La pluma es la lengua del alma, dijo Cervantes. Con esa solemnidad, Santiago Romero de Ávila, poeta de luz y asombro, publica su último libro, editado por la Diputación de Ciudad Real, titulado: Cuando la paz proclame su victoria.
En la portada, una excelente acuarela del pintor Julio Sanz Sáiz, abre el pórtico de un poemario que sintetiza el hondo calado del poeta, Hijo Predilecto de La Solana, mostrando su maestría, como suele, con un gran nivel literario: fondo y forma. El título también acompaña a un poemario entregado a la paz, hoy tan olvidada, para que proclame su victoria.
Son setenta versos que buscan el centro del corazón con su verdad. A lo largo de su lectura encontramos una aldaba que va llamándonos, con su verdades líricas, a un examen interno de lo que somos y deberíamos ser. Pero no es casual que Romero de Ávila haya publicado este poemario tan real, versificando la honda verdad de sus sentimientos con la cadencia de su peculiar poesía; pues la explica en el ‘Preludio’ que escribe a través de las motivaciones que tiene y guarda y muestra su poesía.
En tan sincero inicio habla de sus sentimientos y de su íntima realidad: Yo digo en mis poemas que me duele el llorar de cada día, el mendigo que araña su porción de mendrugo, esta vida agitada ─Viernes Santo continuo─, esta negra batalla que machaca amapolas y despluma jilgueros, esta triste derrota cada vez más oscura.
Con esa luz el poeta nos alumbra, abriendo así un sendero que alerta un manifiesto donde transita con su verdad, inaccesible al desaliento. Un puñado de palabras que construyen, a lo largo de su libro y poemas, un mundo donde ha de convivir la generosidad como marca de una entrega para lo solidario. La sencillez abriendo un camino por donde ‘todos’ caminemos, uniéndonos para hacer realidad lo intangible; porque reparar tanta inmoralidad nos llama a un desafío continuo. Y bien lo muestra Romero de Ávila a través de una poesía candente, lúcida, deteniendo su caminar en la búsqueda de las paces que no tenemos y debemos alumbrar.
¿Cómo se puede hablar de libertades/ mientras se muera un niño de tristeza,/ mientras arrastre el hambre la pobreza/ por un fangal de antiguas soledades?… Se pregunta y nos pregunta. Soplo de luz hacia la profundidad de los sentimientos del lector. Libro por el que caminamos y vivimos a través de estas setenta luces que el poeta señala para una reflexión y una inflexión de nuestro caminar. La fragilidad de la inocencia vulnerada por la tristeza e indigencia: Hay que coserle al odio la mortaja/ y hay que enterrarlo en cónica trinchera/ hasta lograr que en todos los rosales/ trinen de amor y paz cien oropéndolas.
En este libro, Santiago, no sólo muestra lo más amargo de nuestra sociedad a través del dominio estrófico con distintas composiciones versales: lugares donde late el corazón de un poemario en un cromático espejo; también dibuja el desamor, para hundirlo y hacerlo astillas.
Escribimos sobre una poesía llena de pasión y lirismo, pues con sólo el deseo de la palabra-denuncia el poeta camina a través de un fondo ético. Es un libro de versos buscados y cernidos para lo más humano y certero, escritos desde el compromiso solidario. En su recorrido, el poeta, utiliza la palabra que ahonda en la bondad de ser y sentir: equilibro que, a juicio de Santiago, está obviado y, aunque parece que no, se dice pero no se hace: Todo mi surco es linde de tristeza/y en mi trigal no dora ni una espiga. Bien acierta el poeta Federico Gallego Ripoll, autor del Epílogo de tan interrogador poemario, cuando escribe: “Su verso trasmuta la prosa de una luz de llanura en la rima sonora de un paisaje soñado”.
Paisaje y palabra; luz y verdad; sentimientos mostrados limpiamente: sentidos y cercanos. En vuelo la libertad de construir lo posible a través de la poesía.
Con la excelente perfección poética de Santiago nos quedamos, porque: Hay que esperar a que el amor, rebelde, feroz entone su canción redonda. Laus Deo.
