue el principal impulsor de la cencerrada dada a Manolillo cuando anteriormente este se casó. Pero Juan con sus conocimientos que poseía de electricidad, innovó en el suyo, así todo aquel que pretendiera, dar la tabarra mediante este recibía “un calambrazo”.
Ni que decir tiene la gran expectación que se suscitó esa noche en el pueblo o al menos en parte de la calle, desde en casa de Lino Díaz hasta el pozo de la Amelia. Que fue el recorrido más transitado y todos los chiquillos allí estábamos los primeros incluido yo, ya que siempre estábamos en la calle, ese día no íbamos a ser menos.
Y el principal impulsor de esta fue Manolillo, grandes amigos de toda la vida, el cual se quedó muy satisfecho esa noche. Y en ambos casos estuvo también presente la calle Arroyo, pues ambos vivían en ella.
“Y calle Arroyo arriba y calle Arroyo abajo”.