Me cuesta seguir las películas-documental; por eso, cuando me ofrecieron ver la película Converso, mi actitud primera fue la de buscar otra ocupación alternativa. Las circunstancias quisieron que, al final, estuviera sentado con mis compañeros ante la pantalla.
Me ha gustado mucho: agradezco la “obligación” que me permitió, a la postre, disfrutar durante todo el metraje.
No voy a hablar de las cualidades cinematográficas de esta película, entre otras cosas, porque no soy ningún experto en esas lides. Voy a reflexionar, sencillamente, sobre algunas ideas y perspectivas que la película suscitó en mí.
Convertirse y conversas
Me parece que la gran clave está en el mismo título y su doble significado: Converso puede venir del verbo “convertir”: eso es lo que entendemos en un primer nivel. La película nos habla de la conversión de cuatro miembros de una familia, narrada por aquel que no se ha convertido, en un intento de comprender el misterio que estaba tocando a todos los miembros de su familia: su madre, sus hermanas, su cuñado. Es una película sobre la conversión, con implicación personal de todos sus miembros, incluido el director.
Pero Converso puede ser también una forma verbal, en primera persona de presente, del verbo “conversar”. Creo que en esta ambigüedad del título está la clave de la película: ¿qué hace el director ante una conversión que no entiende? Iniciar una conversación. Esta conversación abre puentes, despeja malentendidos, sana heridas.
Al principio de la película, con un sonido de llamada telefónica, parece sugerirse que Dios no está disponible para hablar con él: el no creyente busca, entonces, la conversación con aquellos que parecen tener acceso a Dios. Al final de la película, dos conversaciones quedan pendientes: con la tía Celia, que contesta al teléfono, y con el padre que ha muerto. Si lo que dicen los conversos es verdad, esa conversación será posible más allá de las circunstancias de esta vida.
En esta línea de la “conversación” está la gran queja de María, aquella que vivió con más fuerza su conversión: a partir de su nueva experiencia de la realidad de Dios, sus amigas no la escuchan, no quieren saber nada de sus nuevos horizontes: juzgan y callan; hablan por detrás, pero no le preguntan en primera persona aquello que está viviendo. También su hermano ha estado callado y enfadado durante años, sufriendo una marginación familiar que nadie quería. La película, por fin, hace posible la conversación sobre la conversión.
Parecería que se tiene miedo a poner palabra a las cosas de Dios, parecería que toda conversación fuera intento de proselitismo. Parece que estamos llevando al ámbito de las relaciones de familia y amistad lo que sucede en los medios de comunicación: sobre lo religioso solo cabe el silencio, la crítica, o la comunicación de sus dimensiones más superficiales y folklóricas. Podríamos poner ejemplos de canales de televisión para cada una de estas dimensiones.
Conversión y armonía
La otra gran clave de la película es, a mi modo de entender, la música. Uno de los convertidos es organista: ante el órgano se desarrolla la mayor parte del tiempo su testimonio. Al comienzo de la película, se está montando un órgano para una iglesia, con la colocación de los tubos por los que pasará el aire y producirá el sonido y la armonía. Al final de la película, los tubos han sido sustituidos por las personas, todos los implicados en la historia: ellos son el verdadero órgano vivo de la Iglesia, por cuyos cuerpos pasa el viento del Espíritu y hace sonar una melodía a varias voces que es belleza humana que nos abre a lo sublime. Cada uno tiene su historia, aporta su voz: entre todos, cuando hay comunicación, se eleva la armonía viva que es el signo de la Iglesia.