La sociedad se presenta hoy como una inmensa serpiente multicolor de culturas, sicologías y convicciones. Sin embargo y dentro de este enorme pelotón que es la humanidad, pedaleamos corredores de muy diversa índole y circunstancia.
En esta caravana vital que conforma nuestra errante sociedad nos encontramos como no puede ser de otra manera con una mayoría que de manera cotidiana camina silenciosa y anónima respondiendo a unos parámetros de esa normalidad, por muy nueva que sea, compensatoria que confieren virtudes y defectos. Sin embargo dentro de ella, existen unos cuantos o unos muchos, según queramos verlo que eso de pertenecer al vulgo, al pelotón social como que no va con ellos. Y da igual el tipo de etapa en llano o de montaña y no digo nada si es una etapa contra el crono.
¿De quiénes estaremos hablando? Pues de aquellos que siempre creen que van delante y nunca llegan y de quienes se empeñan en ir detrás y acaban llegando aunque sea tarde; de los que van de “sobrados”, de aquellos que con más o menos consciencia van de listos por la vida empeñados en decir a los demás ¿qué será lo que yo ignore? Esos que allá donde estén tienen que ser los que marquen por narices, los espacios, los tiempos, los temas y las decisiones. Los profetas de la cara dura y cartón piedra, aquellos que resultan tan estomagantes como ridículos. Como diría un conocido catedrático de matemáticas ya fallecido, son los que esconden un ” simplejo” de superioridad y que nada tienen que ver con el complejo simplicial que se estudia en topología algebraica.
Y por defecto en el otro extremo del auto-aprecio personal nos encontramos con aquellos que se consideran menos preparados que los demás; en estos casos sus complejos resultan más humanos y asumibles.
En sicología los complejos se definen como mecanismos de compensación ante carencias. Curiosamente quien se considera superior esconde una falta de seguridad y conocimiento de sí mismo mientras que quien se flagela sicológicamente con el complejo de inferioridad está escondiendo un conocimiento más exacto de su propia realidad y que no suele ser casi nunca menor.
Aquel que tiene complejo de inferioridad adolece de falta de aprecio a sí mismo pero es una “enfermedad” curable con el ánimo y el apoyo de otros. Sin embargo, quien “goza” con su “simplejo” de superioridad que es la estupidez del pensamiento, su enfermedad suele presentarse casi siempre como incurable. Curiosa serpiente multicolor ésta que es la sociedad donde vivimos y en la que cada uno debe esforzarse a diario para llegar a la meta, aunque sea fuera de control, que en eso consiste el mejor premio de todos los días para cada uno de nosotros. Los “fatuos” sin embargo, aunque nos intenten confundir con sus fantasmadas, siempre se acaban descolgado de pelotón; y es que a los fantasmas nunca se les dio bien lo de montar en bicicleta.