Llevamos en Estado de Alarma ya va para dos meses; semanas en las que la vida se nos ha complicado y de qué manera; todo aquello, cientos de cosas que hacíamos a diario de manera rutinaria se han convertido en ejercicios circenses. Que lo de menos es ponernos mascarillas y guantes, que eso mal que bien se aprende pronto, lo difícil es tener presentes tantas cosas antes de realizar cualquier movimiento. Custodiar la cadena de seguridad para evitar los propios contagios es empresa relativamente fácil cuando contemplamos un corto periodo de tiempo pues somos más o menos capaces de anticiparnos a los habituales escenarios montando reiterativos protocolos de actuación ante las mismas circunstancias.
El problema, la dificultad está en mantener la guardia igual de alta pasado el tiempo pues esas circunstancias, escenarios y movimientos se van multiplicando y controlarlos plenamente se antoja una labor mucho más complicada sobre todo ante aquellos imprevistos que en sesenta días siempre surgen. Que las personas no nos comportamos como computadoras programadas para ejecutar órdenes o solucionar mecánicamente todas las variables posibles dentro de un determinado plazo. Que siempre existe el riesgo, el olvido, el error de confiarse para quienes no somos robots o máquinas, sino seres humanos en distintas circunstancias y memorias.
Ponerme y quitarme los zapatos al salir o entrar en casa, recordar la mano con las que cogí las llaves, donde dejé la bolsa con la compra, limpiar el carrito de la compra, si lavé la fruta y la verdura, si desinfecté los envases, si me lavé las manos después de abrir el correo, si…hice correctamente todo lo que nunca he hecho.
Nuestros hogares se han convertido en otros pequeños y familiares circos en los que cada día realizamos múltiples ejercicios de prestidigitación y equilibrio a la vez que nos decimos ¡cuidado Mari!; es nuestro particular “más difícil todavía”.