El 25% de los nacidos en mala situación económica siguen siendo pobres de adultos. Así se refleja en el Encuesta de Condiciones de Vida (ECV) del INE. En estos días que salen noticias sobre las notas de la EBAU, sobre perseguir los sueños y otros tantos lemas de taza de Mr. Wonderful, surge una reflexión necesaria: ¿Sirve realmente para algo?
Esa misma encuesta refleja que sólo el 22,5% de los que se criaron en una situación económica mala o muy mala ascendieron al tercer quintil (el medio) en la edad adulta. Es decir, sólo uno de cada cinco de los que nacen pobres consigue que el ascensor social le suba de planta.
Los boomers acusan a los jóvenes de no tener lo que ellos llaman ‘cultura del esfuerzo’ y de despilfarrar dinero en viajes lowcost o suscripciones a plataformas que no les permite ahorrar o adquirir vivienda. Se olvidan de que en España se necesitan siete años y medio de salario bruto anual para poder comprar una casa. A finales de los años ochenta, menos de tres años de sueldo íntegro bastaban para comprarse una vivienda.
Hay gente cobrando entre 800 y 1500 euros aun teniendo carreras superiores, con contratos de dudosas condiciones. Los hay con hijo o hijos pequeños y los abuelos teniendo que ayudar. Los hay con coches de hace 20 o 25 años porque no se pueden permitir comprarse uno. Los hay que tienen que irse de la ciudad porque no se la pueden permitir.
No se puede decir que la gente de la generación millenial viva por encima de sus posibilidades o se haya hipotecado para hacerlo. Lo que sí se aprecia es un sistema que maltrata, que abusa y que muchas veces no deja crecer. Te sujeta del cuello y te deja ahí atrapado en la misma planta en la que naciste, a pesar de que aprietes el botón como lo hacen los perseguidos en una película de miedo o en un thriller de Brian de Palma.
Estudia, fórmate, haz todo lo que puedas, cumple tu parte con el sistema, pero el sistema no la va a cumplir contigo porque no perteneces a la clase donde el sistema paga. A ti el sistema sólo te cobra. El ascensor social es, en la mayoría de ocasiones, una burda y cruel falacia, una mentira. Comentaba Daniel Fuentes Castro en Hora 25 que «no es lo mismo acabar el grado y hacer un máster de 3.000 euros que uno de 40.000. Lo que se paga son los contactos». Triste, pero cierto.
Los sueños no se suelen conseguir, a pesar de hacer todo lo que hay que hacer, y las aspiraciones no se suelen obtener, porque no se está en el piso correcto del ascensor social, y por uno que lo coge y evoluciona -un reloj roto da la hora dos veces al día- no se puede afirmar que si se da todo lo que se tiene dentro y se pone todo de parte de uno se va a conseguir, porque no es así si nos guiamos por los datos.
El esfuerzo y vaciarse no es negociable, y más cuando se viene del quintil bajo, pero uno es consciente de que muchas veces lo único que te va a aportar es dormir con la conciencia tranquila, pero nada más. O, probablemente no va a ganar más dinero en su vida del que gana porque el ascensor social está roto en su clase social y ha llegado al tope. Hay gente que no va a ver cinco cifras en su cuenta en su vida, salvo que le toque alguna clase de lotería. Por cierto, ¿a quién afecta más la ludopatía y quién apuesta y juega más? Los pobres.
En las colas del hambre ha aumentado la cantidad de gente con trabajo fijo que no puede mantenerse o mantener a sus familias. El sistema ha construido pobres con trabajo que, por muy buenos que sean, por mucho talento que tengan o por mucho que se hayan formado, si no han creado los contactos oportunos o han tenido el suficiente dinero para escoger bien su formación no obligatoria, lo más probable es que se mueran en la misma clase social donde nacieron.
Sólo queda confiar en que, en algún momento, las cosas cambiarán y los ascensores volverán a funcionar, si es que alguna vez lo hicieron.