España presenta hoy un aspecto sumamente emborronado, una nación donde las imágenes políticas, sociales y de comportamiento ético aparecen “muy movidas” por distintos intereses políticos, ideológicos, y casi siempre de un muy bajo perfil. La gran política, los grandes ideales resultan ya innecesarios y ahí andamos…instalados de manera permanente en las frivolidades, en las estupideces, en las ocurrencias más banales, en las permanentes chuminadas, elevándolas a la categoría de principios fundamentales de no se sabe qué.
Y el pueblo, cada día más convertido en confusa masa, en incultura, sin criterios, aceptando más o menos mansamente lo que algunos les intentan imponer desde la más inverosímil desfachatez, tratando de aprovecharse de ese rio revuelto que procura la ignorancia ahora ya culpable. Y algunos medios de difusión, tratando esta locura como si se tratara de lo más normal. Y sabedores de todo esto una caterva de políticos trincones, arribistas e iletrados, pegando sartenazos al sentido común y al bolsillo de los contribuyentes.
Estamos instalados en el post relativismo, es decir, en el desierto de las ideas, de las creencias, de los convencimientos. Es la consecuencia previsible del relativismo, del todo da igual, del todo vale, del qué más da…de la falta de necesidad de pensar. Los ciudadanos han dejado de tener interés por la política, por los valores trascendentes y se han convertido en sujetos económicos y de consumo. El post relativismo es el penúltimo eslabón en el que se agota nuestra propia pequeñez como individuos cosificados. De ahí al fracaso como sociedad…ese será el último eslabón de esta cadena en la que estamos amarrados, la cadena del consumismo, del aborregamiento existencial, cuando no de la más aplaudida imbecilidad.