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28 marzo 2024
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El buenismo en la crítica literaria

Libros1
Imagen de portadas de varios libros
Rafael Toledo Díaz
Nadie pone en duda los beneficios de la lectura. Cuando lees la actividad neuronal se multiplica, entrenamos el cerebro al descifrar un texto y así, conseguimos mejorar la memoria, activamos la concentración, aumentamos el vocabulario, reducimos el estrés y, entre otras muchas cosas, conseguimos viajar a lugares nunca imaginados. Todas esas capacidades y mejoras las podemos lograr si tenemos por costumbre el hábito de la lectura.

Sin embargo, a pesar de los datos recientes sobre el aumento de lectores y tiempo de lectura debemos reconocer que, estos tiempos de la imagen, ganan de largo a la práctica de leer. Después del periodo escolar y formativo son muchas las personas que renuncian a esta actividad tan beneficiosa para el intelecto.

Los contenidos audiovisuales nos evitan el esfuerzo de interpretar o de imaginar, en esta época de la precipitación nos lo dan todo resuelto, son tiempos de usar y tirar o del mínimo esfuerzo.

Pero no se crean, también existen lectores que consumen lecturas en una carrera desenfrenada por competir, los habituales de los best-sellers y las novedades editoriales suelen presumir de una lectura urgente y precipitada, tanto, que a veces, dudo de la compresión lectora de muchos de ellos, un mal que aqueja a demasiados lectores.

Otra cosa distinta es cuando se nos atraganta una lectura, aunque sea un clásico. Son muchos los escritores que reconocen tener una asignatura pendiente con alguna obra considerada maestra o de culto. Sin ir más lejos, mi admirado Pedro Antonio González Moreno reconocía en una entrevista que, no había conseguido terminar de leer el “Ulises” de James Joyce. Particularmente mi asignatura pendiente es “Pedro Páramo” de Juan Rulfo, admito haberlo leído, pero no es un texto de mi devoción a pesar de estar considerado como un libro imprescindible, quizás no acabo de entender ese vaivén entre personajes vivos o muertos.

Encumbrar por casualidad

Considero además, que el cambio en los gustos literarios encumbran por casualidad a determinados escritores. Autores que dan con la idea exacta de lo que el mercado editorial requiere o demanda en el momento.

A veces se ponen de moda las biografías, la ciencia ficción, otras la novela policíaca o la novela pseudohistórica y, casi nunca, el ensayo o la poesía. Incluso dentro del género novelesco hay sorpresas y admiración por aquel que desconcierta, autores que innovando estructuras alteran la monotonía vigente. Hay textos que son considerados imprescindibles por marcar una frontera, su mayor valor consiste en haber roto con la época anterior.

Me vienen a la memoria títulos y autores que fueron un éxito editorial y que después, pasado el tiempo, quedaron aparcados en el capítulo de las “promesas”. Tal es el caso de Pedro Mestre con su novela “Matando dinosaurios con tirachinas”, fue premio Nadal 1996 pero su prosa fue tan fugaz que, de inédito, pasó prácticamente al anonimato.

“Intemperie”

Algo parecido le ha sucedido a Jesús Carrasco, su milagro literario en el año 2013 gracias a su novela “Intemperie”  se va difuminando después de una segunda obra que apenas ha tenido repercusión.

Menos claro es el caso del poeta vasco Kirmen Uribe, quizás su diversidad creadora le permite seguir manteniendo el pulso, sin embargo, después del éxito de “Bilbao-New York-Bilbao” que fue Premio Nacional de narrativa en 2009, apenas más ha trascendido o ha tenido relevancia en el mundo de las letras.

Estos tres ejemplos de ilusionadas promesas son el reflejo de lo complicado que resulta perdurar o mantenerse en el universo literario, solo unos pocos elegidos lo consiguen. Además el lector debe entender que este ámbito es tan grande y abarca tantos temas, títulos y autores que, aunque puedas considerarte instruido, en cualquier conversación sobre gustos lectores puedes convertirte en un ignorante y profano.

Qué decir sobre la influencia que tiene la crítica literaria en la venta y comercialización de las novedades editoriales, ahí no lo tengo nada claro. Aunque la lectura sea algo inmaterial, los libros no dejan de ser objetos de consumo.

El mercado editorial despliega enormes campañas de marketing  para vender sus productos. Por eso me escama tanto que, todas las reseñas que hablan de un nuevo trabajo de tal o cual escritor tengan siempre críticas elogiosas. Rara vez puedes encontrar algo negativo en los artículos de los grandes medios, evidentemente, esas crónicas forman parte de la promoción, o quizás, los comentarios están escritos por un amigo afín al autor.

 “Malaherba” de Manuel Jabois

Escribo esto, porque recientemente he leído “Malaherba” de Manuel Jabois, un texto que me ha dejado un regusto raro, no sabría explicar cuánto me ha gustado esta historia agridulce sobre la infancia y la pérdida de la inocencia.

Busco y rebusco en la red para contrastar opiniones y casi todos los comentarios son elogiosos. Sólo un medio me genera duda cuando habla del origen gallego del autor, preguntándose ya en el título del reportaje: ¿Sube o baja la escalera Manuel Jabois? además de otros comentarios intercalados donde le reprocha el exceso narrativo.

Parece que para los críticos literarios todo vale, pero no nos engañemos, siempre elogiarán cada nueva novela como parte interesada de la promoción. Alguna piedra en el camino será la reseña disonante de algún periódico que no es afín al escritor y  su ideología, si es que este la tiene.

Por eso deduzco que, al final, los libros son como el vino, está bueno o malo, nos gustan o no nos gustan y siempre en función del momento; en esta cuestión es oportuno volver a la simplicidad para explicar cuánto nos ha satisfecho determinada lectura.

El avezado lector siempre intuye el exceso y el halago. Por eso a pesar de las firmas ilustres, de las reseñas elogiosas, de las muchas ediciones publicadas o del exceso de publicidad, no todo vale.

 

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