03 diciembre 2023
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Cuatro corderos

Buen pastor 1
“Presidía una de las habitaciones de la casa de mis abuelos y ahora preside mi propia habitación: un sencillo cuadro del Buen Pastor”/ MPT
Manuel Pérez Tendero
Cuatro jóvenes diáconos han sido ordenados en Ciudad Real . No sé con quién se podrán identificar en el cuadro del Pastor. Supongo que, ante todo, con el cordero, con sus madres al lado, disfrutando

Presidía una de las habitaciones de la casa de mis abuelos y ahora preside mi propia habitación: un sencillo cuadro del Buen Pastor. Aún recuerdo el momento en el que ese cuadro pasó a mí de forma casual: fue una especie de llamada personal cuando se estaba repartiendo el mobiliario de la casa familiar.

El Pastor está sentado en medio del rebaño, atardece: es la hora de la brisa, la misma en la que el Creador se paseaba con Adán y Eva como un amigo para conversar a la caída de la tarde.

Las ovejas lo miran, algunas pacen con tranquilidad en el campo. Toda la escena transmite una atmósfera de serenidad. El Buen Pastor está sentado: tiene tiempo para estar con las ovejas. Sentada era la postura de María en Betania, como signo del discípulo que escucha, que presta atención a su Maestro; aquí, es el Maestro el que se sienta y tiene tiempo para prestar atención a su rebaño.

El cayado está tendido en el suelo, presente como instrumento indispensable; es una clara referencia al Salmo 23: “Tu vara y tu cayado me sosiegan”. De nuevo, la paz.

Las manos del Pastor están ocupadas, las dos: con la derecha sostiene con ternura a un cordero; con la izquierda acaricia a la madre en la cabeza. La madre, acariciada, acerca su hocico al del cordero: ternura compartida, cuidados, amor. En las manos del Pastor, nuestros amores y afectos encuentran su sitio, hallan la paz.

Con este gesto, el cuadro deja claro que el Pastor no cuida solo de una oveja para desatender a las demás: su preocupación por todo el rebaño es también cuidado de cado uno de sus miembros, tal y como son: madres, hijos, mayores, pequeños. Se trata de una nueva referencia bíblica, esta vez al profeta Isaías: “Toma en brazos los corderos y hace recostar a las madres”. Jesús ha venido a llevar a la práctica el amor de Dios prometido por los profetas, sus manos son la caricia de Dios en acción, el amor del Creador hacia cada uno de nosotros.

Detrás del Pastor hay espinas de donde brotan algunas flores. El Pastor ha sido antes cordero llevado al matadero; sus caricias no son fruto de un amor romántico que siente ternura momentánea: su amor por nosotros le ha costado la vida, una corona de espinas es el signo del amor hasta el extremo que le ha llevado a la muerte por nosotros. Hemos sido rescatados al precio de la sangre del Cordero. No hay amor más grande que el de dar la vida por los amigos; porque el asalariado huye cuando llega el lobo, pero el pastor arriesga la vida por las ovejas.

Por ello, el atardecer de la escena no es solo recuerdo del paraíso original y su armonía, sino evocación de la hora en la que Jesús murió en la cruz, tiñendo de rojo todo el paisaje y haciendo gemir a la misma creación por el dolor de su Creador.

Su ternura por nosotros le ha costado la vida, su sonrisa brota de una herida abierta que se convierte en fuente de misericordia inagotable.

Su cabeza está reclinada, como dicen los evangelios que murió Jesús en la cruz; está reclinada para poder mirar a la oveja y al cordero. El amor es mirada, corazón que se desborda por los ojos y contempla al otro. Hay una forma de mirar que nos construye, que nos transmite la vida, que nos hace llegar el alma de la persona amada.

Jesús no mira a un lugar concreto: mira a la madre y al cordero, a los dos; pero también mira más allá, con el corazón, como cuando nosotros perdemos la mirada y estamos viviendo interiormente un recuerdo, una relación. En el fondo de la mirada de Jesús al rebaño está su corazón habitado por el amor del Padre: es él quien dirige la mirada del Pastor, quien la habita y la sostiene.

Ayer fueron ordenados en Ciudad Real cuatro jóvenes diáconos. No sé con quién se podrán identificar en el cuadro del Pastor. Supongo que, ante todo, con el cordero, con sus madres al lado, disfrutando. Ellos son pequeño rebaño en manos del único Pastor. Si no dejan de vivir así, con ternura, en el regazo del Señor, aprenderán a ser sacramento del Resucitado y, como él, también vivirán un amor más allá de todo romanticismo: entregarán la vida por las ovejas, a pesar de las espinas y las zarzas, a pesar de los lobos. Aprenderán a acariciar a todos con las manos de Cristo y la mirada de Dios. Tendrán tiempo de sentarse y dedicarse al rebaño, porque dejarán lo superfluo y sabrán centrarse en lo esencial. Cada tarde, a la puerta del aprisco, nos aguardará a todos el amor de estos corderos que se han hecho sacramento del Pastor.

A ellos, muy especialmente, van dedicadas estas palabras… ¡Enhorabuena!

 

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