La Iglesia es terreno donde surgen santos. Hoy, en Roma serán canonizados siete cristianos: el papa Pablo VI y monseñor Óscar Romero son los más conocidos.
Los cristianos, a menudo –lo escuchamos todos los días en estos últimos meses–, no estamos a la altura del Evangelio; pero la Buena Noticia es camino de santidad, de plenitud humana, de dignidad; numerosos no creyentes también piensan así.
Al canonizar a muchos de sus hijos, la Iglesia no pretende alabarse a sí misma y demostrar sus bondades. Pretende, ante todo, glorificar a Dios: los santos son fruto de un milagro. Los milagros, necesarios para el proceso de canonización, son un signo del gran milagro de la santidad: Dios ha actuado de forma extraordinaria en la vida de un creyente. Además de presentar el Evangelio como camino de santidad y plenitud humana, los santos nos hablan de Dios como sujeto concreto de nuestra historia que dirige nuestros caminos, ante todo, por medio de personas, de libertades que se han dejado moldear por el amor, por su amor.
Modelos a imitar
Con las canonizaciones, además de reconocer el quehacer de Dios entre nosotros, la Iglesia nos propone modelos para imitar, vidas que nos hablan de la posibilidad real de la victoria del bien. Se puede ser santo a pesar de las contrariedades del mundo, a pesar de los pecados de la Iglesia, a pesar de los propios límites del propio sujeto. Si hay santos es posible la esperanza: porque le hombre puede vencer el mal, porque Dios se ha comprometido con nosotros. El desastre, el pecado, la tiniebla serán siempre parciales: la eternidad solo pertenece a Dios.
Querría subrayar especialmente la figura del papa Pablo VI, el gran papa del Concilio Vaticano II. Él fue el alma de las comisiones siendo todavía cardenal y se convirtió en la figura clave cuando fue nombrado papa en el corazón mismo de las sesiones conciliares.
Su primera encíclica, Ecclesiam suam, sobre la Iglesia como pueblo del diálogo de Dios con el hombre, nos da una de las claves de los documentos conciliares: Dios es comunión, la revelación es invitación a una amistad, la Iglesia es una familia, la misión es extensión de una comunión que comienza en Dios, se adelanta en el pueblo de Israel y se hace carne en Jesús y su comunidad de discípulos. El diálogo no es solo un medio importante para afrontar los problemas: es una categoría teológica, es la esencia del Evangelio, es la clave de la humanidad y su futuro: es el origen del que todo brota, porque Dios es comunión.
Paz mundial y progreso de los pueblos
Junto con otros papas, Pablo VI estuvo muy preocupado por la paz mundial y el progreso de los pueblos. Nos lo muestran algunas de sus Encíclicas: Populorum Progressio, sobre la necesidad de promover el desarrollo de los pueblos; un desarrollo que tiene en cuenta al hombre concreto en todas sus dimensiones. También escribió pequeñas encíclicas para pedir oraciones a María a favor de la paz. Es otra de las dimensiones fundamentales del Concilio: la preocupación de Dios por el hombre y, por tanto, el hombre como camino de la Iglesia (en palabras de san Juan Pablo II). El sentido de la Iglesia está fuera de ella: en la misión, en la salida, en nombre de Dios, para llevar la luz del Evangelio a todos. Su exhortación apostólica más famosa, Evangelii nuntiandi, va en la misma dirección.
Es posible que donde más le tocó sufrir a este papa del diálogo y de la luz fue en los temas de la sexualidad. Escribió la preciosa encíclica Sacerdotalis Caelibatus, en 1967, sobre el celibato de los sacerdotes. Un año después escribió su encíclica más polémica, de la que ahora se cumplen cincuenta años: Humanae Vitae, sobre la regulación de la natalidad.
Secularización
Pablo VI tuvo que sufrir el desgarro de muchos sacerdotes que pedían la secularización y tuvo que afrontar las críticas de una sociedad y un sector de la Iglesia que no acababan de comprender su doctrina sobre la sexualidad y sus consecuencias. Todavía hoy seguimos sin acabar de comprender la belleza del Evangelio sobre el hombre y la mujer, sobre sus relaciones más personales y la fecundidad de su amor.
Quiera Dios que la intercesión de este santo y sus compañeros ayuden a purificar la Iglesia y a llenar de luz y sensatez nuestro mundo.