Hoy que la parte ínclita de mi ciudad, no natal pero muy querida, celebra rozagante pompa de devotos fantasmas, hórrida cominería de feligreses estofados y policromados, con acuerdo pontificio cuando es suficiente un decreto del ordinario, a mayor hiperdulía de la diosa de mi corazón, a la que tanto he rezado como su último esclavo, que no debería servir de pretexto para el inflado bombástico de los batracios vacuos –aquellos que por propios méritos no son nadie buscan siempre subterfugios a costa de lo más sagrado-, y de que, por otra parte, nos hemos enterado de la alta traición o crimen de lesa majestad contra España del vano e inefable Zapatero, bobo solemne pero indescifrable maligno, hoy, digo, siento especialmente la compañía de mis queridos muertos, que ya forman un grupo más numeroso e interesante que la hueste conocida de los vivos. Al fin y al cabo la teología de la comunión de los santos es uno de los dogmas más españoles. Especie de adelanto de la ciudad celeste. Mi entrañable estantigua o “hueste antigua”, huestía, fantasmática procesión de mis difuntos queridos –ésta no de orugas procesionarias-, me acompaña en las noches de soledad para que ya nunca esté solo y llenarme la cabeza durmiente de verdades y de afectos, que nos alivian del duro día. Mi Santa Compaña, formada por las mejores personas que he conocido, me priva de una gran parte de mi curiosidad mundana, pues que los vivos de hoy no sustituyen la humanidad de los que lo fueron. Qué extraños son los muertos; diríase que se nos fue hace siglos aquel que se nos murió ayer, y que aquel que se nos murió hace muchos años se nos fue ayer aunque veamos hoy su foto ahornagada. Manuel Fraga Iribarne, Agustín García Calvo, Antonio García Trevijano, Joaquín Navarro, Francisco Nieva, José Luis Paniagua, y el tronco y ramitas de mi linaje… nos estamos quedando sin amigos maestros. Cada vez nos queda menos gente viva con la que soñar y justificar nuestro destino, y alimentar nuestra curiosidad intelectual.
Con el descubrimiento del horripilante crimen de lesa majestad del Presidente Zapatero contra la dignidad y decoro de la nación española, traicionando con desprecio el derecho a la justicia de las víctimas del terrorismo etarra, haciendo felonía contra Navarra, madre dulce de todos los reinos de España, y defendiendo sin escrúpulos el régimen de terror y miseria del actual régimen comunista de Venezuela, así como con la traición, obviamente oportunista, de Ciudadanos a sus votantes perplejos, que ven cómo Cs, ¡una vez más!, se transforma en una muleta del futuro y cojitranco gobierno socialista que repudiaba ayer, la única motivación intelectual auténtica que le puede suscitar a uno España es vincularla ya con una geografía puramente literaria, en donde suceden los acontecimientos de terror, y de mayor misterio y fantasía, lo mismo que era la región de Tesalia para la gran literatura grecolatina, una geografía de brujas que recortan las orejas y la nariz de los cadáveres, de muertos resucitados, y de hombres-lobo, gracias a plumas inmortales como las de Petronio, Apuleyo e incluso algún epodo de Horacio. España como la Tesalia de los cuentos de misterio del Mundo Clásico.
La sobreactuación voraz de Cs y los remilgos adolescentes de Vox pueden acabar con que las izquierdas unidas –estas sí que no lo dudan– puedan acaparar casi todo el poder local y autonómico, acrecentando así hasta el cielo el poder del peligrosísimo Sánchez. Pero ni los votantes de Vox ni los votantes de Cs perdonarán jamás que el ansia por tocar moqueta de figuras codiciosas, por amadas que éstas sean para la feligresía, permita la victoria de la izquierda rampante, enemiga de todos los electores de los tres partidos. Y si se consumase la traición, la frustración moral de los electores pasará factura en las próximas elecciones, y auparán sin duda al PP al poder. Ya no se fraccionará el voto de la derecha. No hay mal que por bien no venga.
Es una mentecatez de Vox, por otra parte, con independencia de que su radicalismo en algunos temas revele sentido del honor, pretender monopolizar la decencia y el patriotismo, y hacernos caer de nuevo en la majadería conceptual de la Antiespaña. Sería un pecado que la derecha se perdiera por sandeces, estupideces, y la deficiencia mental de alguno. Los españoles precisamente de derechas no se lo perdonaríamos.
También es verdad que la tesalización de España ha sido una enfermedad o morbo recurrente en la ajetreada Historia de España. Sólo hace falta leer al Infante Don Juan Manuel, a Cervantes, a Quevedo, a Saavedra Fajardo, a Ganivet, a Unamuno o a Marañón para percatarse de que el esperpento político terrorífico suele aflorar en nuestra patria de tanto en tanto, sólo que ahora, los asuntos de Navarra y Cataluña revisten una gravedad aterrante. Pocas sociedades han existido en el mundo tan fuertes y tan vigorosas como la española, que lleva siglos soportando la ejecutoria de la peor clase política de Europa y, sin embargo, sobrevive. Y es que al seno de nuestro pueblo no llegan las galernas venenosas de los partidos políticos, ni sus espumas ideológicas inconfesables. Como le ocurre al mar los siglos han pasado sin dejar un arruga en su frente, que suda trabajo cotidiano para alimentar al sistema que le complica la vida. El pueblo como el mar de lord Byron. “Los siglos han pasado sin dejar una arruga sobre tu frente azul; despliegas tus olas con la misma serenidad que en la primera aurora” (Childe Harold).
Martín-Miguel Rubio Esteban