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08 noviembre 2024
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Cien años de devoción de Puertollano a la Virgen de Gracia

Ermita de la Virgen de Gracia
Ermita de la Virgen de Gracia
Julio Bayo

    La historia de Puertollano ha estado marcada por los paños textiles, el carbón, la industria, la energía solar, el hidrógeno, pero también por la Virgen de Gracia que ha sido punto de veneración, fervor y a la vez de encuentro y reencuentro para muchas familias que tuvieron que buscar otro destino y que durante los primeros días de septiembre regresaban a la búsqueda de sus orígenes.

    Su ermita fue lugar de referencia de cariño a la patrona de Puertollano, situada a extramuros de la población, en un cruce de caminos entre Ciudad Real, Argamasilla de Calatrava y Almodóvar del Campo, a los pies del cerro de Santa Ana, la otra copatrona de la ciudad. En la salvaguarda de este templo jugaron un papel esencial tres figuras, la del cura ecónomo; la de la santera, que se encarga del mantenimiento y la limpieza de la iglesia del siglo XV, y la del mayordomo, que asume tareas económicas, relaciones con el Ayuntamiento, al que daba cuentas, y de engalanar la ermita durante las fiestas, cuyo cargo asumirán en el primer tercio del siglo XX, Baltasar Dueñas primero y después el médico y director del Hospital Municipal, Juan de Dios Muñoz.

    Un fervor que también se canalizaría con la creación de una Cofradía de Señoras en 1920 y ocho años más tarde con el inicio de la andadura de la Cofradía de Caballeros, que desde entonces han mantenido su actividad por separado y unidas a la vez por el cariño a la Virgen de Gracia en la organización de su programación anual.

    La Virgen de Gracia hasta 1895 monopolizará la actividad festiva en Puertollano con las celebraciones del Santo Voto y los días festivos de la patrona de septiembre. A partir de entonces las autoridades locales se encargarán de dar mayor prioridad a la feria de mayo, sobre todo con el objetivo de incentivar la actividad comercial y económica de la ciudad, que ya caminaba a pasos agigantados hacia un desarrollo sin precedentes.

    En poco tiempo el Paseo de San Gregorio se convirtió en la gran referencia festiva de la provincia, con la construcción de una Plaza de Toros por la Sociedad La Taurina, y la conversión del Ejido de la Casa de Baños en un enclave de diversión con la presencia de barracas, atracciones y teatros ambulantes, a lo que hay que sumar la feria de ganado de la cuerda en el entorno de la ciudad.

    De ahí que las fiestas de septiembre pasen a un segundo plano y se reserven a la feria de mayo los grandes festejos taurinos, representaciones teatrales y espectáculos musicales.

    Cada 8 de septiembre la ciudadanía salía a la calle en agradecimiento a la Virgen de Gracia, la misma a la que se encomendaron en la desesperada intercesión de la divina salvación de pestes medievales.

    Un día en el que por la mañana la Corporación Municipal con el alcalde a la cabeza partía en comitiva desde el Ayuntamiento junto a la banda de música y mayordomo hasta la ermita de la Virgen de Gracia para asistir a la función principal.

    El mayordomo era el encargado de la decoración del altar mayor del templo con luces eléctricas, velas de cera y ramos de flores. Una tarea que a Juan de Dios Muñoz durante la Segunda República le supuso algún que otro disgusto, ya que por entonces al igual que ahora cualquier tinte político se miraba con lupa, al acusarle de utilizar en el alumbrado colores monárquicos en tiempos republicanos. Por tan poco, se abrió una investigación, expedientes, interrogatorios y al final todo quedó en nada.

    Una función principal que era oficiada por el cura económico de la Parroquia de Nuestra Señora de la Asunción, a la que pertenecía la ermita, y después las autoridades eran obsequiados en la casa del hermano de la Cofradía de Caballeros al que correspondía invitar al “gasto”.

    A las siete de la tarde se iniciaba la procesión con Virgen de Gracia con su corona y manto bordado en oro sobre una carroza con cuatro ánforas de plata y cuatro ramos de flores. Durante el recorrido se quemaban millares de cohetes y a la llegada de la patrona a su ermita el ruido atronaba con una traca de fuegos artificiales, entre el entusiasmo de los asistentes y la interpretación de la marcha real por la banda de música.

    Los empresarios locales y la iniciativa privada fueron esenciales para que las fiestas de septiembre tuvieran un mayor esplendor. En concreto, hay que destacar el nombre de Adolfo Porras, que ofrecía una amplia y variada programación cultural para que hace un centenar de años los 20.000 habitantes que convivían en Puertollano disfrutaran de diversas representaciones en el gran templo del Gran Teatro.

    En 1923 la compañía de Manrique Gil, con Carmen Sánchez Mistrali como primera actriz, ofreció nada menos que cinco representaciones distintas en aquellas fiestas patronales, algo impensable en estos momentos: “La Malquerida” de Jacinto Benavente, “Tierra baja” de Ángel Guimerá, “Caridad” de Miguel Echegaray, “El delito de pensar” del abogado José del Río del Val y “La mala senda” de los escritores puertollanenses Julio Hernández Novas y Consolación Cid, comedia en tres actos que unos días antes había sido estrenada en el Teatro Cómico de Madrid

    Los empresarios taurinos también se jugaron los cuartos para que Puertollano tuviera festejos taurinos en septiembre, tiempo que se dedicaron a novilladas, mientras que las corridas estaban reservadas a la Feria de Mayo. No obstante, los aficionados ya estaban reticentes de experiencias anteriores del pago de localidades a muy altos precios, mientras que las empresas no correspondían tal como se merecía el público.

    Hace justo cien años, en 1923, el cartel taurino contó con dos novilladas, la primera con Alcalareño II y Ballesteros que estuvieron superiores, cortaron orejas y fueron sacados a hombros, y en la segunda con Rubichi y Carnicerito.

    Un año en el que la Unión Filarmónica nombraba a César Gómez como presidente honorario, y el teatro de verano del Gran Teatro entraba en la recta final de temporada estival con la proyección de “El hombre sin nombre”.

    Los que no olvidarían las fiestas de septiembre de ese año son los jóvenes Eloisa Moreno y Vicente Muñoz que el día 7 contrajeron matrimonio el mismo altar de la Virgen de Gracia, en una celebración al que asistió lo más selecto de la sociedad puertollanense, que fue obsequiada con dulces, licores y habanos en abundancia, antes de asistir al baile.

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