Si se pudiera cambiar la actualidad seguramente algunos de los castillos de naipes denunciados se quedarían en el baúl del olvido por aquello de quien, “a hierro mata a hierro muere”. Refrán popular que se dice cuando se ven fechorías ajenas y no se pueden impedir. Sacado de esa sabiduría popular tan ignorada y menospreciada por los poderosos de cualquier momento histórico.
Y es por eso que para entrar en esa frase y su versión más primigenia hay que ir a la tan denostada doctrina cristiana donde en el Evangelio de Mateo 26:52. Jesús dice: “Vuelve tu espada a su lugar; porque todos los que tomen espada, a espada perecerán”. Sentencia profunda que sin decirse se cumple por esa ley natural, que es la única ley, en la que los pobres ciudadanos seguimos creyendo. Porque en demasiadas ocasiones la ley es utilizada para alcanzar, no solo poder, también riquezas de patrimonio físico e intelectual. Poder, esa máquina que debería ser equilibrio social y actualmente, deja a las ideologías marcadas con el lodo de la corrupción y el engaño.
¿Acaso no estamos asistiendo a la traición entre unos y otros en beneficio de alcanzar la cota de poder más alta del país? Asistimos a ese baile de tornar los de momentos “buenos” en demonios y, al momento siguiente, se cambian las tornas y nos quedamos estupefactos ante el conocimiento de los tejes y manejes de nuestros gobernantes. El problema no nos preocuparía si los salarios y la seguridad fueran inmejorables, ya que el pueblo solo aspira a vivir en paz con los medios suficientes para ser medianamente feliz.
Y ahora, la mayoría de las veces, nos sentimos asqueados y abandonados, en medio de frases huecas y escasos recursos económicos con la carga de impuestos difíciles de sobrellevar.
Salimos a la calle y comprobamos que nuestra renta no da para tanto como se nos ofrece desde la publicidad y la sociedad de consumo. Vemos carteles colgados en numerosas viviendas donde leemos que se venden, La burbuja inmobiliaria y la ambición desmedida de ayuntamientos y constructores se financió con declarar terrenos rústicos en urbanos, pelotazos de avaricia que dejó, en muchos municipios, el centro casi vacío y las periferias con bloques de viviendas alejadas, donde para llegar es necesario medio de transporte con el consiguiente gasto para esas familias que pagan hipotecas y, además muchas de ellas carecen de un salario elevado. Y no aprendemos la lección.
La conciencia de honor y honradez se ha diluido en favor de chismes, de la llamada “crónica rosa”, recetas de “alta cocina” y derechos de asociaciones minoritarias adobadas con dinero público. Y casi todos, los habitantes de los pueblos, grandes o pequeños, ignoramos lo que es ética; o lo que es la moral, tan necesaria para la convivencia. ¿Doble moral? ¿O desajuste de meditar en esta forma de actuar que se critica en voz baja, pero que nadie se atreve a decirlo abiertamente, por si caemos en desgracia?
Asistimos atónitos a las fraudulentas titulaciones de masters y doctorados, esas titulaciones que a nuestros hijos nadie les regala y que pagamos a precios desorbitados, sacrificando para conseguirlo, esfuerzo personal y euros que no tenemos. Olvidamos, y olvidan, los que nos dicen querer ayudar a mejorar de vida, tanto esfuerzo de generación tras generación: todo lo que vamos dejando por el camino convertido en desilusión. Y me pregunto ¿cómo recobrar la confianza en esa clase de mandatarios en medio de rivalidades, traiciones, juego sucio y ausencia de moral? Es este un sentimiento que anida en muchos corazones. ¿Se abolió la esclavitud? No. No, es cierto. Hoy hay otra clase de esclavos, los que careen de poder y oscilan, para vivir, entre los caprichos de políticos que recurren al engaño en beneficio propio.
Sin embargo también los hay honrados, en minoría, y esperamos esperanzados que la caja de pandora se cierre para bien de esta sociedad hedonista.