Espero no oír tus quejas cuando comience la adolescencia y no tenga nada que contarte. Es una pena, la cantidad de familias que comen a solas en una misma mesa.
En nuestro ajetreado día a día es difícil dedicarle el tiempo y la paciencia necesaria para educar, criar y querer a nuestros hijos e hijas. Si llegamos tarde al cole, le vestimos nosotros; para que desayune le ponemos la tele; por la tarde le llenamos su descanso de extraescolares; las tareas doblan la jornada escolar; el momento de esparcimiento se lo brinda un aparato; ya no hay cuento de la noche…
Durante ese periodo estamos deseando que lleguen las vacaciones, ¿para qué?
En vacaciones, uno de los momentos más placenteros y más ansiados es el comer: dónde, qué, cuándo y cuánto comer, son preguntas que ocupan mucho tiempo en nuestro periodo de descanso. Y esto es así porque el momento de la comida es un momento muy nutritivo en todos los sentidos. Además de la parte de aporte nutricional, también aporta otras cosas realmente apreciadas:
Ayuda a fortalecer el vínculo familiar, hace que todos se sientan parte de un grupo, fomenta el sentirse seguro, ayuda al aprendizaje de normas sociales básicas, fomenta la alimentación variada, y sobre todo, es un momento social en el que vincula a padres e hijos.
Pues esto se está perdiendo, es difícil encontrar una mesa en la que algunos de los miembros no tengan la cabeza en otro sitio, con los ojos clavados en una pantalla. Lo más duro es ver cómo esto es lo que suelen hacer los niños. La imagen es: plato de macarrones a medio comer, vaso con refresco, pantalla puesta en horizontal sobre la mesa, volumen al máximo para que el niño o niña se quede inmerso en lo que está viendo, y padres comiendo tranquilamente junto a sus hijos pero sin ellos. (Quien quiera le puede añadir el cigarro para que le dé más miedo la imagen).
¿Qué conlleva esto respecto al niño o niña?:
Una desconexión total del ambiente, no sólo de sus adultos de referencia, sino también del entorno que le rodea, sin entender como norma social que, tal vez, la familia de al lado este haciendo esfuerzos por prestar atención a sus hijos y mermar las horas de pantalla, al menos en vacaciones, o simplemente que no le apetece escuchar los “bebés llorones” “youtube” o “los súper wings” mientras están comiendo.
De esta manera, el niño o niña no está procesando lo que está comiendo y aquí caemos en dos errores: por un lado no estamos generando experiencias sensoriales que ayuden a ampliar el repertorio de comidas, y por otro lado tampoco están atentos a las sensaciones del cuerpo sobre hambre, sed, saciedad,… generando conductas que fomentan la obesidad infantil.
Estamos educando en el consumismo, el hacer por hacer, la necesidad de hacer varias cosas a la vez y sobre todo a la relación habitual con el consumo adictivo, que aumenta las posibilidades de que en unos años lo haga con las sustancias.
Y por último, está perdiendo el mejor momento de conocer a sus padres y de que ellos lo conozcan a él o ella. El momento de exponer qué planes tienen, qué es lo que más le ha gustado, cuáles son sus principios, qué le gustaría ser de mayor, o cualquier historia que acerque a la familia a ser núcleo y no conjunto de personas aisladas.
Si te sientes identificado o identificada con esta situación, aunque sea en pocos momentos; si tienes que recurrir al móvil en la comida, algo no va bien… ¿paciencia, normas, poco apetito,…? No hay excusa, pero sí hay solución.
Debemos hacer la comida atractiva para ellos, y no me refiero al tipo de comida, sino del qué hablamos y qué hacemos. Evita conversaciones en las que se critique a otras personas, se hable de sucesos poco agradables y sobre todo no discutas, tampoco es el momento de regañarles por otra cosa. Además, tenemos que respetar la necesidad de movimiento de nuestro pequeño o pequeña, le vamos a tener que dejar que se levante, que corra y que vuelva. Va a ser un proceso duro, pero merece la pena. Otro recurso que puedes utilizar es que tenga su momento de dispositivo fuera de la comida (recuerda no utilizar el chantaje “si no comes no tienes móvil”).
No es el niño el que ha hecho mal las cosas, es el adulto el que se tiene que esforzar por minimizar los momentos de aparatos electrónicos de sus hijos e hijas.