Hace cincuenta años, casi nada, el centro de Ciudad Real se encontraba abierto al tráfico rodado; en la Plaza Mayor que entonces no se llamaba así, los coches podían aparcar en las aceras de los soportales, los taxis esperaban en batería a que algún cliente de manera muy esporádica demandara sus servicios y los coches podían transitar por debajo de los arcos del antiguo Ayuntamiento. Nuestro añorado Braulio tenía entonces abierto su entrañable y diminuto bar en esa plaza donde sus tapas de pisto eran un verdadero icono. ¿Cuántas de ellas nos jalaríamos?: decir el número sería una temeridad y una profanación a la memoria, pero fueron cientos. Idénticas cuentas podríamos echar con el bar de Paco en los mismos soportales con sus berenjenas y las cañas de vino a morro mientras que su guitarra nos alegraba de vez en cuando el trago, o el “Ocho” con sus exquisitas habas. Eran bares baratos, muy nuestros, punto de encuentro y lugares donde arreglar el mundo después de acabar las clases, mientras nos fumábamos los inevitables celtas cortos.
Recuerdo con simpatía uno de esos días, noche cruda de invierno, después de salir de clase de ITA. Nos dirigimos como de costumbre a tomarnos unos chatos a uno de estos bares. Ninguno de nosotros llevaba cerillas ni mechero; pedimos fuego a un transeúnte solitario con el que nos cruzamos; el hombre muy amable tras tocarse varias veces los bolsillos nos dijo que esperásemos mientras se dirigía a un “dos caballos” que tenía allí aparcado. Salió del coche el “buen samaritano” y nos dio fuego a la vez que decía con orgullo, “es que con esto de tener tantas casas”… El hombre estaba ufano de su casa rodante con tapete trasero y cojín incluido. Y es que entonces poseer un coche era un lujo aunque tuviera solamente dos caballos.
Hace ya unos cuantos años que la Plaza es peatonal, fumamos algo menos, Braulio ya no se encuentra entre nosotros, los taxis aparcados ahora en la Plaza del Pilar y otros lugares esperan menos, tienen más trabajo, hay más clientes y sitios donde ir y Paco hace mucho tiempo que partió también con su guitarra para tocar en otros escenarios.
El centro tiene hoy mucho más empaque con esas terrazas llenas de gente que le dan aire de ciudad moderna. Y en las ciudades modernas los coches ya no pasan por el centro, medida acertada porque tienen muchos más caballos y sería inaguantable tanto relincho, que hoy los autos relinchan mucho, mejor dicho, los hacen relinchar algunos conductores que confunden las calles con un hipódromo. Y en galopando los caballos imposible no escuchar el sonido de sus gargantas, cerebros y cascos. Mucho más agradable y relajante resulta escuchar los sonidos de un ocasional músico callejero.