Pero sigue habiendo personas que envían su felicitación por carta… Incluso, algunos se atreven a escribir, de su propio puño y letra, unas palabras originales, que son solo para esa persona a quien va dirigida la felicitación. Todas las felicitaciones se agradecen; pero, sobre todo, las que llegan bajo esta forma: únicas, personales, que han necesitado tiempo para ser elaboradas. Es verdad que, de esta manera, se llega a menos personas; pero es lo que tienen las leyes de lo humano: en todo, “quien mucho abarca, poco aprieta”; a veces, hemos de elegir entre extensividad e intensidad.
De alguna manera, la encarnación es también esto: el Niño nacido en Belén ha sido escrito, de propio puño y letra, por el mismo Dios; por eso es tan pequeño y se ha dado a conocer solo en Belén. El Dios del amor es universal, pero ha querido llegar a nosotros concreto y pequeño, como todo lo que importa.
Se podrían haber repartido imágenes de Dios por todos los rincones del mundo: es lo que ya intentó hacer el paganismo; pero la encarnación de Dios es única, limitada, concreta, sin copias. Los pastores, desde cerca, y los magos, desde muy lejos, tuvieron que ir a Belén para contemplar el misterio, para escuchar la Palabra de Dios.
Más tarde, se multiplicarán los testigos y el Niño podrá llegar a todos porque será el Resucitado; pero la verdad de lo concreto, el misterio de Belén, seguirá ahí: la plenitud de la divinidad habita en un cuerpo humano, nacido de María, en la Judea del siglo primero.
De todas las felicitaciones que he tenido la suerte de recibir, me ha llamado la atención especialmente una un poco “diferente”. No tenía imágenes de ninguna estrella ni de ningún misterio; era un pequeño cuento escrito a ordenador y firmado a mano al final. Decía algo así:
María y su Hijo estaban recibiendo las peticiones de todos los niños del mundo para encargar sus regalos a los Reyes Magos. Llegó uno y pidió la salud para su madre: le fue concedido de inmediato. Otro, pidió dinero para ser rico e importante; con una muestra de tristeza, mirándose uno a otro, la Madre y el Hijo accedieron a la petición. De esta manera, fueron pasando muchos niños y adultos para presentar todos sus deseos. De una forma u otra, las peticiones fueron atendidas. Por fin, llegó un joven que buscaba algo diferente: quería un regalo que fuera mejor que todos los regalos anteriores. La Madre se quedó pensando, habló al oído al Hijo, que asintió al instante. Poco tiempo después, el joven recibió un sobre de manos del Hijo. El joven lo abrió, tomó en sus manos un pequeño papel escrito a mano que decía: “Ven y sígueme”.
No sé cuántos adolescentes o jóvenes podrán ver en la vocación un verdadero regalo. Pero es, sin duda, el gran regalo que el Niño, convertido en Maestro, distribuye entre aquellos que ama. Dios no ha nacido para “traernos cosas”, ni siquiera para regalarnos “cosas espirituales”: él es el gran regalo de Dios. Y, por ello, el mejor regalo es vincularnos al Regalo, unirnos al Hijo, seguir al Maestro, dejarnos amar por el Amigo.
Es verdad que el regalo de la vocación no puede llegar por internet, ni se puede “copiar y pegar”: es único, escrito a puño y letra por el mismo Jesús, con un mensaje único para cada uno de nosotros.
¡Ojalá que la Navidad nos deje muchos regalos de estos que le gustan a la Madre!