Joaquín Navarro Valls (Cartagena, 1936 / Roma, 2017) nunca olvidó la visita a España del papa Juan Pablo II, de quien fue su portavoz. Durante sus 22 años como representante del Vaticano ante la opinión pública tuvo ocasión de confirmar que hasta para un creyente del Opus Dei como él era, el mundo cambia de manera imprevista y por lugares inimaginables. Ha muerto hace pocos días pero no creo que le diese tiempo a escuchar la noticia de que el nuevo líder cristiano, Francisco, anda preocupado, según dicen, por el contenido de gluten de las hostias.
Era fácil imaginar que, en poco tiempo, la noticia iba a saltar a los titulares de la televisión, tan ahíta de noticias graves chuscas en este tiempo plano. El fallecido Joaquín no lo podría haber hecho mucho mejor si hubiese seguido activo, en el cargo que ocupó. Aquella bajada de Juan Pablo II desde el Monte del Gozo entre antorchas hasta el atestado y festivo Santiago de Compostela sirvió para silenciar la cruenta batalla entre una iglesia y sus ministros de la COPE sobre la organización de la visita papal, los actos y la presencia del papa polaco un año tan emblemático como aquél de 1982, el valor de los gestos programados y los lugares de las tribunas.
Joaquín olía rápido el origen de las noticias y sus versiones, como en aquel 1982. Ahora, detrás de la anécdota del gluten en las hostias, muchos quieren ocultar lo que el papa argentino recuerda: que hay unas normas que no han sido modificadas sobre la comercialización de los productos rituales, como la propia hostia de la comunión, y esa advertencia sobre quiénes fabrican dichos productos. Aunque algunos quieran convertir en anécdota la denuncia, en realidad el Vaticano advierte de que ya es alarmante la comercialización de las licencias de la iglesia, la externalización de la producción y el cobro y compra de esos permisos. La globalización también llegó a la Iglesia hace muchos años y las pastas de Santa Clara no se hacen con huevos de las gallinas del huerto del convento.
Francisco, el inquilino de la Santa Sede, no juega a revivir el ora et labora de sus representantes, sino a echar un rapapolvos contra el uso de canales en negro o dorados por donde los intereses de los creyentes se convierten en comercio, una vez más, porque la fe es tan fiel como los estancos y no les afecta el IVA.
Llama la atención que los titulares se hayan fijado sobre la salubridad de las hostias para las personas que rechazan el gluten de los cereales. Sólo es noticia porque una hostia es algo sonoro, aunque en la alimentación de los creyentes sea una infinitésima parte de sus alimentos y ni siquiera tenga esa consideración. En ese caso, las monjas de Santa Clara deberán cambiar de receta, o de proveedor. Y llama la atención porque seguramente la preocupación de Francisco por la incidencia del gluten en la salud de quienes comulgan será menor que la atención que llaman tantos desafueros de la iglesia en cuanto a la moral pública de sus representantes, la ética de sus atribuciones fiscales y las complicidades de los gobiernos con sus sistemas económicos y educativos en un país que se dice constitucionalmente laico.
Si Joaquín Navarro Valls levantase la cabeza (mejor es que descanse en paz el viejo conocido) la volvería a inclinar ante esta nueva trampa de la doctrina que los más oscuros enemigos convirtieron en anécdota para que muera pronto en los telediarios.
Aurelio Romero Serrano (Ciudad Real, 1951) es periodista y escritor. Ha publicado dos libros de poemas “Siempre hay alguien, “Nómada”) y escrito dos novelas: “Si pudiese hablar de ti ( publicada en 2015)”, basada en hechos de la guerra civil en las provincias de Ciudad Real y Córdoba; y “Espérame ayer” (Madrid/Tánger 1950).